RESOLUTIONS / Alondra Bentley [75%]. Si otras cantautoras patrias de origen folk-pop se inclinaron por electrificar su discurso para salir de su zona de confort y acabar vistiendo ropajes (soft)rockeros, Alondra Bentley tomó una decisión diferente: cambiar el formato acústico por un pop elegante y sugerente que le sienta como anillo al dedo. Porque en “Resolutions” (Gran Derby, 2015), su cuarto álbum, la hispano-británica expone, por un lado, que su estilo tenía recorrido suficiente para ir más allá del manido y encorsetado concepto folkie gracias a unas cualidades artísticas sólidas y expansivas; y, por otro, constata que sabe elegir cuál es la dirección correcta a seguir. Aunque ha tenido un buen guía para lograrlo: Matthew E. Sweet, productor del disco que se la llevó a su estudio en Richmond (Virginia) y la rodeó de sus músicos habituales para propiciar el viraje sonoro descrito.
Con todo, no caigamos en el error de desviar la atención sobre los méritos de Alondra en “Resolutions”. En realidad, nuestra protagonista ya demostró a lo largo de su discografía su gusto por enriquecer sus composiciones con arreglos delicados y detallistas, aunque en este álbum revoluciona la tarea hasta transformar su nuevo trabajo en una caja de sorpresas por las novedades que ofrece desde su comienzo: las texturas sintéticas y minimalistas de “Pegasus” bastan para cerciorarnos de que escuchamos a una Alondra diferente… pero, a la vez, tan suave e hipnótica como siempre, con su espléndida voz llevando el bastón de mando. Este contraste entre formas renovadas y fondo reconocible se extiende a todo el LP, por lo que en determinados momentos resulta extraño comprobar cómo vienen a la cabeza escenas imaginarias en las que Alondra se pone al frente de Fleetwood Mac en “What Will You Dream” y “Our Word” o se transmuta en una Lykke Li más cálida y menos melodramática en “Effort And Joy”.
“Resolutions” no es sólo el reflejo del cambio estilístico de Alondra Bentley, sino también un punto de inflexión hacia la probable exploración de nuevos territorios sonoros.
Del mismo modo, es fácil pensar que el influjo de Matthew E. Sweet provocó que Alondra se arrimara al pop AOR de los 70 con alma country y soul de su amiga y apadrinada Natalie Prass en piezas como “Remedy”, “Mid September” y “When I Get Back Home”. Sin embargo, tanto esta analogía como las anteriores no diluyen la identificable fragancia personal de Alondra, la cual se torna solemne y enigmática en “The News” y estalla en una bella melodía decorada con cuerdas arrebatadoras en “Sweet Susie”, una de las cumbres (emocionales) del lote.
“Resolutions” no es sólo el reflejo del cambio estilístico de una compositora audaz, sino también el punto de inflexión de Alondra Bentley hacia la probable exploración de nuevos territorios sonoros. Una acción de la cual, seguro, saldría airosa.
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EL TELESCOPIO GIGANTE / Grushenka [73%]. Con sólo dos álbumes en su haber, Grushenka han logrado situarse en una posición destacada dentro de la escena independiente estatal. Si alguien tiene alguna duda de ello, que revise sobre todo su último LP hasta la fecha, “La Insoportable Levedad del Ser” (El Genio Equivocado, 2015), confirmación de sus habilidades grupales y comienzo de su meteórico ascenso. Por eso no podía llegar en mejor momento su siguiente referencia, el EP “El Telescopio Gigante” (El Genio Equivocado, 2015). Impulsados por la fuerte inercia obtenida, Grushenka han aprovechado la energía remanente para facturar un trabajo de extensión corta pero cuyo contenido exhibe que su evolución no fue flor de un disco.
La idea inicial de Xavier (voz y guitarra), Oriol (guitarra), Irene (bajo), Neil (batería) y Laia (teclado) antes de encarar la grabación de “El Telescopio Gigante” era sencilla: capturar en el estudio su sonido en directo, para lo cual registraron sus nuevas canciones de idéntico modo, a la antigua usanza, con todos los miembros de la banda tocando al unísono. Una intención que Grushenka han materializado sin cortapisas espoleados por las ventajas de la auto-producción, pero no con el objetivo de subir el volumen, aplicar mayor furia o inyectar grandes dosis de ruido a sus repertorio, sino para prolongar el libro de estilo seguido en el mentado “La Insoportable Levedad del Ser”: acabado limpio, abandono de la baja fidelidad y construcción de melodías distintivas que dan forma a un pop entre ensoñador y burbujeante.
