¿Por qué son tan relevantes las críticas literarias radiofónicas de E.M. Forster? Porque nos dan muchas lecciones de cómo debería ser la crítica actual.
Actualmente, existe todo un debate en torno a la crítica literaria en concreto y a la crítica cultural en general. Es un debate que, a diferencia de décadas pasadas, no se centra en cómo conseguir que esa crítica resulte relevante y sirva no solo para situar lo criticado en un marco cultural superior y más amplio, sino también para anclarlo a su propio tiempo. Es, por el contrario, un debate que se centra fundamentalmente en cómo mantener el interés y la atención de un lector (de críticas, pero también de libros) cada vez más disperso y difuso.
Todo el mundo tiene una opinión, e internet ha sido el lugar ideal para que todos demos rienda suelta a nuestras propias opiniones. Sin filtros. Con (a veces) más o (a veces) menos público receptor. Y resulta que, de forma poco sorprendente, vivimos un momento en el que ciertas personas anónimas que no firman en ningún medio de cabecera acaban teniendo una opinión tanto o más influyente que los críticos de toda la vida porque saben articularla de forma más certera y atractiva a golpe de tuit. Así que, imbricado en este paradigma, ¿qué relevancia puede tener un libro que recopila las charlas radiofónicas en las que un escritor de hace casi un siglo se dedica a criticar libros de su época además de algunos de los grandes clásicos?
Pues resulta que mucha. Tiene mucha relevancia. Y es que el escritor en cuestión es E.M. Forster, y las charlas recopiladas en «Algunos Libros» (tomo editado en nuestro país por Alpha Decay) son una magistral selección de todas las que locutó en la BBC entre los años 1929 y 1958. Curiosamente, el oficio de locutor de Forster se inició cuando ya había colgado su pluma de escritor. Atrás quedaban «Regreso a Howard’s End«, «Una Habitación con Vistas» y la sublime «Viaje a la India«. Y, de hecho, después de 1929, no volvería a escribir novela alguna por mucho que, por deseo propio, «Maurice» no se publicara hasta después de su muerte.
Pero, exactamente, ¿por qué es tan relevante aquí y ahora la crítica literaria de E.M. Forster? Porque, precisamente, no pretende ser crítica literaria. «Tampoco creo que estas locuciones puedan considerarse crítica literaria«, dice Forster en cierto momento; «La crítica es un trabajo muy sutil, y no es eso lo que he pretendido aquí. Mi objetivo ha sido recomendar libros a los oyentes y envolver esas recomendaciones con argumentos. Algunos de mis argumentos han provocado que los oyentes escribieran asegurando que no cogerían algunos de esos libros ni con pinzas, y que sus páginas jamás entrarían en sus casas. Lo considero una especie de éxito: la locución ha servido para que descubran dónde se sitúan como lectores en relación a la propuesta del libro, lo que entraba dentro de mis propósitos. ¿Qué hemos perdido? ¿Que el libro en cuestión no entre en la biblioteca de ese oyente en particular? Puedo asumirlo«.
El punto de vista de Forster siempre se pone al nivel del oyente, nunca por encima de él. ¿Y no es ese uno de los rasgos que ha acabado imponiéndose en la crítica cultural posmoderna que, si pretende ser leída, ha de hacerlo popularizando su discurso? No solo eso: el escritor sabe jugar con el lenguaje con una elocuencia, un salero y una ironía que ya quisieran para sí mismos los presentadores de televisión del nuevo siglo. Y es que, contra todo pronóstico (en el caso de que esperes seriedad extrema por parte de alguien como Forster), el locutor suele lanzar dardos bien cargados de un cachondeo finísimo que parece salido de cualquier pluma del periodismo de tendencias: «Puede que digan «No quiero una obra completa de Coleridge, ya tengo «Balada del Viejo Marinero» en alguna que otra antología, y con eso me basta. «Balada del Viejo Marinero» y «Kubla Khan» y quizá la primera mitad de «Christabel«: eso es lo único de Coleridge realmente interesante. El resto es basura, ni siquiera basura seca, sino sobre todo basura viscosa: es deprimente.» Así que, si les digo que esta nueva edición tiene seiscientas páginas, se limitarán a responder: «Pues cuánto lo siento…»»,locuta a propósito de Coleridge. Y, en otro punto, sigue con el chascarrilo: «A menos que esté usted especializado en poetas modernos y sus reacciones ante la vida contemporánea, no le recomiendo que compre este libro, pero si es socio de una biblioteca pida que lo compren«.
