Si estás pensando en leer «New Order, Joy Division y Yo» de Bernard Sumner, hazlo siguiendo nuestra guía de lectura (que también es guía de escucha).
Relatar una historia que ha sido contada, recontada y hasta transformada millones de veces no debe ser en absoluto tarea fácil. El asunto se vuelve más peliagudo si se trata de una historia en la que hay no pocas traiciones y resentimientos, algunas que otras discrepancias legales y monetarias y un acontecimiento tan impactante como el suicidio de una personalidad pública, románticamente trágico e epatante para el espectador externo y traumático para el círculo privado. Es dentro de este panorama que se enmarcan las memorias del que fuere guitarrista de Joy Division antes y guitarra y voz de New Order después y en la actualidad: «New Order, Joy Division y Yo» de Bernard Sumner, a las cuales hemos podido hincar el diente en castellano gracias a Sexto Piso.
Como decía, la tarea a la que se enfrenta aquí el músico con eterna pinta de colegial -su apariencia fue lo que llamó la atención (para mal) en la primera reseña de un concierto que recibieron Joy Division, según cuenta Sumner, y la verdad es que el periodista en cuestión tampoco andaba equivocado- no es en absoluto fácil, y Bernard sale de ella en su mayor parte airoso, aunque a lo largo de estas memorias -que abarcan un período que se espacia desde la niñez del músico hasta poco antes de empezar a componer el más reciente trabajo de New Order, «Music Complete«, que tras unos trabajos desastrosos vuelve a infundirnos esperanzas sobre la creatividad del grupo- también encontramos algún que otro desatino. Pero quizás valga la pena empezar por el principio.
«Sin duda, la verdad es una historia cien veces mejor«: así es como cierra Bernard Sumner el prólogo del libro. Por un lado, el músico demuestra aquí que es consciente de lo que significa publicar una autobiografía, género literario -y que las memorias también sean un género literario es algo que hay que tener en mente durante toda esta lectura si se quieren afrontar con distancia crítica y no con el ensalzamiento e admiración justificados meramente por la mitomanía a la que cualquier fan podría fácilmente abandonarse entre estas páginas-, que necesita de un «pacto autobiográfico» entre autor y lector, de una suerte de contrato establecido entre uno y otro por el que tácitamente el primero se compromete a contar la verdad sobre su vida, y el segundo a creer el relato ofrecido. Pero tanto Sumner como el lector saben perfectamente que todo relato biográfico entraña en sí mismo una necesaria selección intencionada y, en cuanto tal, una no-verdad. Además, es obvio que el Sumner autor no puede ontológicamente coincidir ni con el Sumner narrador ni con el Sumner personaje, puesto que, por su misma esencia de personaje y por la imposibilidad que tiene uno de verse a sí mismo, este último está en mayor o menor medida conscientemente ficcionalizado.
Tampoco hay que olvidar que una autobiografía suele ser un conato de justificación frente a tribunales más o menos imaginarios, y que sus lectores no serán solo parte del pacto autobiográfico que mencionábamos antes, sino los únicos jueces capaces de verificar el cumplimiento de sus condiciones. Los “tres tribunales” a los que se enfrenta aquí Sumner están más que claros. En primer lugar, y de esto viene todo el largo prólogo dedicado a justificar por qué el acto de escribir tales memorias y por qué ahora: el público, los fans. El músico es totalmente consciente del enorme alcance e impacto que ha tenido en la historia musical y en las vidas de sus fans y, en cierto modo y puesto que siempre ha sido muy reservado de cara a los focos con su vida privada, cree que les debe un puente de intimidad y confianza en forma de libro. En segundo lugar, y aunque no quede al momento explícito desde las primeras páginas, está el tribunal inquisidor de ojo criticón Peter Hook: no se explica sino de otra manera la necesidad de escribir, en un determinado momento, que “mi silencio respecto a todo cuanto cayera fuera de las bandas y la música ha permitido que se extendieran ciertos mitos y que algunas cosas falsas fueran aceptadas como verdaderas”.