Sólo queda esperar a que Grushenka den el próximo paso en su imparable marcha y quede en segundo plano el recurrente asunto de su insolente juventud.
A partir de esos elementos, “El Telescopio Gigante” se convierte en una especie de máquina del tiempo que traslada a Grushenka a la época en que el indie-pop miraba con un ojo al entusiasmo jangle y con otro a la aflicción dreamy y after-punk justo antes de que irrumpiese el shoegaze. En esa nebulosa sonora se balancean una pieza granulada de luz y color variables (“Círculo de Bellas Artes”), una dulce sacudida de melancolía nocturna (“Corazón de Acuarela”), un chispazo efervescente (“Tú Nunca Serás Superstar”), un tramo calmado repleto de calidez lírica (“Los Paseos por el Parque”) y una nota a pie de página: “Els Colors que Ningú ha Pogut Veure”, primer tema elaborado por Grushenka en catalán y una oda a la escritura automática aplicada a la composición.
Degustado este notable entremés, ahora sólo queda esperar a que Grushenka den el próximo paso en su imparable marcha y quede en segundo plano el recurrente asunto de su insolente (y, a veces, incomprendida) juventud. Al fin y al cabo, lo que debe importarnos es qué hacen y, claro, cómo lo hacen.
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LAS SILLAS VOLADORAS / Incendios [74%]. Después de ser editados el último disco de Atención Tsunami (“Que le Corten la Cabeza” -Récords del Mundo, 2014-) y el debut de Paracaídas (“Pensamiento de Paz Durante un Ataque Aéreo” -Récords del Mundo, 2015-), faltaba por ver la luz el correspondiente nuevo álbum de Incendios para que Récords del Mundo, el sello que nació para acoger a los tres grupos -diferentes pero, a la vez, interconectados entre sí a todos los niveles-, completara su primera trilogía discográfica. Así, se podría afirmar que “Las Sillas Voladoras” (Récords del Mundo, 2015) cierra el reluciente círculo sonoro que define a su disquera, adscrita al slowcore, el post-rock y el pop emocional.
Fijémonos en la tercera etiqueta, perfecta para describir la dirección estilística seguida por Incendios desde su estreno en largo, “El Cuerpo Humano” (Estoescasa, 2013), caracterizado por un sonido diáfano, ritmos cadenciosos, electricidad de cristal y sentimiento a raudales, todo ello hilvanado por el piano casi omnipresente y la radiante voz de Miguel Bellas. Junto a él, Iñaki Jiménez y David Moralejo (guitarras y sintetizadores), Rodrigo Sancho (bajo), Aarón Palazón (batería), Álvaro Marcos (sintetizadores) y Pablo Moreno (cello) toman en “Las Sillas Voladoras” esas coordenadas de partida para llevar a Incendios a una dimensión donde, otra vez, el grupo flota ingrávido entre pasajes conmovedores en los que el lirismo poético y sugestivo -desde el propio título de cada canción- invita al oyente a empaparse de su frágil sensibilidad.
“Las Sillas Voladoras” fluye como una sucesión de espejos que reflejan, acompasadamente, la luz del sol en un proceso que emite destellos cegadores y ondas hipnóticas.
Traslada esta sensación en su máxima extensión la terna formada por “Quiero Ser Como Bergman”, “Arde #2” y “Las Sillas Voladoras”, tres cortes sustentados en arpegios eléctricos mullidos y adornadas por arreglos de piano, sintetizador y cello que multiplican su halo evocador. Aunque, antes, “Desgrísteme” y “Teoría de Nubes” -la primera más espartana, de versos crudos; la segunda, más luminosa- agitan esa ambientación ensoñadora con sus comedidos arrebatos épicos.
“Las Sillas Voladoras” fluye como una sucesión de espejos que reflejan, acompasadamente, la luz del sol en un proceso que emite destellos cegadores y ondas hipnóticas a medida que se desarrolla. La segunda cara del disco lo acredita ampliando la paleta sonora del repertorio a través de la ágil “Disecar” y el ritmo sinuoso de “Arde #1”. Eso sí, la elocuente “Al Final Nadie se Salva” recuerda en el cierre que este álbum rebosa finura por sus cuatro costados. Un arte, el de la sutileza pop y post-rock, que Incendios manejan con personalidad propia -pese a sus confesadas influencias- hasta extraer de él toda su belleza elegíaca.
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