La vida suele moverse entre límites extremos. Para recorrer sus vericuetos y no caer en el intento, debemos elegir entre las opciones que se nos presentan, que por lo general se resumen en dos y diametralmente opuestas. Nos lo inculcan desde que somos niños: “¿A quién quieres más, a papá o a mamá?” Luego, a medida que vamos creciendo, resolvemos nuestras dudas respondiendo a preguntas similares que surgen con naturalidad: “¿Universidad o FP? ¿Pareja sentimental rubia o morena?” Otras veces parece que nos imponen enfrentarnos a tales cuestiones, sin remedio, cuando quizá no deseemos contestarlas: “¿De izquierdas o de derechas? ¿Blaugrana o merengue?” Normal que creamos que sufrimos síndrome bipolar, tomado en el sentido de tener que afrontar una obligatoria elección entre dos respuestas, como si no existiesen otras alternativas. Los melómanos y aficionados a la música estamos acostumbrados a ello: “¿The Beatles o The Rolling Stones? ¿Oasis o Blur? ¿Camilo Sesto o Nino Bravo?” Más y más preguntas…
Cuando, a partir de 2008, se comenzó a hablar de la joven escena del folk femenino español de última generación, apareció la pregunta pertinente en torno a los dos nombres que emergieron de ella con más energía: “¿Anni B Sweet o Russian Red?” Poco a poco, los debates sobre la nueva corriente musical de moda se centraban en Ana López y Lourdes Hernández, como si por arte de magia hubiesen desaparecido del mapa las demás representantes del club (por ejemplo, Alondra Bentley o La Bien Querida; luego irían llegando más). Los ríos de tinta vertidos sobre aquel falso, simplista y hasta cansino contencioso no tenían sentido… Como no lo tienen actualmente, en un momento en el que sólo cabe celebrar que la malagueña y la madrileña hubiesen ratificado, primero, su valioso potencial (exportable al mercado foráneo, punto clave en sus trayectorias); y, después, las suficientes agallas para poner en órbita sus carreras y sacudirse etiquetas y estereotipos de encima. El año pasado, Russian Red solventó su desafío particular con el gran “Fuerteventura” (Sony Music, 2011); ahora es el turno de que Anni B Sweet enseñe las cartas que componen la baraja de “Oh, Monsters!” (Subterfuge, 2012) y descubra que la suya es también una mano ganadora.
Como en muchos otros casos, el título y la portada del disco (con una Anni desaliñada, alejada de su habitual imagen angelical y difuminada por una iluminación tornasolada, hipnagógica y casi irreal) ya indican las intenciones y los renovados argumentos de la malagueña: por un lado, enfrentarse a monstruos internos (daños colaterales del amor, sinsabores de la vida, efectos de la madurez…); y, por otro, desgranar historias que, de antemano, se presentan como el reverso tenebroso de las que formaban el delicado e inocente esqueleto folk-pop de su debut, “Start, Restart, Undo” (Subterfuge, 2009). Un cambio de registro que ya se intuía en la recta final de la larga gira de presentación de dicho LP de estreno, en el que la cantautora abandonaba en algunas fases de sus directos su carácter sedoso por uno más recio, con la guitarra eléctrica como protagonista y su voz amplificada, lo que permitía su aproximación a figuras como Joan As A Police Woman y, en menor medida, PJ Harvey. ¿Exageración? En aquellos instantes, probablemente; pero una vez destapado “Oh Mosters!”, virado hacia la rugosidad y la crudeza del pop (y del rock), no tanto.
Anni B Sweet ahora se mueve con más fortaleza (ayudada en la producción del disco por Ángel Luján y Guillermo Galván), con el pulso bien firme, y dota de fibra y músculo a su discurso, aunque no rehúsa desnudar sus emociones y sensaciones personales. Un proceso ambivalente que se convierte en todo un acto de coraje por apelar directamente (exclamación incluida) a eso monstruos que invadieron su espacio privado y su zona de confort (representados ambos en la atmósfera que envuelve “At Home”) y luchar contra ellos. Gracias a ese empuje adquirido, se ahorra disimulos e interpreta sus textos con una voz ondulante y maleable pero tensa e incluso desgarrada: en el desarrollo de “Getting Older” va creciendo y acaba por explotar como protestando contra el inevitable y devastador paso del tiempo; y en “Catastrophe Of Love” se mantiene erguida pese a que a su alrededor los sentimientos se derrumban como un castillo de naipes. Por momentos, este juego de contrarios entre fondo y forma recuerda a la actitud que la sueca Lykke Li mostró en su último trabajo, “Wounded Rhymes” (Atlantic / Warner, 2011), tan fuerte y débil a la vez a causa de las heridas provocadas por el desencanto. Esa fría sangre nórdica atraviesa las venas de la malagueña a lo largo de “Missing A Stranger” (entre coros, metales y uno acordes eléctricos algodonados), “The Closer”, “Good Bye Child” o “Remember Today” (en la que asoman las punzadas del auto-reproche).
El segundo tramo del último corte mencionado pertenece a la otra vía explorada por Anni en la grabación de este LP, en la que se introdujo para probar con ritmos más agitados que de costumbre hasta cruzarse con el pop sesentero de “Ridiculous Games 2060” (¿dónde se quedó el romanticismo?) y el brioso de “Mute My Mind”. Por el contrario, cuando la melancolía se agudiza y precisa ser expresada sin adornos, la cantautora recurre a las virtudes acústicas de sus inicios para oscurecerlas y entregar otro puñado de versos desconsolados y afligidos en forma de gemas como “Monsters”, “Gone If I Close My Eyes” y “Hole In My Room”. Entre medias, aparece una de las pequeñas sorpresas del álbum: su transmutación en una especie de Karen Dalton soul para interpretar “Someone Else” con la blusa arremangada.
Gracias a “Oh, Monsters!”, Anni B Sweet despeja todas las dudas, tanto aquellas que podían llevar a la malagueña a disfrazar su personalidad para superar el hype generado por “Start, Restart, Undo” como las que recorrían su fuero interno después de tener que lidiar con la soledad, la tristeza y otros obstáculos vitales. Los mismos que, en ocasiones, sólo se superan respondiendo a incómodas preguntas dicotómicas. Pero Ana López las evitó todas y decidió tirar por el camino central, por el menos obvio, para rearmarse y reafirmarse como cantante, compositora y, en definitiva, artista.
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