Según el propio Aleix Saló, la re-edición de «Hijos de los 80» suponía el fin de una etapa… Sobre eso (y sobre la eterna crisis) hablamos en esta entrevista.
Hace unos meses, la editorial DeBolsillo decidía hacerle justicia a la primera obra de Aleix Salò: después de esa archiconocida trilogía formada por «Españistán«, «Simiocracia» y «Europesadilla» que ha ido ampliando poco a poco el campo de batalla de la actual crisis, muchos éramos los que todavía recordábamos que la primera vez que se nos encogió un poquito el corazón gracias a Saló fue precisamente con una obra que, desde su título, «Fills dels 80«, nos vendía una nostalgia que al pasar las páginas se convertía más bien en sonora colleja. Bueno, tampoco éramos «muchos» los que lo recordábamos: la tirada de aquel libro fue reducida y localista, ya que nunca salió de Catalunya. Pero, sea como sea, y visto en perspectiva, aquello no sólo fue el inicio de todo: fue el primer capítulo de lo que ya deberíamos considerar más bien una tetralogía. Por eso mismo, esta re-edición era el momento ideal para sentarse con Aleix Salò para echar la vista atrás y hablar de toda su carrera y de la coyuntura socio-política dentro de la que ha ido creciendo.
Desde entonces, sin embargo, ya han pasado varios meses: «Hijos de los 80» sigue en las estanterías, evidentemente, y la situación socio-política tampoco ha cambiado demasiado. Así que, amparándome en el «nunca es tarde si la dicha es buena«, retomo esta amena conversación que tuvo lugar en las oficinas de Penguin Random House de Barcelona, donde me encontré con alguien con quien no esperaba encontrarme: el exterior de Alex Saló es el que todos conocemos, el de un chico extremadamente joven, delgado y con una mirada de esas que queman un poco por lo que tienen de puerta a un cerebro que no para, que va a mil por hora. Lo que no esperaba, sin embargo, era encontrarme con un Saló que habla de forma pausada, sosegada, con una voz que tiene su propia profundidad de campo, que se permite unos dulces silencios reflexivos que ayudan a que, cuando las palabras salen de su boca, lo hagan con rotundidad sólida y certera.
Cinco años después, tres libros después, ¿qué se siente al volver la vista atrás y no sólo releer, sino volver a publicar tu primera obra? Sonaba extraño desde la óptica del autor. Porque tú, como autor, siempre estás mirando hacia el futuro… No me gusta ni volver a leer los libros que he hecho. Me gusta partir de cero. Dicho esto, y a partir de una propuesta muy sabia de esta editorial, me convencieron por varios motivos. Este libro sólo existía en catalán y estaba prácticamente descatalogado, porque se hizo una tirada muy humilde. La re-edición permitía ponerlo de nuevo al día, que volviera a estar accesible en las tiendas, que estuviera por primera vez en castellano, a un buen precio y, sobre todo, cerrar una etapa. Me lo planteé como un buen cierre de etapa que hiciera justicia a este libro, que lo pusiera al nivel del resto. Porque, claro, todo el mundo hablaba de mi trilogía: «Españistán«, «Simiocracia» y «Europesadilla«. Este otro libro, aunque yo siempre me lo había planteado como algo aislado, visto en perspectiva, se revaloriza: sigue una línea coherente con el resto de libros aunque sea una línea involuntaria. «Hijos de los 80» empieza haciendo una crítica con mucha mala leche de nuestra propia generación y, a medida que van pasando libros nuevos, la crítica se va redirigiendo hacia arriba, primero hacia los poderes españoles y acaba en los poderes europeos. Por otro lado, el libro nace en un contexto catalán, luego me voy a España y luego a Europa.