Y finalmente está, claro, él mismo. Cualquiera que haya escrito alguna vez un diario se habrá encontrado en la situación no tan cómoda que conlleva el pensar con distancia crítica (necesaria además esta distancia para que cualquier relato de uno mismo funcione como tal) en su pasado. El acto de rememorar te planta frente a todo lo que querrías haber olvidado, y el acto de escribir tal memoria para un público -que es, en última instancia, racionalizar tales recuerdos en una línea de coherencia cronológica- te puede llegar a plantear preguntas que quizás hubieses preferido no tener que contestarte jamás. Pero nuestro Sumner narrador pasa la prueba con creces, además de soltar una reflexión interesante y acertada sobre el mismo acto de rememorar -y similar a “La Ignorancia”, donde Kundera apunta que volver la vista atrás hace patente la relatividad del tiempo y los recuerdos no sólo de persona a persona, sino para con uno mismo- cuando dice que “el tiempo es una cosa curiosa. Cuando lo tienes por delante, es algo que das por supuesto y transcurre con lentitud. Luego, a medida que vas envejeciendo, se acelera. Cuando miro hacia atrás, la distancia recorrida me parece muy larga, como si hubiera pasado mucho tiempo, como si fuera un sueño.”
Volviendo al asunto de considerar una autobiografía como un texto esencialmente literario y por lo tanto partícipe de los mecanismos expresivos que la literatura ofrece, el libro termina siendo un poco regular en lo que a estilo se refiere. Y es que tampoco hay que fijarse mucho en las canciones de New Order para darse cuenta de que Sumner es mejor compositor que escritor de letras de canciones, así que es lógico que sus recursos expresivo-narrativos sean algo limitados. Notará el lector de estas páginas, por ejemplo, que la mayoría de capítulos se enlazan entre sí con el mismo exacto mecanismo: recapitulación al final de capítulo, inserción de una sentencia que cautive la atención del lector y produzca efecto de tensión narrativa mediante una anticipación (“afortunadamente, la persona adecuada estaba justo a la vuelta de la esquina” fin cap. 6; “había llegado el momento de entrar en el estudio y demostrar lo buenos que realmente éramos”, fin cap. 7; “todo lo que faltaba era que esas influencias comenzaran a filtrarse en la música que estábamos haciendo tras la desaparición de Joy Division”, fin cap. 11 y un largo etcétera), e inicio in media res del capítulo siguiente.
No es que la prosa de Sumner sea especialmente apabullante ni cargada de humor, aunque sí se nota cierta ironía británica entre sus páginas con la que el lector se deleitará fácilmente, pero la lectura, en resumidas cuentas, no se hace en ningún momento pesada. Al contrario. Pese a abarcar un espacio de tiempo de casi sesenta años, “New Order, Joy Division y Yo” es capaz de atrapar al lector entre sus páginas y, al voltear la última página, preguntarse cómo consigue Sumner sintetizar aún entrando en detalles una vida tan llena de experiencias como la suya.
Sea como sea y por motivos obvios, es este un libro estrechamente relacionado con la música, así que creo que reseñarlo en puro silencio tampoco es que tenga mucho sentido. Por eso, ahí va una especie de playlist-guía-de-lectura, o simplemente playlist de temazos inspirados en “Joy Division, New Order y Yo” que cada cual puede escuchar en el orden que plazca. Con tal de no caer en análisis musicales tan psicologizantes como falaces que busquen en las letras de New Order el reflejo de lo que estaba aconteciendo cuando fueron escritas en la vida de Bernard Sumner, el criterio de selección general entre una pista u otra ha sido que no fuesen canciones del grupo, aunque haya tenido que colar una por no encontrar otra más adecuada. Toda recomendación, obviamente, será bienvenida.
Puedes escuchar todas las canciones en esta lista de Playmoss.
- “Beasley Street” – John Cooper Clarke
Quizás una de las partes mejor conseguidas de las memorias de Bernard Sumner sean las que corresponden a su infancia y primeros años de juventud. No tanto por la curiosidad de incurrir en la parte menos conocida de la vida del músico -que, de todos modos, revela una infancia nada fácil, sobre todo por los problemas de salud de su madre (e interesante en este sentido resulta la especie de “arreglo de cuentas” que hace Bernard con la difunta Sra. Sumner), pero grossomodo alegre-; sino, sobre tod, por el conflicto realidad-individuo que se hace patente a lo largo de estos primeros capítulos.
