Amy, Amy, Amy… Repetí tu nombre tres veces, en voz baja y con la cabeza gacha, después de que un extraño escalofrío recorriera mi cuerpo al enterarme del trágico desenlace de tu agitada existencia. Como yo, cientos de miles de almas repitieron el ritual para asimilar la fatal noticia y reflexionar sobre las causas que te habían conducido a dejarnos antes de tiempo para ingresar en ese macabro club de los 27. Será difícil olvidar la fecha del suceso: 23 de julio de 2011. Había sido el destino (pensaron y dijeron muchos) el que, en forma de carta perdedora marcada de antemano o espada de Damocles, te había llevado a la última morada del lado salvaje de la vida. Pero, también hay que decirlo, tú misma habías decidido jugar con el fuego de los excesos, con o sin razón… Ya que no tenía ningún sentido tratar de imponerse a tu voluntad, todos te respetamos porque no había nadie como tú a la hora de defender el amor incondicionalmente, expresar tu insobornable personalidad y mostrar tu valentía ante la enorme crueldad del impasible negocio musical. Si acaso, reprocharte que tuviste en tu mano salir del agujero en el que te habías (y te habían) metido y que no quisiste seguir los consejos de segundas, terceras personas ni de tus seres más queridos y cercanos, reconvertidos por tu ira en sospechosos habituales.
Claro que, dada la manera en que nos transmitiste tu intransigencia a través de la inmortal “Rehab”, olvidamos casi por arte de magia que tu única forma de evitar el infierno era sacudirte los miedos y llevarte a ti misma al límite del abismo. A la vez, con esa canción habías logrado que arrinconáramos en una esquina oscura de nuestra memoria a la chica dulce y espléndida que luego fue desapareciendo a medida que asomaba su cabeza la luchadora aguerrida y tatuada en que te acabaste convirtiendo. Esa misma joven amante practicante del soul, el jazz, el reggae y el pop de los girl-groups añejos pasó de dedicar su primera huella discográfica (“Frank”; Island, 2003) a su particular dios de culto (Frank Sinatra) a centrar sus cuitas y lamentos en sus idas y venidas con el hombre que le había arrancado el corazón con violencia (Blake Fielder-Civil). En medio de ese torbellino sentimental moldeaste tu mejor obra, “Back To Black” (Island, 2006), cuya sinceridad, transparencia y arrebato no fue obstáculo para que la mayoría de los que escuchábamos tus palabras e historias nos identificásemos con parte de tu íntimo dolor. Además, ¿cómo huir del conmovedor talento con el que nos inoculabas esa sangría de emociones?
Tu mito ya estaba creado y tu notoriedad ya había alcanzado los puntos más recónditos del planeta. Sin embargo, las piezas seguían sin encajar en tu puzle interior, y tú insistías en acoplarlas a base de una mortífera mezcla de alcohol, drogas y amor dañino. Ni siquiera la parada que realizaste en Jamaica para aislarte del mundo por un momento y pensar en tu siguiente álbum te sirvió de mucho… Sobre todo, porque los que se supone eran los protectores de tu carrera habían concluido que tu trabajo registrado allí no era el adecuado para tu público. ¿Qué sabrían ellos? Tú seguías siendo la de siempre, pero no te permitían plasmarlo con un estilo diferente. Si te soy sincero, en esa época te queríamos y te aborrecíamos a partes iguales por culpa de tus tristes hazañas, tus desmanes, las imágenes de tu decrepitud y el eterno retraso de tu nueva obra: las noticias que nos llegaban de ti no eran las esperadas. El fondo de tu pozo privado lo tocaste cuando mostraste al mundo que no eras capaz de sostenerte en pie, por enésima ocasión, sobre un escenario; lamentablemente, parecía que ya habías colmado el vaso de tu paciencia. Poco después, de tu lacrimal cayó la última gota que lo hizo rebosar.
Así que, dadas las circunstancias, se hace difícil aceptar que tu descubridor, Salaam Remi, y los mismos depredadores que habían despreciado tu independencia creativa hayan consumado su mayor deseo: aprovecharse de ti (con el permiso previo de tu familia), una vez desaparecida, para llenarse los bolsillos. Eso sí, venden “Lioness: Hidden Treasures” (Island, 2011) como un homenaje póstumo a tu figura y lo revisten de tesoro oculto, cuando realmente consiste en un artefacto (teóricamente, una porción de los beneficios de sus ventas irá destinada a la fundación que lleva tu apellido en su placa) que sólo ofrece versiones primerizas de algunas de tus composiciones, reinterpretaciones de temas ajenos y alguna pincelada inédita. Te estarás revolviendo en tu tumba… A pesar de todo, el aire jamaicano de “Our Day Will Come” (original de Bob Hilliard y Mort Garson), la calidez de “Between The Cheats” y el clasicismo de “Will You Still Love Me Tomorrow?” (de The Shirelles) se posan con ternura en los oídos y calan más hondo que la revisión con incursiones en el scat de “The Girl From Ipanema” o la lectura al alimón con Tony Bennet de “Body And Soul”.
Luego aparecen las tomas desnudas de “Tears Dry” (aún sin el “On Their Own” definitivo ni la base tomada del “Ain’t No Mountain High Enough” de Marvin Gaye y Tammi Terrell), “Valerie” o “Wake Up Alone”, que ayudan a confirmar el valor que guardaban en su interior para que pudiesen pertenecer después al corpus primigenio y extendido de “Back To Black”. La cumbre del despropósito de “Lioness: Hidden Treasures” (contando con la pésima elección del título de la compilación) se alcanza en “Like Smoke”, corte en el que se incrustó con calzador la voz de Nas, en un desesperado intento de atraer a aquellos oyentes que, por nula afinidad o juvenil ignorancia, aún no se habían acercado a tu breve pero intensa discografía ni a tu incipiente leyenda. Quieras o no quieras, les guste a los demás o no, tu nombre ya está envuelto en ese halo divino. Puede que ahora mismo estés respondiendo a ello con un díscolo “no, no, no”… Y yo te contesto, también por tres veces, en voz alta y con la cabeza erguida: “sí, sí, sí”.