Al verlo así, tiene sentido que no hayas tocado el libro en sí. Otro autor habría cedido ante la tentación de actualizarlo, pero tú sólo añades un prólogo. ¿Crees entonces que el discurso de «Hijos de los 80» sigue siendo igual de válido? Sí que es cierto que esa opción la vi a la hora de hacer la re-edición: la opción de hacerle un juicio como una obra verde e inmadura que puedes acabar de pulir. Pero todo el mundo me dice que es un libro muy fresco, que es un libro redondo. Hay gente que incluso me dice que es mi mejor libro. Y yo me fío más de la opinión de los lectores que de la mía propia, porque yo veo mi obra demasiado de cerca. Así que decidí respetar el libro tal y como es… Porque, además, la frescura de la primera obra, de la inocencia y de la inexperiencia es difícil de reproducir. Ahora le doy más vueltas a las cosas, busco más matices, seguramente no soy tan beligerante. Pero piensa que la mala leche de este primer libro bebe mucho de lo que yo estaba leyendo en aquel momento, que es, sobre todo, Juanjo Sáez. A Juanjo Sáez siempre lo reivindico porque ha creado escuela y es genial, absolutamente contundente en muy pocas líneas.
Es interesante revisar los conceptos de “Hijos de los 80” cinco años después para pensar cómo van a afectar esos mismos conceptos a la generación que está creciendo con la crisis, que no es la misma que leía este libro cuando se editó por primera vez. Por ejemplo, ¿qué tipo de criaturas horribles crees que va a arrojar el sistema educativo actual? (Risas) No creo que sean peores que nosotros. Te podría decir que probablemente somos la primera generación en la que había habido una intencionalidad de modelarla desde abajo… Pero no sería cierto, porque el estado franquista hizo mucho. De hecho, hizo muchísimo más. Intentaron forzar un lavado de cerebro a nuestros abuelos y padres y les salió todo al revés: querían que todos fueran franquistas y salieron justo lo contrario. Pero es que, pensando en la generación actual y el sistema educativo, no sé que reflexión hacerte. Hay tantas… Y tengo miedo a enrollarme demasiado.
Hay una página de «Hijos de los 80» que me parece muy elocuente a este respecto: muestra la evolución de cómo han ido tratando los alumnos a los profesores generación tras generación, cada vez con menos respeto. Y aunque parecía que la cosa no podía ir a peor, yo diría que ahora este tema está incluso peor que hace cinco años… Es probable que esta deriva haya continuado desde que nosotros íbamos a la escuela. Pero todos hacemos reflexiones a partir de los ejemplos que hemos tenido a nuestro alrededor, y yo tengo primos que en su momento ya me decían que, en la escuela, reventaban puertas y las tiraban por la ventana. Así que a saber… Siempre hay un miedo, por defecto, a que los jóvenes que vienen sean peores que los que habían antes. Y la verdad es que creo que es injusto el trato que se le dan a estos temas desde los medios de comunicación: cuando un hombre de 50 años roba o viola o lo que sea, en los medios no hablan de «un hombre de mediana edad», sino directamente de «un hombre de 50 años». Pero si eso lo hace un chico, ya se habla de «los jóvenes». Hay una tendencia a meter en el mismo saco a toda esa franja de edad, y es una tendencia negativa. Cuando saqué la cabeza en los medios, yo ya era «la voz de los jóvenes». Si tienes menos de 30 años, eres «la voz de los jóvenes». Los medios van tan desesperados por conseguir opinadores de esta edad que en seguida te ponen como representante.
En todo caso, nosotros repetiremos lo mismo que nuestros padres: miraremos con desconfianza a los que vienen detrás y también diremos que son peores de lo que nosotros éramos. La diferencia es que, si algo nos ha marcado a los que nacimos en los 80, es que probablemente hemos sido los que hemos tenido una infancia más acomodada y con unas perspectivas de futuro más irreales. Nuestros padres, por ejemplo, empezaron muy abajo, pero su vida fue un crecimiento continuo. La educación, ya sea en la escuela o en casa, te inculcaba ese modelo y tu acababas pensando que tu vida sería también un crecimiento continuo. En este sentido, el gran trauma de nuestra generación no es habernos enfrentado a la escasez o a la precariedad, sino no haber estado preparados para ella. Nuestras expectativas eran tan altas que esto tenía que petar por algún sitio. El manual que nos pasaron se ha demostrado que no servía.