Tanto Sumner como John Cooper Clarke nacieron en un suburbio mancuniano y pobre: Salford (en el que está inspirada esta canción del poeta inglés). Y tanto el uno como el otro tuvieron que enfrentarse a un ambiente tan tedioso como asfixiante e inmovilista. Por su parte, Bernard sufrió en esta época dos hechos fundamentales: por un lado, que una negligencia médica dejara ciega a su abuela (“Actualmente se podría poner una demanda”, escribe, “pero en aquella época si eras pobre y de clase trabajadora te tocaba aguantarte”); por el otro, el derrumbe de su vieja casa familiar con la consiguiente mudanza a uno de esos bloques de hormigón y telefonillos kilométricos frutos de la “limpieza urbanística” de Manchester. Fue ver cómo su mundo exterior caía literalmente derribado lo que hizo que todo un universo de creatividad explotara dentro de él.
https://youtu.be/y_nEKykI0Og
- “The headmaster ritual”- The Smiths
Es en palabras y acordes de otro de los grandes grupos del legado musical de Manchester que encontramos una acertada descripción del árido y desolador ambiente escolar al que Bernard Sumner tuvo que enfrentarse. “Belligerent ghouls run Manchester schools”, “cemented minds / sir leads the troops jealous of youth / same old suit from 1962”: profesores como ecos de un pasado aún demasiado presente en el sistema educativo cuya misión didáctica principal es recordarte que no pierdas tiempo leyendo un libro porque tu futuro está inexorablemente abocado a un trabajo en fábrica y con métodos educacionales altamente discutibles.
Como se ha dicho ya, uno de los mayores méritos de Sumner es resumir toda la idiosincrasia de una determinada época o momento en breves anécdotas, siendo en este caso la del profesor nazi que encierra a todos sus alumnos judíos en un aula, bloquea las salidas y abre la llave del gas. Supera la realidad aquí de tal nivel la ficción que, al leer la anécdota, uno pasa del asombro a una verdadera risa. Bernard “Albrecht” Sumner lo cuenta horrorizado, por eso. Pero no todo fue frustración en el ambiente escolar para nuestro Bernie adolescente: en efecto, fue entre las últimas filas de los pupitres de la secundaria que conoció a otras dos balas perdidas que terminarían siendo piezas fundamentales en su carrera música, Terry Mason (que se convertiría en el primer, y desastroso, manager de Joy Division) y Peter Hook.
- “Repetition” – The Fall
4 de junio de 1976. Lesser Free Trade Hall, Manchester. Cuatro chavales con una actitud a medio camino entre la agresión pura, la indiferencia hacia el público e un desprecio absoluto empiezan a tocar “Did You No Wrong”. Es este el mítico concierto que los Sex Pistols ofrecieron en Manchester antes incluso de su estallido por toda la nación, velada que ha pasado a la historia tanto por la gente que estuvo allí (Morrissey, Mark E. Smith mismo, Tony Wilson…) como por ser considerada el fósforo que prendió fuego a la mecha del punk británico.
Sumner, sin embargo, analiza esa noche lúcidamente y lejos de toda mitificación, enfocándola más hacia cómo determinadas personas captaron aquel Zeitgeist específico y catalizador para la liberación y expresión de su creatividad, como más tarde ocurriera con el acid house. Entre los que supieron absorber perfectamente ese espíritu colectivo y hacerlo suyo estuvieron en efecto Mark E. Smith y sus The Fall, cuyo temón “Repetition” no sólo aborda melódica y líricamente la repetición esencial del punk hasta hacerla su estandarte (“We dig repetition in the music / and we’re never going to lose it / All you daughters and sons who are sick of fancy music), sino que la contrapone a las 3 Rs –writing, reading and arithmetics-, pilares básicos del sistema educativo inglés.
