Todo aquél que tenga que soportar su día a día a base de Prozac o tirar de psicólogos o psiquiatras, manuales de autoayuda y extravagantes remedios on-line, bien haría en detenerse un momento, colocarse ante un espejo y echarse un vistazo. Si de fondo suena una banda sonora adecuada para tan trascendente momento, mejor que mejor. Alguien debería publicar un estudio (seguro que ya está hecho) sobre las propiedades terapéuticas de la música. Quién no lo reconoció alguna vez: si toca retorcerse entre lágrimas o regodearse en la mayor de las miserias, que sea con una buena canción. Eso sí, triste. Porque las melodías y las voces alegres no ayudarían. Para salir del pozo hay que tocar fondo para luego impulsarse con fuerza. Puro masoquismo emocional.
La bilbaína Ainara LeGardon es una experta en jugar con ese dolor, darle mil vueltas y pegarle una patada para lanzarlo lejos. Eso no es agresividad, sino valentía. La que le falta a toda esa nueva generación patria de cantautoras que fue creciendo en los últimos años, representada por Russian Red, Anni B. Sweet o Alondra Bentley. No se trata de dudar de su valía o calidad, sólo que no alcanzan el nivel de credibilidad y profundidad cuando se requiere abordar el lado oscuro de las cosas. Además, también da un poco de rabia ver como esas niñas se llevan todo el pastel y Ainara, con una larga trayectoria a sus espaldas (primero al frente de Onion y, desde hace siete años en, solitario), continúa en la sombra tras haber facturado “In The Mirror” (Winslow Lab, 2003) y “Each Day A Lie” (Winslow Lab, 2005).
Ahora llega, tras un largo paréntesis, “Forgive Me If I Don’t Come To Sleep Tonight” (Winslow Lab / Aloud Music, 2010), producido mano a mano entre ella misma y Paco Jiménez. Un paso adelante en el folk-rock denso e intenso de sus anteriores discos pero que no abandona las referencias norteamericanas de Cowboy Junkies, Joni Mitchell, Lisa Germano o Cat Power, ni las francesas (qué bien se les da este género), como Keren Ann o Françoiz Breut. Su portada, un corazón hecho a base de retales mal cosidos, da a entender la atmósfera que desprende el universo particular de Ainara: de fragilidad, miedo, sensibilidad, tormento… Aunque una vez que se pone atención a sus palabras afloran rabia, reproches y esfuerzo por autoafirmarse. Una lucha de contrarios que dibuja los renglones entre los que cada individuo redacta su vida. Del mismo modo se escribieron las letras de este disco.
Mirar atrás suele servir para pasar página y encarar el futuro. O, simplemente, se hace como acto de redención. “Weightless” y su solitaria guitarra transmite lo que se puede sentir durante ese proceso, en el que siempre hay algún aludido al que dirigirse. Quizá una segunda persona, como ese constante you en “Sickness”, que intenta destapar al culpable de la situación a medida que la canción crece, sobre todo cuando interviene Javier Díez-Ena y se altera el estado aletargado de sus casi cinco minutos. Lo mismo que sucede en “The Third”, de sonido inquietante (gracias otra vez a Díez-Ena, a la batería de Alfons Serra y a la aportación, ¿involuntaria?, de Paco Jiménez) y cuyo título y breve letra ahonda todavía más en la complejidad de las relaciones personales. Entre medias, Ainara trata dos asuntos imposibles de separar de su música: la muerte y las tierras del frío y la lluvia. Cuando habla del primero (en este caso, metafóricamente) demuestra su ímpetu y arrojo (“The Death Most Desired, “Your Own Dirt” y “The Morning Of The Earthquake”) y se convierte en una particular PJ Harvey del norte. Precisamente un lugar del que nunca se olvida, y por el cual es capaz de relativizar el peso de su registro en “I Won’t Forget”. No así en “Knowing”, que se sirve de esas raíces personales para volver sobre los pasos ya dados en torno a lo fácil que es traicionar sentimientos que se suponen verdaderos. Ni siquiera hay espacio para el optimismo en el corte final, “Stained Sounds”, en el que se destruye el mito de que la primavera favorece el amor.
Para Ainara, las buenas acciones, deseos o pensamientos no son más que encontronazos con la cruda realidad. Por mucho empeño que se ponga, nunca llegarán a nada. Debe de ser por eso que todo lo que pertenece al ser humano, material e inmaterial, está construido como el corazón de la carátula de este álbum: a base de remiendos. Y en blanco y negro.