El Americana Film Fest 2016 podría haberse limitado a ofrecer visiones positivas de la sociedad yanki… Por suerte, también ofreció visiones negativas.
En tres días cortos pero intensos (si no contamos el jueves de inauguración con «People, Places, Things«, que también pudo verse el sábado), descubrimos lo agradecido que es tener un festival cortito en medio del año que haga desconectar de todo y de todos para adentrarte en otro país a través de películas… Porque si algo tiene el Americana Film Fest es que nunca da una imagen idílica de Estados Unidos, sino que no escatima en visiones negativas igual que tampoco se ahorra las positivas. En general, el festival ensambla un collage compuesto de dramas, comedias, cuentos sobre la amistad, historias de terror y documentales de aún más terror.
Abríamos el viernes con «Cronies» de Michael Larnell, que resultó ser un poco más drama y un poco menos comedia de lo esperado. Con un tono de falso documental (que, de hecho, se revelaba «falso» porque las carencias de algún que otro actor lo dejaban entrever por momentos) se mostraba como una reflexión sobre el balance entre las responsabilidades de la madurez y las memorias de la infancia en la amistad. En un reflejo de la vida en el ghetto americano, a veces el ritmo baja hasta ver la vida pasar, pero se aligera lo suficiente durante el tramo final, consiguiendo expresar el mensaje de la película sin resultar demasiado obvia.
También pudimos ver una de las grandes favoritas del público con sold out (o a punto de sold out) en ambas sesiones: «Tangerine«. Acelerada, saturada y con dubstep a todo volumen, «Tangerine» cogía el dramón que se anunciaba en la sinopsis y lo convertía en una comedia negrísima. En ella, tres historias se entrelazaban en una víspera de Navidad tan soleada como sólo Los Ángeles puede ofrecer: la prostituta transexual Sin-Dee Rella acababa de salir de la cárcel para enterarse de que su novio y chulo le había estado poniendo los cuernos, mientras su amiga y compañera Alexandra reúne asistentes para el concierto que debe ofrecer aquella noche. Al mismo tiempo, Razmik, un conductor de taxis amigo de las dos prostitutas, huye de una cena de Navidad con su suegra para intentar pasar la noche con una de ellas. Divertida y fresca, «Tangerine» no pretende hacer ninguna reivindicación LGTB ni denunciar ningún problema social. Y es que quizás su mayor avance social sea erigirse como una oda a la precariedad de los medios, puesto que está grabada con un iPhone. Sea como sea, nada de eso impide que lo de Sean Baker sea un peliculón.
Para acabar el sábado, otra que esperábamos impacientes: «Krisha«, de Trey Edward Shults. Tensa como ella sola y manejando a la perfección la cámara y (en especial) el sonido, el film atrapa dentro de una atmósfera completamente atosigadora el no tan raro hecho de tener un familiar algo colgado que te fastidie por completo una cena de Acción de Gracias (lo que en nuestro país podría ser perfectamente la cena de Navidad). En «Krisha» lo que no se cuenta tiene casi tanta importancia como lo que sí, y depende de cada uno armar el puzzle de lo que está ocurriendo en pantalla y lo que ha ocurrido previamente para dar explicación al caos. El sonido de un compás marca el ritmo meticulosamente y lo rompe todo con la misma precisión.
Estrenamos el sábado con «Digging for Fire» de Joe Swanberg, film que esperábamos como la menos “indie” de la edición dada la cantidad de caras conocidas que se prometían en ella: Brie Larson, Sam Rockwell, Anna Kendrick y Orlando Bloom. Lo gracioso es que todos estos actores aparecen poquísimo, casi como cameos, pero cuando lo hacen -especialmente Sam Rockwell y Anna Kendrick– se comen la pantalla. La idea es muy interesante: terapia de pareja con cada una de las partes encontrándose a sí misma través de un fin de semana -a su manera- emocionante. Los primeros diez minutos de film y el propio título (traducido literalmente a “Cavando a la Búsqueda de Fuego”, que en español se traducirá al aún más obvio “Reencontrando el Amor”) dejaban intuir lo que pasaría en la siguiente hora y media, algo que acaba por sobre-explicarse en el tramo final. Y aunque «Digging for Fire» sea amena y disfrutable, deja la sensación de que no sobrevivirá al paso del tiempo.
«Blood Brother» de Steve Hoover cumple con su cometido: ser un documental excesivamente emocional y morboso sobre los niños con VIH en India (y un joven americano que les cuida). Podría ser este su pecado si el tema a tratar no requiriese todo lo dicho, pero en lo que «Blood Brother» falla realmente es en otra categoría: en el egocentrismo disfrazado de altruismo. Subrayan una y otra vez que Rocky Braat (el chico americano) no tiene que posicionarse como “el gran rey blanco” entre los niños del orfanato pero, sin embargo, en la cinta se le trata como tal. Que si se salvan gracias a él, que si no duerme por estar con ellos… es todo Rocky, Rocky, Rocky.
