Hace un par de semanas se podía leer en esta sección la revisión del último trabajo del músico neozelandés James Milne (Lawrence Arabia), “Chant Darling” (Bella Union / Nuevos Medios, 2010). En su parte final, se hablaba de la doble influencia de las peculiaridades geográficas a la hora de componer una canción o elaborar un disco: pueden servir como medio inspirador o como vía de escape imaginaria en busca de lejanos espacios más favorables. Esto último fue lo que debió de pensar el australiano Aaron Thomas, y no sólo pensarlo: lo llevó a la realidad, cuando con dieciocho años se dio cuenta de que su pueblo natal, Hobart, se le quedaba demasiado pequeño. Su destino fue nada más y nada menos que Ucrania, donde se convirtió en boxeador semiprofesional. De allí saltó a Los Ángeles, ciudad en la que decidió seguir el linaje musical familiar, iniciado por su padre biológico (guitarrista con algunos discos publicados en su país natal) y perpetuado por su padrastro, Lonnie Lee, toda una leyenda del rock & roll sesentero en Australia. Tras la aventura californiana llegó a Madrid, que convirtió en su lugar de residencia habitual. ¿Qué tendrá España que atrae por igual a rockeros incorruptibles como Joe Strummer (Granada) y a bardos del mejor pop-folk estadounidense, véase Josh Rouse (Valencia)? Las respuestas pueden ser tan tópicas que mejor no mencionarlas.
Las vivencias de esa pintoresca travesía se resumían en el primer trabajo del que ya podemos considerar nuestro paisano (y no sólo porque hable perfectamente español): “Follow The Elephants” (Everlasting, 2008). El repentino, aunque modesto, éxito de su pop ligero tamizado por notas de folk hizo que incluso se pudiesen escuchar las palabras y la guitarra acústica de Aaron en algún que otro programa matinal radiofónico generalista (vamos, fuera de la órbita de Radio 3 y similares). Toda una sorpresa que se volvió a repetir tras el lanzamiento de “Made Of Wood” (Everlasting, 2010). Esto viene a cuento porque, por una vez (bueno, dos), se colaba entre las ondas hertzianas españolas de mayor audiencia la música que se supone que debería sonar con más regularidad. Por desgracia, no fue más que un espejismo de unos cuantos minutos. Si este mundo fuese ideal, “Ghosts In Your Apartment” y su estribillo (¿Me recuerda a otra canción? ¿A varias a la vez?) harían una grata compañía a través de la FM a cualquier hora del día. Al igual que “Saw Your Photo”, recomendada para, después de tirar el despertador contra la pared, levantarse de la cama con buen ánimo. Vale, esto queda ñoño, pero funciona, en serio… Debe de ser por el tono con el que canta Aaron, ése con el que se deberían dar las malas noticias. No resultaría tan duro, a pesar de que a veces su forma de expresión recuerde demasiado a Jeff Buckley, pero sin su carga hiperdramática.
Se nota la sabiduría del islandés Valgeir Sigurdsson (Björk y Bonnie ‘Prince’ Billie, entre otros) en la producción, ya que conduce con suavidad la voz y los instrumentos a terrenos cercanos, por una parte, al David Bowie más contenido (“Made Of Wood”), y por otra, al malogrado hijo de Tim Buckley (“A Pass In The Mountains”, “Ticking And Tocking”) cuando trata de adquirir aires trascendentales. Pero no todo va a ser azúcar y algodón, aún nadando entre cierta melancolía. Si es necesario, Aaron se desata en la interpretación de las letras para sacar a relucir de alguna manera su adn rockero: “Black Umbrella” y “Why Would You Call Me?” Y, al mismo tiempo, muestra su querencia por los esquemas más clásicos. Ahí entran en acción la percusión y los metales para recuperar el espíritu de la beatleliana “When I’m Sixty-Four” en “The Family Tree” y “Hotel Doors”, para luego saltar al ambiente sureño norteamericano de “Trophy Wife”.
No sería mala idea que alguna cadena de televisión contratase a Aaron Thomas para dar la predicción meteorológica a base de canciones. No por su cara bonita, sino porque con un disco como “Made Of Wood” dan ganas de pensar en que por fin llegarán días más soleados y brillantes. Y eso que este álbum se grabó en su mayor parte en Reykiavik (sí, el chico salió viajero). Aunque casi da igual la capital islandesa que España… con la que está cayendo por aquí.