¿Eres fan fatal de la película «Freaks»? ¿Hace tiempo que Tim Burton como que no? Pues entonces «Amor de Monstruo» es el libro que necesitas leer ahora mismo.
La culpa de todo la tiene Tim Burton. Y no digo que el mítico director lo haya hecho a posta… Pero, en serio, solo basta echarle un vistazo a su carrera para advertir cuál ha sido su jugada. Desde sus inicios, Burton nunca escondió sus referentes más oscuros, desde el «Freaks» de Tod Browning hasta las ilustraciones de Edward Gorey. Pero tampoco escondió esa voluntad de humanizar al monstruo, de convertir a Bitelchús en alguien tronchante y a Eduardo Manostijeras en un romántico empedernido. Poco a poco, el corazón ha ido ganando terreno a la alteridad, a la monstruosidad, a medida que el realizador conquistaba la industria cinematográfica más masiva.
Y la principal consecuencia de esta conquista de la masividad por parte de Burton no solo ha sido la merma de la calidad de sus films, sino algo mucho peor: la constatación de que, a día de hoy, por su culpa, todo el mundo entiende (o quiere entender) que un ser monstruoso seguro que tiene buen corazón y está repleto de emociones cálidas… Cuando, ¿es así realmente? Y, si es así, ¿ya no hay espacio para enseñarnos a seres monstruosos despreciables y abyectos como los de la ya mencionada película de Browning?
«Amor de Monstruo«, editado recientemente en nuestro país de la mano de Blackie Books, se publicó originalmente en el año 1989. Y, de hecho, su autora Katherine Dunn necesitó diez largos años para gestar esta novela río que aborda la historia de la familia Binewski. Esto quiere decir que nos encontramos ante un libro que, al haber sido concebido en los años 80, opera lejos de los cánones actuales de la monstruosidad… Y eso se agradece. De hecho, se agradece a la vez que resulta una colleja y un refrescante jarro de agua fría en la nuca.
Desde sus primeros capítulos, Dunn deja claro un hecho de vital importancia: la familia Binewski es una familia de monstruos. Están las siamesas unidas por la cadera, el chico pez y la enana albina y calva (que, de hecho, es la protagonista desde la que el lector recibe toda la historia que está por venir). También está el chico con poderes psíquicos, pero ese es mejor que no lo conozcan los normas (es decir, los humanos normales y corrientes, tal y como los Binewski los bautizan de forma totalmente despreciativa) porque podrían asustarse. O intentar hacerse con él para aprovecharse de sus poderes. Quién sabe. Los normas son seres despreciables.
Lo importante en «Amor de Monstruo«, sin embargo, no es la alteridad monstruosa de la familia Binewski, ni mucho menos. Lo importante es el orgullo que ellos mismos siente de su condición de diferentes, taly como afirma una de las siamesas en cierto punto de «Amor de Monstruo«: “Todos nosotros somos únicos. Somos obras maestras. ¿Por qué habría de desear que nos convirtiéramos en productos fabricados de serie? La única forma de distinguir a las demás personas es por la ropa que llevan”. Hasta aquí, bien. En pleno año 2019 no podríamos estar más acostumbrados a la exaltación de la diferencia, al empoderarse uno mismo a través de sus propios defectos y taras en vez de permitir que el entorno le hunda señalándole como diferente.
Pero entonces llegan la colleja y el refrescante jarro de agua fría. Los dos a la vez. Porque, a medida que Dunn va desplegando su historia contada en dos tiempos (uno en un presente en el que Oli, la enana calva y albina, intenta establecer contacto con su hija perdida mientras recuerda los tiempos «felices» -o algo así- de la familia Binewski al frente de la feria Fabulonia), hay una sombra insidiosa que empieza a apoderarse del ánimo del lector… Una sombra que le obliga a preguntarse: pero, espera, ¿y si resulta que toda esta pandilla de freaks no son majos y buenos y la intención de la autora no es mostrarnos la bondad de su corazón, sino dejar a la vista sus ponzoñosas entrañas repletas de maldad abyecta?
