Aunque el pasado lejano de Günter Grass pueda tener cierta relevancia a la hora de hablar sobre su «Anestesia Local» (Capitán Swing, 2012) –a los 17 años sirvió, durante unos meses, en un batallón de las SS-, lo cierto es que no estamos aquí para disertar sobre sus errores de adolescente en un cuadro socio-político-económico tan peculiar como el que enmarcaba a Alemania a mediados de los años 40 y que, salvando las distancias, estamos viendo, en cierto modo, reflejado en algún que otro pueblo de nuestra Europa actual. Sólo hay que echar un vistazo al auge ultraderechista aflorado estos días en algunos países que, hasta el momento, no contaban con esta rama extrema entre sus tendencias políticas de cierto calado social (véase Grecia). Y es que la novela pivota entre la violencia con fines políticos y la conciencia de cada cual. Para ello se vale del archiconocido dilema de hasta qué punto un fin loable puede justificar un medio deplorable.
Philip Scherbaum, estudiante de bachillerato, tiene el firme objetivo de agitar las conciencias del pueblo alemán sobre la intervención que el ejército estadounidense está llevando a cabo en el sudeste asiático con la aprobación de la República Federal Alemana. Ha decidido que, para conseguir un impacto mediático de tal envergadura, rociará a su perro Max con combustible y le prenderá fuego delante de un concurrido y acomodado café del centro de Berlín. De esta forma, los berlineses verán de cerca algo similar al efecto que provoca el napalm sobre un ser vivo. El contrapunto viene de la mano de su profesor de literatura y verdadero protagonista de la historia, Eberhard Starusch, el cual intenta disuadirle de llevar a término dicha acción. Esto situará al profesor en una situación incómoda para consigo mismo puesto que él también cree en la necesidad de hacer algo al respecto (en su juventud secundó acciones radicales contra los reclutamientos nazis), pero su labor y vocación pedagógica le lleva a impedir por todos los medios lo que su alumno ha determinado llevar a cabo y tampoco sabe aportar una alternativa eficaz.
Detrás de las argumentaciones y contra-argumentaciones que se cruzan entre ambos, se encuentra la figura del dentista del profesor, confidente y testigo en la sombra de todo el proceso cuyo influjo sobre ambos se hace más evidente a medida que avanza la historia. Su figura representa una apuesta por la resistencia pragmática (aunque para soportarla sea necesaria cierta dosis de insensibilidad) frente a la violencia impulsiva. Buscar una utilidad práctica que esté por encima de las doctrinas salvadoras.
La existencia de otros personajes satélite como la profesora de matemáticas -actual pareja de Starusch– o la continua evocación a su exnovia, ayudan a configurar una amalgama de sentimientos de culpabilidad y frustración consecuencia de un pasado siempre velado por turbios e incómodos tintes políticos, sentimientos que no siempre acaban siendo superados.
Resulta inevitable hacer mención al manifiesto “Do It!: Escenarios de la revolución” de Jerry Rubin (Blackie Books, 2009), escrito en 1970 -tan sólo un año después que Anestesia Local-, como alternativa (¡y guión!) de acciones políticas que a nivel mediático tuvieron su trascendencia y llegaron a ser, como mínimo, una mosca cojonera en los mismísimos de los políticos que por entonces gobernaban los EEUU. En ambos libros también queda claramente reflejada la idea de que la impulsividad y arrojo de la juventud, con el paso de los años, suele convertirse en cierta mesura (si es que no acaba en apoltronamiento).
Hasta aquí algunas ideas o reflexiones que considero puntos fuertes de Anestesia Local, pero tampoco puedo pasar por alto la confusa forma en que está narrada la historia. Con frecuencia es el lector el que tiene que aventurarse en la ilación de la historia con poca ayuda por parte del texto y depende más del interés que se quiera -o pueda- poner que de un relato que encandile y abra el apetito de lectura. En ocasiones se hace tedioso con pasajes que aportan poco o nada; flashbacks y recuerdos que el lector no sabe cuándo empiezan o acaban e, incluso, llegar a preguntarse si el personaje estará fantaseando o no (sin que la diferencia entre lo uno y lo otro signifique nada relevante). Cuando la propia naturaleza del discurso o el trasfondo de la historia conllevan una narración enrevesada, bienvenida sea, pero cuando no aporta mucho más ¿no supone un lastre en su lectura? Y es que ya lo dicen Los Punsetes: «sin duda alguna la belleza está en el interior, pero a algunos les asoma y a otros no»… pues bien, sería muy de agradecer que en este libro asomara un poco más.