La música electrónica de baile que respira en los márgenes diametralmente opuestos a la escena mainstream está caminando por veredas extrañas y cada vez más sugerentes, atractivas e imprevisibles. Tanto, que en esa república independiente habría que ir redefiniendo el concepto ‘de baile’, enfrentado los últimos tiempos a su némesis irrenconciliable: el ‘de no baile’. Una dicotomía que Andy Stott comenzó a investigar profundamente tras haber experimentado desde mediados de la década pasada con el techno, el dub techno, el house e incluso el dubstep, géneros en los que el artista se movía como pez en el agua pero que encorsetaban la visión futurista y rupturista que deseaba aplicar a sus composiciones y que comenzaba a barruntar en su cabeza. Como en todo proceso de depuración y (r)evolución, la paciencia juega un papel fundamental. En el caso del productor de Manchester, su acercamiento a los renovados sonidos artificiales que había estado persiguiendo se concretaría el año pasado, cuando publicó los dos EPs que funcionaron como fundamentales llaves de paso que lo transportarían a otro estado de inspiración y conciencia: “Passed Me By” (Modern Love, 2011) y “We Stay Together” (Modern Love, 2011), colindantes con el minimal-techno y el witch-house aunque con la clara intención de no dejarse arrastrar por su campo gravitatorio. Al contrario: ambas referencias eran las que actuaban como grandes agujeros negros con un alto poder de atracción, por su ambientación (opaca, oscurísima) y, sobre todo, por sus ritmos (reptantes, hipnóticos, aletargados y subyugantes) punteados por varias voces multidimensionales.
Stott colocaba las primeras piezas de su pirámide sintética (invertida) esquivando las comparaciones automáticas con coetáneos de diverso pelaje del estilo de Pantha Du Prince, Matthew Dear o Burial y observando de reojo las (de)construcciones que ya habían empezado a levantar por su cuenta nombres como Actress. Eso sí, el mancuniano parecía vivir cómodo en su propio espacio hermético, aislado del mundo exterior. De ahí que no resultara descabellado pensar que el tercer eslabón de la cadena que había iniciado meses atrás debería prolongarse con otro EP (un formato ideal para sus probaturas) que cerrara la trilogía de su particular exploración subterránea. Pero no… Stott decidió sublimar sus anteriores hallazgos y condensar sus nuevos descubrimientos en el que es el tercer largo de su carrera, “Luxury Problems” (Modern Love, 2012), que, de entrada, marca una aparente línea continuista con relación a los EPs antes comentados desde su misma portada: otra fotografía en blanco y negro, con una figura humana como eje central, pero esta vez en estilizado movimiento, sugiriendo su avance en cámara lenta.
Ese desplazamiento al ralentí se traslada a su contenido sonoro con extrema naturalidad, ya que las brumas de la atmósfera en la que se integra en perfecta simbiosis se van elevando poco a poco a su alrededor, hasta cubrirlo por completo. Con todo, Stott permite que en “Luxury Problems” entren leves rayos de luz (aunque sin saber su verdadera fuente de origen) a través de la intervención de Alison Skidmore, la otra gran protagonista de un álbum que se abre con sus labios pronunciando la palabra ‘touch’ en el inicio de “Numb” para ser introducida en un loop mántrico, hechizante (próximo al chill-ambient de última generación) y estirado sobre una secuencia distorsionada y martilleante que anticipa el decorado lúgubre posterior: “Lost And Found” parece que se emite desde un camposanto silencioso poblado por seres fantasmales embelesados por la voz de Skidmore, conexión humana que dota de carne y hueso al difuso cuerpo del tema; “Sleepless” arranca entre una especie de campanas que tañen desde el mismo averno y se desarrolla entre ritmos 4×4 guiados por ecos psicofónicos; y “Hatch The Plan” presenta un gran contraste entre sus graves profundos y tétricos y la imantada melodía vocal femenina.
Una vez que se perfila con precisión el entorno en el que se sitúa “Luxury Problems”, se emprende una fase de reconstrucción en la que las texturas elaboradas pierden las referencias físicas con las que ser comparadas (“Expecting”), los sonidos adquieren connotaciones desconocidas (como el funk alterado y desestructurado de “Luxury Problems”) y la percusión se acera al tiempo que se disloca (“Up The Box” bien podría pertenecer al Flying Lotus de regreso del planeta Marte). Sólo la final “Leaving” abandona esa trasformación gaseosa para mostrarse como el tema más conciso y concreto del lote, con una pátina casi new-age (propiciada por los juegos corales y los sintetizadores reverberados) de efectos epatantes que hacen que el epílogo sea sólo una excusa para volver al principio del LP y repetir el viaje por universos paralelos y muy poco terrenales que Andy Stott ha logrado convertir en su anhelada epifanía musical.