Después de «Blood Brother«, «People, Places, Things» de James C. Strouse entraba como agua de mayo. La película que inauguró el festival el jueves se proyectaba de nuevo y fue bien recibida por el público de la sala. Se trata de una comedia normalita, ese mismo típico cine independiente estadounidense que llevamos viendo los últimos diez años. En ella, un profesor de cómics separado de la madre de sus dos hijas hace malabares para rehacer su vida mientras intenta pasar más tiempo con las niñas. «People, Places, Things» sería una película totalmente olvidable de no ser por el genial Jemaine Clement, 50% del dúo cómico The Flight of the Conchords, en el papel protagonista. La película tira de su persona como hilo conductor, y lo hace bien, porque de no ser por él no no habría forma de que esto saliese adelante.
El domingo arrancó con «America Recycled» de Noah y Timothy Hussin, un documental sobre dos hermanos que recorrieron Estados Unidos en bicicleta durante dos años. Horriblemente pretenciosa, con una sarta de personajes encontrados por el camino que dicen tener, a su parecer, la verdadera solución a la gran pregunta de la vida pero que transmiten tan poca confianza en su propia respuesta que todo acaba sonando a reproche al sistema capitalista de parte de unos que no han sabido vivir dentro de sus márgenes. No se siente más orgullo que el fingido para poder seguir adelante. Y, como documental, hay que reconocer que los hermanos Hussin no han conseguido dar ni ritmo y coherencia a la cinta. La cinta va saltando de personaje en personaje sin el menor interés cohesivo, los directores introducen forzadamente footage de ambos discutiendo sin ton ni son y, además, cada cuarto de hora caen frases de libro de autoayuda coelhista del tipo “a veces las preguntas no hay que responderlas, hay que vivirlas”.
El mal sabor de boca que dejó ese primer documental acompañaba perfectamente al mal estómago que nos dejaría el siguiente. «Prophet’s Prey» es un escalofriante documental sobre la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y su líder Warren Jeff, que actualmente está cumpliendo condena por abusos a menores. La directora, Amy Berg (que acaba de estrenar otro sonado documental, “Janis”), utiliza todos los métodos posibles para ilustrar el tamaño del problema al que Estados Unidos (y el mundo occidental) se enfrenta con su incapacidad de frenar el fanatismo religioso. Un tema que se vive oculto en la sociedad actual pero que, cuando estalla, como ocurrió en la masacre de Waco cuando unos 80 participantes de una secta en Texas se prendieron fuego en 1993, no se puede hablar de nada más durante semanas. Y es justamente eso lo que Berg quiere dar a entender que puede suceder en cualquier momento con su documental: el vaso ya está lleno y faltan gotas para que se colme.
«Take Me To The River«, recomendada por otros que la habían ido a ver el viernes, no resultó ninguna sorpresa. La película tiene la delicadeza y atención que se requiere en el cine, y señalan a Matt Sobel, su director, como uno de los nombres a los que habrá que seguir de cerca en un futuro cercano. Un drama familiar, incómodo y llena de tabúes, con un cuidado que recuerda a operas primas de otros directores que han acabado por alcanzar cierto renombre.
Para acabar, «The Invitation«, la ganadora del pasado Sitges, era una cita imperdible para los que nos la saltamos entre otras películas del Festival de Cine Fantástico. En ella, Karyn Kusama (en la que no teníamos ninguna confianza después de dirigir “cosas” como «Aeon Flux» o «Jennifer’s Body«) coge las riendas de un terror casi totalmente psicológico y malrollista, pero lo sabe hacer bien: la sensación de que algo va mal nos invade durante las casi dos horas de metraje, pero en ningún momento recurre al efecto barato de susto-que-no-es-susto. Mal cuerpo asegurado y, después de que esta fuese la manera de rematar el día en el que vimos «Prophet’s Prey«, una (yo) se niega a volver a salir a la calle por miedo a sectas y a gente muy loca.
PD: Un gran detalle por parte de la organización eso de ir atrasando los horarios una media hora aproximadamente cada día, haciendo que el viernes la programación empezase a una hora más asequible para aquellos que trabajaban durante la semana; y que el domingo se acabase todo antes de la 12, permitiendo a los que vivían lejos la posibilidad de recurrir al transporte público sin necesidad de acudir al engorroso Nitbus.