¿La adolescencia fue un tiempo maravilloso por el que sentir nostalgia? ¡Y una mierda! La adolescencia de verdad se parece a este cómic de Kim W. Andersson.
Los libros, las pelis, los cómics e incluso las canciones pueden dividirse, así a grosso modo, en dos grupos principales (y un poco burros, lo sé, pero permitidme este desliz por lo que tiene de cachondo). Por un lado están las obras que te hacen recordar la adolescencia con dulce nostalgia, como un tiempo maravilloso que ya nunca volverá. Y, por otro lado, están las obras que se empeñan en recordar que no es oro todo lo que reluce porque, básicamente, en la adolescencia siempre hay mucha mierda y, a diferencia del oro, la mierda no reluce. Nunca.
«Alena«, publicado en nuestro país por la editorial Sapristi, pertenece a este segundo grupo de obras. Y una cosa os digo: sin haber tenido yo una infancia traumática ni nada de eso (más bien todo lo contrario), prefiero este tipo de obras. Siempre me parecen más auténticas, más sensatas con la realidad de la adolescencia… Por algo será que los géneros presuntamente menores, thrillers y horrores y sci-fis diversas, casan tan bien con esa edad que va de los diez a los veinte años: porque es una época de pura fragilidad mental en la que los contornos de la realidad se desdibujan a tu alrededor y en el que, sencillamente, es imposible no percibir todo lo que te rodea como una puñetera ficción, como una broma cósmica, como un guión de serie B al que sólo le faltan extraterrestres de baratuno y platillos volantes a los que se les ven los hilos (es decir: platillos colgantes más que volantes).
En ese marco se encuadra «Alena«, el cómic del sueco Kim W. Andersson que es como una especie de receta maestra para la ficción adolescente: coge un poco de thriller, otro poco de horror, otro tanto de psicotronía psicologista y un mucho de dramón de instituto y, ¡voilá!, tienes entre tus manos un pepinazo destinado a divertir a todo aquel que sepa lanzarse de cabeza a las entrañas de determinado tipo de cómics sabiendo que no hay géneros menores y que, de hecho, muchas veces en esos mal llamados géneros menores habital las emociones mayores.
«Alena» asegura un espectáculo maximalista que va de burraquismo en burraquismo, siempre subiendo las apuestas hacia el (no tan sorprendente pero ampliamente despatarrante) punto y final.
La Alena del título es una adolescente que está teniendo serios problemas para adaptarse al nuevo colegio al que ha ido a parar después de ciertos hechos traumáticos de su vida: su mejor amiga, Josefin, se suicidó lanzándose desde lo alto de un puente. A partir de aquí, ya puedes imaginarte más o menos las preguntas que irán haciendo avanzar la trama: ¿realmente se suicidó Josefin? ¿Por qué habla todavía Alena con el fantasma de su amiga muerta? ¿De dónde salen los instintos jodidamente homicidas de Josefin? ¿Puede existir una antagonista más insufrible que la tal Filippa (que, al fin y al cabo, es una especie de compactación de todos los clichés de niñata insufrible de internado adolescente)? ¿Qué parte jugará la sexualidad -reprimida o no- en todo este tinglado? ¿Tendremos rollo bollo? ¿Cuánta sangre serán capaces de sostener las páginas del cómic?
Sí, es cierto que «Alena» puede pecar de ser ligeramente previsible. Pero, al fin y al cabo, ¿no reside en la previsibilidad uno de los mayores placeres de los géneros mencionados más arriba? Los verdaderos fans no quieren estremecerse al girar la página y que les aguarde una sorpresa súper inteligente y meta-lingüistica: quieren aplaudir, silbar y bailar sobre la tumba de los personajes muertos cada vez que giren la página y el autor, Andersson en este caso, les asegure un espectáculo maximalista que va de burraquismo en burraquismo, siempre subiendo las apuestas hacia el (no tan sorprendente pero ampliamente despatarrante) punto y final.
[Más información en la web de Sapristi y en el Twitter de Kim W. Andersson]