Forster democratiza la crítica literaria y la carga de una ironía que resulta ser precursora de una de las grandes certezas de la comunicación 2.0: si quieres que te lean (o escuchen), lo mejor será que tu mensaje sea divertido. Y «Algunos Libros» es divertido a la vez que pone todos los libros criticados en un contexto que comúnmente va cargado de reflexiones en torno a la actualidad cultural y al estado de la propia literatura. E.M. Forster tiene muy claro que el amor por los libros es algo que hay que transmitir a viva voz, y lo cierto es que se deja el alma para transmitir sus (altas y bajas) pasiones literarias: «La literatura es como un fuego y solo puede propagarse si alguien llega muy convencido hasta nuestra casa con una antorcha. La otra posibilidad es que el fuego prenda de manera espontánea, por accidente, en medio de la fría y oscura noche mortal, para consolar nuestras almas con una chispa de eternidad. Pero estoy seguro de que la literatura no se transmite administrada en pequeñas dosis«.
Y eso que, en las décadas en las que E.M. Forster realizaba sus charlas en la BBC, existía un temor que, visto en perspectiva, parece que es inherente a toda cultura. Ahora la gran pregunta es si los libros de papel sobrevivirán a los libros electrónicos y, de hecho, si internet dejará espacio -mental- para que alguien siga interesándose por los propios libros. En los tiempos de Forster, la pregunta era más bien si la radio se iba a llevar por delante a los libros. A lo que el escritor solo puede responder con realismo puro y duro: «Creo que es un error dar por hecho que los libros están aquí para quedarse. La raza humana no dispuso de libros durante miles de años y es perfectamente plausible imaginar que pueda prescindir de ellos en el futuro«. Pero eso no quita que se abstenga a la hora de advertir de los peligros de la tecnología galopante: «Tengo un reproche que hacerle a la tecnología: promueve la aceptación pasiva del mundo en lugar de impulsarnos a que lo veamos como una renovada maravilla«. Y, sobre todo, eso no impide que Forster argumente una y otra vez su amor por el medio y ofrezca motivos por los que este amor debería ser perdurable en el tiempo: «La lectura de libros posee un valor educativo que nada de lo que se invente podrá superar. Una persona bien educada es una persona capaz de concentrarse, y la mejor manera de aprender a concentrarse pasa por leer libros«.
Todo esto es lo que, como críticos, pero sobre todo como lectores, debemos aprender de «Algunos Libros» de E.M. Forster: que la crítica debe ser una manera de mantener viva la llama de la pasión por la literatura. Y que, para transmitir esa llama, los primeros en los que debemos pensar es en aquellos a los que van dirigidas nuestras críticas. Porque, tal y como dice el escritor, la literatura es ocio y el ocio nos eleva: «El auténtico propósito del ocio debería ser despertar a nuestra conciencia a las maravillas del universo en el que hemos nacido, comprenderlo un poco mejor, ayudarnos a desarrollar una voz capaz de hablar por ella misma, y adiestrarnos en el arte de escuchar a los otros cuando hablan. Si uno consigue estas metas se habrá convertido en una persona madura, en un ser humano; estará a salvo, podrá acudir todos los días a una fábrica y limar tantas impurezas de metal como sea necesario; estará protegido del embrutecimiento«. Nada más que añadir, su señoría. (Pero mucha crítica que escribir. O eso espero.) [Más información en la web de Alpha Decay]