La cuestión es que nosotros crecimos con una ingenuidad muy bestia, con una visión del mundo muy naïf. Y a la generación que nos viene detrás ya no se les ha permitido esta ingenuidad… Yo creo que estas nuevas generaciones, evidentemente, no reproducirán el trauma de las expectativas no cumplidas. Los que nacieron desde los 90 hasta ahora ya llevan mucho tiempo escuchando hablar de la crisis. Ahora sí, no sé si ellos reaccionarán huyendo de la realidad, evadiéndose, o totalmente al revés, envalentonados, currándoselo el doble.
De hecho, el segundo capítulo de «Hijos de los 80» habla de esa primera posibilidad, de la cultura de masas como una huida de la realidad que hizo que nosotros creciéramos en una burbuja. Yo hablaría de evasión. La industria cultural no es unidireccional: ahí tienes a una Lorde, austera y cantando pop, y justo a su lado tienes a Nicki Minaj. Es la misma industria cultural la que te ofrece todas esas opciones, así que, por suerte, no todo el mundo mira lo mismo. Lo que sí que veo es que, en los últimos años, la cultura de masas ha exagerado más todavía ese rasgo de evasión. El eurodance, el Guetta a toda pastilla: es rollo «quiero que me revienten los oídos y quiero olvidarme de mi vida». Lo que es curioso, y la gente no se lo pregunta, es que no han salido músicas reivindicativas como sí que surgieron en los 70. No hay cantautores que describan en sus letras este momento histórico.
En este sentido, la cultura popular se ha desvinculado mucho de la vida política. En nuestra generación, y de eso me río continuamente en el libro, hay una obsesión constante por la nostalgia. El trauma de ver que el futuro es hostil hace que nos refugiemos en el pasado. Pero este refugio y esta nostalgia nunca son políticos. Siempre vamos a la cultura del entretenimiento: las series, los vinilos, las fotos de Instagram con filtros y estética antigua… Pero no recordamos políticamente ni nuestra infancia ni nuestra adolescencia. Nuestros padres, sin embargo, siempre que recuerdan su juventud la recuerdan politizada, haciendo manifestaciones, en la clandestinidad.
Supongo que todo esto tiene que ver con que la generación de nuestros padres vieron cómo sus idealismos políticos se rompían y se quedaban en nada. En cine, por ejemplo, sí que hay ahora una reflexión política del pasado, desde «Aprés Mai» de Olivier Assayas hasta «La Imagen Perdida» de Rithy Panh. Así que supongo que es normal que aquella generación acabara siendo… Descreída, ¿no? Es probable. Ahora quedaré muy pedante… (Risas) Pero Slavoj Žižek explica que el siglo XX es una constante de utopías, de generaciones y grupos que creen que hay un mundo esperándonos allá, un mundo que puede ser real una vez cambien las cosas. Que lo que estamos viviendo es temporal. Pero muchas de estas ideologías utópicas van derivando en pesadillas. Todos los grandes traumas y matanzas del siglo XX vienen de esos sueños que después resulta que no eran aplicables en la vida real si no era a través de grandes desastres. Ahora ya, según Žižek, sólo esperamos del mundo que se vaya manteniendo. No aspiramos a grandes cambios. Incluso las izquierdas más reivindicativas, pongamos Podemos, tampoco es que utilicen un lenguaje demasiado rupturista: a lo que aspiran es a limpiar el sistema de lo malo, pero manteniendo lo bueno.
Cambiando de tercio, cuando hiciste “Hijos de los 80”, la vivienda era el principio del problema y le dedicas uno de los capítulos más importantes… ¿Cómo lo ves ahora? La verdad es que, visto ahora, puede que ese sea el capítulo que se perciba como más antiguo, como que ha envejecido más. Pero eso lo has dicho tú antes: que el valor que tiene el libro es que el retrato que hace del pasado todavía es vigente. Válido o no, pero es vigente. Y después también hace un retrato del momento en el que se hace el libro, de un estado de ánimo. En ese sentido, el libro es un testimonio del año 2009. Al respecto de la vivienda, el libro deja algo claro que creo que se ha deformado con el tiempo: que la burbuja no fue una bonanza para todos, una bonanza que repartiera riqueza que, a su vez, desemboca en una crisis que reparte miseria. No. Nosotros, los hijos de los 80, ya veníamos bastante tocados de esa burbuja. Partimos de situación dura que como generación nos proporcionó muchas inseguridades, de ese manual que nos pasaron nuestros padres y que nos prometía que con 20 años ya deberíamos tener trabajo y vivienda. Y no lo teníamos. Es normal preguntarse: ¿tengo yo la culpa? Lo que decía: partimos de esas inseguridades a las que se le suma la crisis. El libro hace una sátira de la vivienda porque la vivienda condensa tantas cosas… Ya no es sólo cuestión de ¿compro o alquilo? Es una cuestión de modelos de vida, de que ese manual de instrucciones de nuestros padres se revela como una fórmula perdedora a larga. A día de hoy, hacer planes a diez años vista es totalmente contraproducente. Vamos, que ese capítulo tiene muchas lecturas.
