Suecia fabrica ídolos pop alternativos con la misma eficacia que le permite ganar con frecuencia festivales apolillados como Eurovisión e idéntico ritmo con que IKEA nos engatusa con muebles minimalistas y Zlatan Ibrahimovic marca goles inverosímiles cuando juega con su selección. La última figura en alcanzar esa categoría ha sido la de la ninfa Amanda Mair (pronunciado ‘Mayer’), una adolescente que hace unos días cumplió la mayoría edad pero que lleva desde los cuatro años entrenando su dulce voz y perfeccionando su condición de multi-instrumentista. Su historia podría ser la de la típica vocalista-compositora precoz que, después de haberse formado en la correspondiente escuela musical, se propone, por su cuenta, aprovechar sus estudios académicos para adentrarse en el negocio e iniciar una carrera prometedora. Aunque, en su caso, su madre tuvo que darle un empujoncito para que se decidiese a registrar algunas cancioncillas. La casualidad familiar hizo el resto: el novio de su hermana conocía a Tom Steffensen (antiguo batería de Club 8), el cual recibió las grabaciones y se las trasladó al propio Johan Angergård (miembro de dicho grupo, de Acid House Kings y, lo más importante, capo de Labrador Records), cuyas agudeza auditiva y fina intuición lo llevaron directamente a pensar que se le presentaba la oportunidad de tallar la próxima gema del pop independiente sueco.
Resguardada bajo el paraguas de la infalible Labrador (la mejor discográfica posible para sus intereses) y apadrinada y producida por Philip Ekström (componente de sus vecinos The Mary Onettes), Amanda dio sus primeras zancadas en serio el año pasado, con sólo dieciséis primaveras, cuando publicó sus dos primeros singles: “House” (Labrador, 2011) y el arrebatador “Doubt” (Labrador, 2011), que la colocaron inmediatamente tras el rastro de Lykke Li. Al contrario de lo que sucede otras muchas veces, la inevitable comparación con su compatriota estaba más que justificada, por similitudes estilísticas e incluso físicas (Amanda podría pasar por ser la sobrina o la prima hermana de la firmante de “Wounded Rhymes” -Atlantic / Warner, 2011-); pero no tanto la relacionada con Kate Bush (otro de los nombres que salió a colación una y otra vez), hasta tal punto que la jovenzuela nacida en la minúscula isla de Lidingö decidió, además de reflejar determinados detalles de su carácter, mostrar su desacuerdo al respecto en el videoclip de su sencillo más reciente, “Sense” (Labrador, 2012), según las maneras de Bob Dylan en “Subterranean Homesick Blues”.
Vamos, que la niña, junto a la fotogenia inherente a la feminidad nórdica (incluida una diastema -separación de los dientes frontales- ideal para ser convertida en tendencia), enseñaba una madurez y un temperamento impropios de su tierna edad. Quizá, en cierto modo, esa seguridad interior formara parte de una estrategia de marketing diseñada para lanzarla al estrellato… Aunque los sentimientos y temores expresados en “Doubt”, uno lo de los cortes más sobresalientes de su breve trayectoria y también de su LP de debut, “Amanda Mair” (Labrador, 2012), gracias a la manera en que la melancolía escandinava se despliega bajo una cálida atmósfera, se exponen con la suficiente transparencia como para creer que Amanda habla con absoluta sinceridad a pesar de que su bagaje vital sea reducido. En esa misma línea, “House” (igualmente aterciopelada y sensible, con un piano protagónico) desmenuza una ansiedad amorosa que, en apariencia, poco tiene que ver con una cuita juvenil pasajera; y “Sense” (asentada en un dinámico y sugerente armazón de pop soulero cuya melodía bien podría haber rubricado la misma Anni B Sweet) parece actuar como un espejo en el que se ve reflejada la sensatez de su autora.
Con esos tres temas ya conocidos como referencia, y que auparon a Amanda Mair a la cresta de la blogosfera musical durante el último año, quedaba por comprobar si las nuevas canciones que la sueca incluiría en su homónimo (y varios meses pospuesto) álbum rayarían al mismo elevado nivel. Se rumoreaba que, al igual que habían hecho varios grupos y artistas de su país, la chica tiraría de arreglos exuberantes para adornar sus composiciones y darle el necesario toque exótico al repertorio, algo que sólo practicó en “Said And Done” (al introducir cuerdas de aires orientales) y, en menor medida, en “What Do You Want” (acariciada por una percusión tropicalista comedida). En el resto del minutaje, la escandinava no toma riesgos en la ejecución de su plan sonoro, aunque conserva el brillo de los tres singles comentados: tomando como arma su instrumento musical favorito, el piano, se desnuda emocional y vocalmente en “Skinnarviksberget” y “You’ve Been Here Before”, para luego abrirse de par en par en pasajes de nostalgia ochentera (una de las obsesiones del mencionado Philip Ekström…), como “It’s Gonna Be Long”, “Before” y “Leaving Early”, en los que Amanda dramatiza su lírica y afecta su interpretación relativamente mientras levita entre brumas ensoñadoras y etéreas.
La pizpireta sueca no aporta ninguna novedad dentro de la fecunda y alabada escena del pop femenino sueco y nórdico: otras ya hicieron algo similar antes que ella. Pero consiguió, con su radiante juventud, su fuerte personalidad y su luminosa materia prima, facturar un notable disco que la postula como la futura diva venida de la gélida Suecia para repartir amor, ablandar espíritus y aplacar diversos dolores de corazón. Gran mérito el suyo, al haber atendido sólo a buenos consejos y sin haber tenido que pasar por ningún concurso televisivo cazatalentos.