La editorial portuguesa Não edições publica «Adilia Lopes Lopes», el último libro de Filipa Leal: un diario de caídas y equilibrismos, otra forma de reconocerse.
Escribe Gonçalo M Tavares que un poema no es algo que aparece y se pone en tu día como un condimento sobre tu comida. Que la vida de una persona no tiene material semejante a nada que conozcas. Que existir es estar hecho de piezas imposibles de copiar. Algo parecido tiene que ser escribir: estar hecho de piezas imposibles, de ejercicios de calentamiento, de lecturas y accidentes. Una tarea nada fácil.
En este libro, Filipa Leal lo confiesa: no sé si este ejercicio me hace bien. Y es que «Adilia Lopes Lopes» no es un poemario cualquiera. Es una declaración de intenciones, un parte de guerra, una recopilación de heridas, una especie de ejercicios esquizofrénicos, como lo denomina João Concha, el editor.
Porque es en la caída donde nos reconocemos. En picado, sin miedo, Filipa Leal se busca a través de la figura de la poeta que admira, la mujer que es el centro y objeto de su tesis: Adilia Lopes. Este es un libro que la poeta se había prometido a sí misma no publicar nunca. Un libro, como ella insiste, que no se escribió para ser leído.
Entonces, ¿por qué publicarlo?
Imagina homenajear a tu poeta preferida, titulando tu poemario de la misma forma que un verso suyo y que en una reedición lo cambie porque piensa que es malo. Sí. Vas a la librería, ves el libro, buscas el verso… y compruebas que ya no existe. Eso es exactamente lo que le pasó a Filipa Leal con este libro. Adilia Lopes cambió el título «Florbela Espanca Espanca» en una reedición por otro, por «Versos verdes«. Y es que este libro, enorme, preciso e impoluto, rodea y encapsula las diferentes etapas y los temores de la vida de Filipa Leal. Un ejercicio quirúrgico consciente y decidido. Una impúdica forma de hurgar esas piezas imposibles, un uso nada convencional de poner al microscopio la anatomía del otro para reconocerse. Una excelente confirmación del desastre.
3.
No tengo cucarachas en casa
pero hay una cantidad enorme de cucarachas
tontas
dentro de mi cabeza
que se niegan a salir
porque están convencidas
de que aún he de escribir
un buen poema
sobre ellas.
8.
No tengo gatos en casa
pero sí amé a una persona
que tenía dos gatos.
Mantuve, con esos gatos,
una relación estable.
Hasta les ofrecí un ratón peludo
de cuerda
cuando mi amor les compró, por engaño,
comida de perro.
15.
A veces, cuando cenaba con amigos
de amigos,
iba por el camino pensando
blanco o tinto
porque era de las pocas cosas
en la vida
que podía elegir.
28.
Tal vez por culpa de Luísa,
no conservé del colegio amigos de infancia.
Crecí entre mis primas,
en la quinta de los abuelos.
Un día hicimos nuestro escondrijo
en la pocilga ya vacía de animales.
En una pared pintamos el sol,
en la otra la luna,
y nos encerrábamos en aquel cubículo,
a fumar cigarros robados a los padres,
como quien comienza a preferir el arte
a la naturaleza.
(*Traducción del portugués de María Mercromina)