«Spotlight» de Tom McCarthy debería ser visión obligada aunque sólo fuera para recordarnos en qué debería consistir el periodismo de verdad.
Hubo un tiempo no muy lejano en que tanto el cine como la prensa se retroalimentaban en un mismo objetivo: concienciar, investigar, sacar a la luz, en definitiva, aquellas miserias o elementos oscuros que el sistema trataba de ocultar bajo epígrafes tan manidos a la par que efectivos como “razones de seguridad nacional”, “estabilidad del sistema”… y otras igualmente conocidas. El Watergarte y «Todos Los Hombres Del Presidente» en sus respectivas áreas serían ejemplos claros de lo expuesto.
«Spotlight» no deja de ser un film que sigue esta estela. Un film que, aunque técnicamente y en propuesta formal no arroja grandes novedades, se antoja necesario por su tarea doble: por un lado, revelar y poner al alcance del gran público un hecho aparentemente local que, con el tiempo, se ha mostrado global; y, por el otro, servir de manual de dignificación de la profesión periodística.
Estamos demasiado acostumbrados en estos tiempos que corren a dar por sentadas tanto las mentiras del sistema como el hecho de que la prensa no es más que un vehículo servil del poder en el mejor de los casos o, en el peor, un fábrica de mentiras, chucherías de color rosa o basura alienante con función express de lavado cerebral. Por eso mismo «Spotlight» funciona como muestra de que esto no tiene por qué ser así.
Tom McCarthy, director del film, deja a un lado, como indicábamos antes, cualquier atisbo de riesgo formal y opta por centrarse tanto en la profundidad del mensaje como en los valores éticos que del mismo se desprenden. Cierto es que el film tiene dinamismo periodístico, pero también la pausa justa, el momento de reflexión necesario para que la potencia interpretativa de sus actores cobren rasgos de verisimilitud casi documental.
La cámara se centra obsesivamente en los esfuerzos de investigación y los conflictos que de ello se derivan con la intención no sólo de mostrarnos esta suerte de lucha titánica, sino también, y ahí radica gran parte de la fuerza de «Spotlight«, en no caer en la pornografía de mostrar el sufrimiento de las víctimas. Los hechos, terribles, inhumanos y a gran escala que se nos revelan, ya permiten pintar el panorama de la crudeza y el sufrimiento de lo que supone ser un niño abusado. Por ello es de agradecer la delicadeza con que se aborda dicho problema sin escatimar, eso sí, la condena sin paliativos.
De igual manera, McCarthy introduce la crítica a la iglesia no tanto desde la religión, sino como elemento sistémico del poder, de la corrupción. Es la fe, la creencia lo que queda tocada por las dudas, por la repulsión que produce en el creyente ver como los depositarios de la fe han traicionado y vejado dichas creencias. No trata pues «Spotlight» de atacar las creencias religiosas sino más bien poner de relieve como la institución destinada a salvaguardarlas puede ser precisamente el instrumento de destrucción de las mismas por su opacidad, su fariseísmo, su crueldad.
Estamos ante un film quizás no apasionado en sus formas pero si apasionante, de pulso firme y ética intachable. Un auténtico ejercicio de dignidad que quizás no será mostrado en escuelas de cine como modelo de virtuosismo pero que, desde luego, sí debería ser mostrado en cualquier facultad de periodismo que se precie. Aunque sea para mostrar que, en esta era de globalización y banalización de la información, el rigor y la verdad aún son, deberían ser, importantes. Imprescindibles.
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