Otro de los capítulos cuyo material de partida ha evolucionado más es el de la situación laboral… ¿Tú crees que ha evolucionado? ¿O estamos igual?
Hombre, hemos evolucionado hacia peor. Con lo de la vivienda por lo menos podíamos pensar que la crisis haría que los precios bajaran (aunque no haya sido así). Pero lo del trabajo ha ido cada vez más cuesta abajo. Claro, cuando hice el libro, lo de ser mileurista parecía una condena. Ahora tienes a gente cobrando 400 euros. Y lo más crudo es que la cosa no va a cambiar. Todos los pronósticos optimistas que se hacen tienen que ver con que la bolsa crece, que la viviendo vuelve a subir precios… Muy bien, perfecto. Pero ¿y el paro? No es la prioridad. Por mucho que los políticos digan que sí, no se está haciendo nada a este respecto.
Después de publicarse «Hijos de los 80», hemos vivido varios intentos de revolución que tú ya vaticinaste como inofensivos. Pero igualmente parece que la gente va tomando consciencia poco a poco, que va cambiando… ¿Hay esperanza? Sí que estoy de acuerdo en que hay mucha gente que empieza a tener esperanza por vez primera. Dentro de la evolución de la crisis, primero vino el shock, luego hay un momento de olvido, en el 2010, cuando España gana el mundial y parece que la crisis está superada…
Pero es que al principio era alucinante: cada año decíamos que al año siguiente ya estaba, que ya se había acabado la crisis. Creo que fue en el 2011 cuando por fin tuvimos que admitir que esto iba para largo… Es que en el 2011 hubo otra nueva debacle porque, de pronto, las cajas españolas estaban llenas de mierda. Es que esa es otra: somos un país que tardamos mucho en darnos cuenta de los problemas. Sea como sea, es en el 2014 cuando veo que la gente por fin pasa de estar indignada a arremangarse y decir: vale, si no lo arreglan ellos, lo arreglaremos nosotros. Eso ha dado pie a que, por primera vez, y en un contexto muy desilusionante, empiecen a haber algunos puntos que hacen posible un poco de esperanza. Tú creerás o no, pero ahora mismo tenemos a Podemos, los grupos de Guanyem Barcelona y paralelos y los grupos independentistas. Estos tres proyectos son los únicos que generan ilusión, entre otras cosas porque son lo suficientemente indefinidos para que sean lo que tú quieras que sean. Yo siempre he preguntado a independentistas o a gente de Podemos, y cada uno tiene una lectura diferente de lo que creen que pasará cuando lleguen al poder, pero tampoco está demasiado claro. Mi opinión personal a este respecto tampoco puedo dártela porque sería muy larga, pero ¿creo que hay esperanza? Bueno, creo que vamos en la buena dirección. En el momento en el que se ha politizado una generación que no estaba politizada, eso es que el camino está bien marcado.
