«Los Besos en Pan» no es sólo el nuevo libro de Almudena Grandes… También es una advertencia de que las crisis, por profundas que sean, siempre pasan.
No es ningún secreto que Almudena Grandes (Madrid, 1960) siempre ha sido una escritora a la que le gusta estudiar y narrar el pasado. Pero, por encima de su voluntad de rescatar crónicas históricas, lo que parece primar en ella es el tesón con el que intenta plasmar en cada una de sus relatos la situación sociopolítica de la época en la que esta se inscribe. Desde sus inicios con «Las Edades de Lulú«, aquella díscola y llamativa adolescente que fue la protagonista de su primer manuscrito, Grandes ya exponía los conflictos de toda una generación, la de los 80, que asumió esa primera novela como un retrato de sus propios problemas (sexuales, ideológicos, políticos, familiares…).
La autora consiguió reflejar una época concreta y volcarla en unos personajes que simbolizaron toda la ola de libertad posterior a unos años de represión. Y, conforme ha ido pasando el tiempo y ha ido engrosando su obra, Grandes ha mantenido esa línea que cristalizó especialmente en «Episodios de una Guerra Interminable«. Concebir la literatura como un medio para retratar crónicas sociales implica asumir riesgos que la madrileña ha sabido manejar realmente bien.
La nueva novela de Almudena Grandes, «Los Besos en el Pan«, que aparece de la mano de la editorial Tusquets, retoma esa voluntad de reflejar una época concreta, pero esta vez dejando de lado el pasado para centrarse en el presente… «Ésta es la historia de muchas historias, la historia de un barrio de Madrid que se empeña en resistir, en seguir pareciéndose a sí mismo en la pupila del ojo del huracán, esa crisis que amenazó con volverlo todo del revés y aún no lo ha conseguido.»
«Los Besos en el Pan» pretende dibujar una estampa de la crisis actual a través de un compendio de muchas historias corales en un barrio del Madrid de hoy en día, el nuestro, el que sirve como reflejo de aquellos problemas con los que debe lidiar actualmente una gran parte de España: la burbuja inmobiliaria, el robo de los bancos, el paro, el derrumbe de los servicios públicos sanitarios y otras cuestiones que derivan en consecuencias tan graves como el hambre.
Rodeando a la familia Martínez-Salgado, con la que se abre la novela, aparecen un sinfín de compañeros, amigos, vecinos y otros ciudadanos del barrio céntrico del que la escritora se cuida de mencionar el nombre. En estas ficciones, el lector asiduo de Grandes se encontrará con rasgos asociados a su forma de escribir: un predominio de personajes femeninos, el protagonismo de las clases populares y una fuerte crítica social.
Estructurando la novela en tres partes (Antes, Ahora y Después), se nota que la escritora ha buscado abarcar el mayor número posible de situaciones que traduzcan el panorama de crisis actual (unas más desesperadas que otras), todas ellas hiladas por un gran número de individuos que ilustran todo tipo de rutinas y diferentes generaciones. Pascual, Diana, Marita, Toni, Charo, Sofía, Pepe, Ahmed y muchos más aparecen configurando un cuadro social generalizado de la crisis. Son amas de casa, universitarios, periodistas, abogados, inmigrantes, médicos… Un lienzo infinito que contiene tantas y tantas profesiones golpeadas por el panorama actual.
Es este un manifiesto a favor de conservar cierta rabia, de recuperar una dignidad que asegura perdida, de mantener una fidelidad a lo que somos sin dejar que los malos tiempos aboquen a unas actitudes pasivas y sumisas.
La intención es buena, pero quizás no suficientemente efectiva. Si bien el talento de Almudena Grandes es indiscutible y el interés no decae en ningún momento, se echa en falta el ritmo y las astucias verbales mucho más destacables en otras de sus obras. Lejos estamos de la tensión presente en «El Corazón Helado«, la brillante narrativa de «Los Aires Difíciles» o la increíble «Inés y la Alegría«. Se ha perdido algo, quizás una cierta armonía a la hora de hilar los sucesos, o tal vez únicamente el equilibrio para lograr una crítica social sin caer en la redundancia o los estereotipos. Y es que, precisamente, en esta novela resulta demasiado evidente el uso de arquetipos establecidos. Sin llegar a aburrir o cansar, y considerando que realmente todos los personajes podrían asemejarse a personas reales, no dejan de ser predecibles y quizás algo artificiales.
Llegados a este punto, creo que es útil -a la hora de entender su novela- recordar lo que Grandes escribió hace ya varios años con respecto al 15-M, aquel movimiento que hoy en día ha desembocado en un partido político y una voluntad de cambio: «Ayer es el pasado y el futuro empieza hoy mismo (…). Elijo la esperanza, porque la virtud del revolucionario es la paciencia. No lo olvides, Madrid, y no vuelvas a dormir, porque estás mucho más guapa despierta«.
Lo que viene a construir Almudena Grandes con esta novela es un manifiesto a favor de conservar cierta rabia, de recuperar una dignidad que asegura perdida, de mantener una fidelidad a lo que somos sin dejar que los malos tiempos aboquen a unas actitudes pasivas y sumisas. Y es de agradecer que, para ello, la autora cimiente este puzzle de vidas cruzadas donde todo el mundo parece resistir, donde todos se apoyan y acaban comprometiéndose. El problema es que el optimismo del panorama descrito es tan exagerado que roza lo idílico y cae en tramas que a ratos resultan forzadas.
«Los niños que aprendimos a besar el pan hacemos memoria de nuestra infancia y hacemos recuerdo de un hambre desconocida ya para nosotros. Pero no recordamos la tristeza.»
Mac Millan dijo que deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá. Es evidente que en el sofá estaremos más cómodos, pero si uno decide encarar lo antiguo, lo justo es que lo haga de cara y sin olvidar sus espinas. El modelo narrativo de «Los Besos en el Pan«, si bien no deja de ser un modelo correcto, también incita a una lectura demasiado sencilla, una que olvida que, en tiempos difíciles, no todos se mantienen comprometidos, solidarios y honrados. Olvida que la crisis también ha fomentado actitudes lamentables, que ha creado auténticos monstruos y que se han perdido muchos valores. Olvidar todo eso es conformarse, precisamente lo contrario de lo que pretende defender esta novela.
Aún así, y pese a los descalabros narrativos, es gratificante la intención de Almudena Grandes por detenerse a observar la realidad, la de hoy en día, que ni es tan buena ni es tan mala, y recordarnos que todo pasa, y que la crisis no será una excepción.
«En septiembre empieza el curso, en diciembre llega la Navidad, en abril brotan la plantas, en verano el calor, y entretanto pasa la vida.»