Y va a ser que sí. Katherine Dunn es totalmente implacable a la hora de tratar a sus personajes: se le intuye cariño hacia algunos de ellos, los más humanos (Oli y Chick, el niño psíquico), pero se intuye mucho más su sublime capacidad para mostrar cómo el éxito de la Fabulonia se erige sobre una trama de envidias familiares y putadas que se gastan los unos a los otros. Los Binewski desprecian a los normas, pero a veces se desprecian más todavía entre ellos mismos… Esta no es una historia de cómo una familia de freaks hacen piña gracias a su condición. Ni mucho menos. Esta es la historia de cómo una familia de freaks se autodestruye porque, más que freaks, no pueden dejar de ser una familia normal y corriente. Y ya sabemos todos cómo funcionan las familias normales y corrientes.
“Nosotros producíamos esta atmósfera y la transportábamos allá donde íbamos. La luz de la Fabulonia era la misma en Arkansas que en Idaho; la danza eléctrica patentada por los Binewski. La producíamos nosotros. Al igual que esa masa mucosa que para protegerse segrega un caparazón llamado «ostra», nosotros los Binewski exudábamos un refugio llamado «feria».» ¿Puede una ostra morir dentro de su propio caparazón? No entiendo nada de los hábitos de los moluscos bivalvos, pero me da por pensar que, sin una ostra muere dentro de su caparazón, su cadáver será mil veces más putrefacto y asqueroso. Y los Binewski, por mucho que sigan avanzando de ciudad en ciudad, tienden a comportarse como almas en pena, como zombies atrapados en su propia no vida.
Sea como sea, Katherine Dunn se revela como una autora magistral no solo a la hora de construir personajes fascinantes que devuelven la oscuridad al corazón de los monstruos, sino también a la hora de articular un microverso, el de Fabulonia, riquísimo en detalles estremecedores que, durante más de quinientas páginas, consiguen que el lector viva dentro de la feria, nunca fuera ni mucho menos por encima. A eso hay que sumarle un ritmo pausado y contemplativo que sabe detenerse en los hechos y en las descripciones sin resultar tedioso. Y que sabe también cómo alternar entre los dos tiempos, el presente y el pasado, para mantener una tensión pluscuamperfecta.
Ahora bien, si por algo resulta tan interesante leer «Amor de Monstruo» a día de hoy es por lo que tiene de alerta de una tendencia que hace ya algunos años que vivimos. Nos encontramos en la era de la ensaltación del diferente, con mil y una ficciones vendiéndonos la redención del freak: todos aquellos seres que de pequeños son apartados por diferentes están llamados a conseguir grandes cosas con su vida. Y puede que no sea así. Puede que todo monstruo tenga un lado oscuro. Puede que, de nuevo, nos encontremos ante una parábola similar a la descrita por la obra de Tim Burton.
“Tenemos una ventaja: los normas dan por sentado que somos sabios. Hasta los mayores desvaríos de un histérico bufón enano se tomaban como muestras de su astucia. Los monstruos somos como los búhos, un mito de fría e inhumana objetividad. Nos consideran inmunes a la tentación y a la mezquindad. Incluso nuestro odio es grandioso para sus escasas luces. Y cuanto más deformes nos ven, mayor es nuestra supuesta santidad.” Esto es lo que el chico pez afirma en cierto momento del libro para justificar el poder que él ejerce sobre los normas que vienen a rendirle pleitesía. Esta línea de pensamiento es, además, el desencadenante de la tragedia final que se llevará por delante a toda la familia Binewski.
Y así, sin ánimo de hacer spoiler alguno, lo único que puedo desvelar es que «Amor de Monstruo» de Katherine Dunn es un libro que tenemos que abrazar no solo porque nos devuelve una visión del monstruo que estábamos perdiendo de vista. Sino porque esa visión de la monstruosidad está mucho más en sintonía con una realidad en la que, igual que en su momento Disney nos hizo olvidar que los cuentos a veces tenían finales tristes, hay ciertas ficciones que nos están haciendo olvidar que los monstruos, monstruos son. [Más información sobre «Amor de Monstruo» en la web de Blackie Books]