En todos tus libros siempre me resulta interesante cómo conviertes parte del problema global en una arma para luchar contra ese mismo problema. Por ejemplo, tu tono cómico… En un mundo en el que todo nos lo tomamos a chanza y en el que la seriedad se mira con recelo, ¿es el humor la mejor vaselina para introducir un discurso serio en la cabeza de la gente? Tú lo has dicho muy bien: la vaselina. Yo siempre digo que es el lubricante, pero la vaselina es más gráfico (risas) porque la materia que yo trato es farragosa, a veces es pesimista, a veces es alarmista. Y el dibujo, el humor transformado en imágenes, dulcifica todo eso y lo hace más digerible. He ido haciendo más complejo mi lenguaje en los últimos libros y, la verdad, en algún momento me he preguntado que, si tantas ganas tengo de meter matices, ¿por qué no hago un ensayo sin dibujos? Pero intentaba imaginarme mis libros sólo con texto y, de repente, pasaba de ser un humorista gráfico que ofrece muchos datos a ser directamente un ensayista mediocre.
Pues yo no lo veo así. Yo creo más bien que lo que consigues al dar tu mensaje con imágenes es llegar a un público que nunca se acercaría a un ensayo. Bueno, también estoy de acuerdo con eso. A ver, a veces podríamos decir que el humor es una coartada que te permite reírte de situaciones que son duras. Pero, bueno, el humor que no falte, porque nos ayuda a reírnos de nosotros mismos, a reírnos de la gente en el poder…
Al fin y al cabo, lo que haces es hablar en el código imperante. Evidentemente, en el 68 tenían otro código: todo el mundo entendía de política y te podían recitar sus respectivos panfletos. Ahora, sin embargo, el humor es el código en el que nos comunicamos. Dicho de otra forma: mi obra es un producto del momento histórico. Tiendo a un registro ligero porque es lo que impera. Y esto lo hablo con los libreros: en la época de la que tú hablas, entrabas en una librería y todo era chicha «pa» cortar. Pero, ahora, entras en una libra y todo son colorines, dibujitos, yo fui a la EGB, ja ja ja (risa irónica)… Y eso es lo que se vende. Yo soy hijo de este momento histórico y, siendo muy consciente de que no substituiré nunca a los libros más académicos, sí que intento coger a toda esta gente e intentar que se atrevan con lecturas más complicadas. Mi trabajo no es un punto y final, sino que es un puente. O eso me gustaría pensar.
Un segundo problema convertido en arma podrían ser las redes sociales e Internet. Has sabido utilizarlas no sólo como canal de promo, sino como herramienta adicional a tu discurso. ¿Sin Internet tu éxito no hubiera sido tan grande? Digámoslo más claro todavía: la repercusión de mi trabajo es en su mayor parte gracias a los vídeos de animación. Gran parte de gente lo que conoce son los vídeos, y los libros quedan detrás, en un estadio inferior para esas personas a las que les gustan los vídeos, investigan y descubren que también están los libros. Hay quien me dice que tengo un estilo muy característico, pero yo prefiero pensar que tengo carácter, porque el carácter incluye el estilo y también la táctica que utilizas para llegar al público. Hay muchos canales para llegar al público, y el autor tiene que elegir cuál utiliza. Orgullo y Satisfacción, por ejemplo, es la revista hecha por los autores que salieron de El Jueves: es importante el contenido de la revista, pero también es importante el contexto en el que surgió, cómo la compras, esa compra en la que no hay intermediarios… En mi caso, la forma en la que utilizo las redes sociales para llegar a la gente, la forma en la que condenso el libro en un video, todo eso forma parte de mi carácter.
Y ya para acabar, has dicho antes que poco a poco has ido abriendo el círculo de lo que tratas en tus libros: primero Catalunya, luego España y finalmente Europa. Así las cosas, ¿cuál es tu siguiente reto? La verdad es que, al pasar a Europa, entendí mucho mejor Catalunya y España. Pero también entendí que necesitaba mirar al mundo. Igual que las generaciones las describes en contraposición a otras generaciones, los continentes los describes en contraposición a otros continentes. Es más: la primera gente que tuvo una percepción de que todos los europeos éramos iguales fueron precisamente los árabes y los turcos. En este sentido, mi curiosidad va en esa dirección: estamos en un mundo globalizado y en el que hay una Unión Europea que responde a esta globalización. La Unión Europea nace para sumar fuerzas y enfrentarnos a este mercado cada vez más competitivo. Me gusta ir al hueso de los problemas, y la trayectoria que he ido siguiendo me lleva a pensar que no puedo entender el mundo en el que vivimos si no entiendo la globalización.