Muchos de nosotros todavía recordamos el primer LP de Actress, «Hazyville» (Werkdiscs, 2008), como una auténtica evocación suburbana que marcó un punto de inflexión en la electrónica experimental moderna, algo así como una bocanada de aire -porque era necesario- pero sin ser fresco ni oxigenar. «Hazyville» empezaba ya a desdibujar los confines del género, y empujando a la vez a quien lo escuchaba hacia una especie de dimensión cavernosa, oscura y asfixiante de la que no podía salir ni tu mismísima madre. Les siguieron el notable «Splazsh» (Honest Jon’s Records, 2010) y «R.I.P.» (Honest Jon’s Records, 2012), al respecto del cual Cunningham citaba el «Paraíso Perdido» de Milton como influencia principal, dejándonos de nuevo con la mandíbula en el suelo. Si algo había conseguido Actress fue impulsar una reconfiguración del techno y el house que singularizó su rúbrica en una era en que diferenciarse ha acabado por resultar cosa de genios o bien de oportunistas. Por eso, cuando se anunció «Ghettoville» (Werkdiscs, 2014) como una secuela de su primer disco, algunos de nosotros vibramos. De verdad. El olor a fin de ciclo empezó a emanar (el críptico comunicado de prensa soltaba frases del tipo «the birds look back into the cage they once inhabited«, que sugerían el adiós definitivo del proyecto), pero también una creciente curiosidad por oír lo que nos depararía este cuarto álbum que resulta ser, como todos los demás, un viaje a lo más profundo, intrincado y pesado del universo cerrado de Cunningham. Y todo ello sin reiterarse.
El álbum se abre con la quebradiza y agobiante «Forgiven«: una noche oscura del alma con líneas de bajo retumbantes, sintetizadores sucios y efervescencia lo-fi digital. El tema funciona, a la vez, como una carta de presentación: casi antes de escucharlo, es deducible que aquí no habrá apogeos, ni mucho menos chumba-chumba efectivo para que levantemos los brazos, zapatilla en mano, en delirio extasiado. No. «Ghettoville» es un campo de minas cerebral, donde los temas se escabullen y los sonidos se sugieren en lugar de declararse, faltados de la coherencia lógica y la fluidez clásica de tantos otros álbumes del género. No es un álbum fácil de escuchar, ni fácil de definir ni ubicar. No es el álbum que pondrías a una reunión familiar a la hora del té ni en tu fiesta de cumpleaños a la hora del pastel, por decir algo. «Ghettoville» es la caja de Pandora del techno.
La masa amorfa que es «Forgiven» es sólo la primera capa de esta yuxtaposición tóxica, la antesala al paisaje nocturno y perturbador que va tejiendo a base de texturas y sonidos aleatorios (lluvia, trenes y pájaros de fondo) y serpentea hacia los beats subterráneos de «Street Corp«. La primera reminiscencia obvia de «Hazyville» llega de la mano de «Corner«, cuyo groove pegadizo y su tendencia a eso que algunos llamaron wonky en su momento conduce al desierto de «Rims«: bajo, lo-fi y sugestión con una incolora base 2-step que Cunningham manipula cómo y cuándo le da la gana, frustrando al personal que no ha entrado ya en el trance (nota: a la segunda escucha, ya no hay escapatoria).
La habilidad de Actress para arrastrar los temas queda patente en los siguientes cortes del álbum. Si bien hasta ahora habían servido de introducción, la inquietante «Birdcage» marca un punto de inflexión. Incluso cuando el tempo se dispara, como en la susodicha, «Skyline» o la enorme «Frontline«, «Ghettoville» sigue desintegrándose en las lóbregas negruras, aunque con destellos de luz puntuales que contrarrestarán temas como «Our» (la más fresca del disco), «Gaze» o la onírica «Don’t«, esta última con crudo loop vocal («Don’t stop the music«). En este caso, la decimotercera canción del disco otorga el contrapunto humano que encuentra su recipiente en la viscosidad de «Rap» y la más irregular «Rule«, sample comprimido incluido. Epílogo bizarro para un disco redondo.
En general, la progresión del álbum es una deconstrucción delicadísima del universo de «Ghettoville«, y es a su vez un intento desesperado, incluso optimista, de emersión a la superficie y de purgación. El increíble goteo de estilos presentes en el LP, lo que vendría a ser una sinécdoque musical (también reflejada en la portada y los títulos de las canciones, resistentes a cualquier tipo de significación universal), hace de este álbum una auténtica rareza y, a su vez, un hijo clarísimo e inevitable del siglo XXI. Si pudiéramos escuchar el sonido del submundo, pongo mano en el fuego que sonaría exactamente así.
[Carlota Surós]