«Los Kurdles» no es para niños. De hecho, serán los adultos los que más disfruten con este cómic donde la melancolía duele e incluso sangra un poco.
La «retromanía» que definió Simon Reynolds en su ya mítico ensayo no conoce límites y, sobre todo, no se limita a la música y a su actual gusto por fagocitar y revisitar géneros de diferentes décadas de la historia. Tampoco se limita a todos esos remakes cinematográficos o a esa nueva ola de revisiones de series icónicas de los 80 como «Padres Forzosos» o «Los Vigilantes de la Playa«. No, la «retromanía» preconizada por Reynolds va mucho más allá y es la que, al fin y al cabo, puede y debe explicar este extraño gusto del adulto actual por todas esas series de dibujos animados que utilizan la multi-capa para esconder continuas referencias a iconos de los toons de nuestra infancia.
Robert Goodin conoce bien de cerca este delirio melancólico obsesionado con el «cualquier tiempo pasado fue mejor»: es animador profesional y ha trabajado en series como «Duckman» o «Padre Made in USA«… Pero su verdadera pasión son los cómics, así que no es de extrañar que «Los Kurdles» tenga mucho de esta retromanía sobre la que teorizaba Reynolds (y que ha servido de tantas y tantas muletillas a la crítica cultural). De hecho, este cómic está protagonizado por un conjunto de juguetes que remiten directamente al imaginario de la primera infancia: la protagonista es la osita de peluche Sally que, tras ser desdeñada por un niño insoportable y perderse en el campo, se encuentra con un grupo variopinto de juguetes formados por un espantapájaros, un unicornio con cuerpo de hombre y una especie de pulpo con cuatro tentáculos.
«Los Kurdles» está trufado de tantos misterios que no sería de extrañar que tuviéramos entre las manos una serie que puede llegar a adquirir una fama similar a la de «La Mazmorra» o a la de «Bone».
Todos ellos pueden hablar y moverse de forma autónoma… Pero, espera, evita pensar en el referente de «Toy Story«, porque «Los Kurdles» no tienen nada que ver con la saga de Pixar: mientras que Woody y Buzz y compañía son una celebración optimista tirando a lo sentimentaloide, el cómic de Goodin más bien introduce el dedo suavemente en la herida de la melancolía más apocada y triste. Estamos hablando de juguetes que viven al margen de los niños (es decir: su propósito vital inicial) y, evidentemente, eso tiene que implicar un mínimo de tristeza que este cómic aborda a través de un cierto hermetismo e introspección en la actitud de su protagonista Sally.
Otro cómic podría haber convertido las aventuras de la osita en un viaje fantástico y multicolor y repleto de alegría en el que la protagonista descubre el verdadero significado de la amistad. Pero Goodin, por el contrario, opta por algo muy diferente: aplica unas deliciosas cargas de desconfianza y distancia a una trama (Sally conoce a sus nuevos amigos y les ayuda a luchar contra un monstruo que se está intentando hacer con la casa que ellos comparten) que remite a cuentos clásicos, pero con ciertos toques de mal rollo. De hecho, los personajes no son abiertos y felices y buenrollistas: Sally es extremadamente reservada y, de hecho, entre sus nuevos amigos no hay demasiada exaltación con su incorporación al grupo.
Así que no: «Los Kurdles» no es como esas series que los adultos hemos abrazado por mucho que vayan dirigidas a niños (ya sabes: «Hora de Aventuras«, «Gravity Falls» y demás). De hecho, un niño no entendería absolutamente nada de este cómic de Robert Goodin. El lector adulto, sin embargo, sabrá apreciar sus sutilezas y, sobre todo, se quedará con ganas de más: la historia de Sally y sus nuevos amigos está trufada de misterios que quedan abiertos en este cómic, por lo que no sería de extrañar que tuviéramos entre las manos una serie que puede llegar a adquirir una fama similar a la de «La Mazmorra» o a la de «Bone«. Por ahora, hay que reconocer que «Los Kurdles» tienen madera de icono (por mucho que, al fin y al cabo, sea un icono retromaníaco). [Más información en la web de La Cúpula y en la de Robert Goodin]