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 2″ ]- “No communication” – The Durutti Column
Como a muchos otros jóvenes de la escena mancuniana de entonces -pero no tantos como suelen constar en la versión mitificada de esa noche, de la que Bernard Sumner se aleja- el concierto de los Pistols tuvo una gran repercusión en los bulliciosos, jóvenes y deseosos de expresar su fuero interno en términos musicales Peter Hook y Bernard Sumner, quienes, asumidos el rol de bajista y guitarra, completaron el rompecabezas con Steve Morris a la batería y Ian Curtis ejerciendo de cantante. Lo demás es historia… o no. No tan escatológica como la que Hooky ofrece en “Inside Joy Division” -su particular puesta sobre el papel de la historia- pero igualmente desmitificadora, la narración de Sumner sobre las (des)aventuras del grupo en sus inicios aporta datos y anécdotas en el que todo fan podrá regodearse un poca. Desastrosos conciertos para salas vacías, obreros ocupando su local de ensayo, exitosas giras europeas, furgonetas llenas de insectos…
Sea como sea, algo se estaba cociendo en Manchester, y Joy Division fueron desde el primer momento parte de ese algo. Buen ejemplo de ello es que fuesen incluidos en la primera referencia de Factory Records, también primera ocasión en la que colaborarían con el mítico Martin “Zero” Hannet, “A Factory Sample”. El 7’’, lanzado a finales de 1978, incluía además dos cortes de John Dowie y dos de The Durutti Column, cuya “No Communication” es un perfecto ejemplo de cómo la ciudad se reflejaba inevitablemente en la música que se estaba haciendo en ese momento. Frío, disperso y sombrío: así suena el tema, donde la repetición de la que hacían acopio The Fall se convierte en un reflejo de las “streets upon sreets upon streets upon streets” (célebre frase inicial de la autobiografía de otro mancuniano, Morrissey) de la ciudad norteña. Frente a una imposibilidad total de comunicarse de la raza humana entre sí, The Durutti Column parecen sin embargo dejar clara una vía de escape: el tajante cierre del tema, ese casi desgarrado “dance”. O “dance dance dance to the radio”, que dirían Joy Division.
- “There’s no such thing as victory” – Felt
Tan fugaz como fulgurosa: así fue la trayectoria musical de estos cuatro chaveas que llevaron el punk a sonidos hasta la fecha inexplorados. Dudo que nadie que se haya acercado a este libro desconozca el fatídico desenlace de la historia de la banda y su voz, pero aun así las (pocas) páginas que dedica Sumner a los últimos meses de Ian Curtis no sólo no dejan de ser sobrecogedoras pese a ser una historia más que conocida, sino que están escritas desde un visible respeto por el que fuere su compañero de banda y amigo y, sobre todo, alejadas de toda morbosidad posible.
Buscando equilibrar la idea que se ha ido estableciendo en el imaginario colectivo de un Curtis cual atormentado poeta maldito y mártir de su propia condición, Sumner nos pincela un Ian sí más abatido y menos entusiasta durante la grabación de “Closer” que respecto a tiempos anteriores, pero aun así todavía lleno de frescura y con el temperamento de un volcán: en las mismas palabras de Bernard, al recordar las divertidas noches en el estudio durante la grabación del que sería el segundo y último disco de la banda, todavía se le hace extraño pensar que, por aquel entonces, a Ian le quedasen menos de dos meses de vida. Sobre la narración aquí retrospectiva e inquisidora sobre si hubo algún indicio de lo que pasaría poco después o si, tras el primer intento de suicidio de Ian, no hizo Bernard suficiente quizás para ayudarle, no puede más que contestarse que “there’s no such thing as victory” contra la vida o cualquier decisión que alguien haya tomado, jamás. Y Ian lo sabía.
https://youtu.be/CycTQ29ikAA
- “Good Times” – Chic
Aunque Sumner lo pincele con más o menos detalle, es sólo lejanamente imaginable por lo que tuvieron que pasar el resto de Joy Division tras el suicidio de Ian: por mucho que las canciones del grupo se compusieran siempre de manera colaborativa entre todos, está claro que Curtis era una pieza vital de la banda. La suya era una presencia tan magnética y esencial que, más de treinta años después, aún se la puede oír tanto en el sonido, como en la voz y en las letras -ni siquiera hace falta prestar especial atención para darse cuenta de que “Dreams Never End” habla de Ian Curtis y la decisión de la banda de seguir adelante- de las canciones del primer álbum de New Order como tales: aquel maravilloso disco de cubierta mítica e inspirada en el futurismo italiano “Movement”. Para alejar al grupo del ojo inquisidor y casi vengativo de la prensa británica, el manager de la banda Rob Gretton, elemento clave en el éxito de New Order, les preparó un tiempo en un estudio de Nueva Jersey para grabar dicho álbum… Y aquí empieza lo divertido. Lo siento, Ian.
Nueva York, que a principios de los 80, y más en comparación con la austera Manchester, era un vibrante torbellino de clubs y música dance, fue como un soplo de aire fresco para la banda. Su vida nocturna y las hedonistas canciones que en ella sonaban fueron de gran influencia para Sumner, que consigue resumir nuevamente en una sola y nada fundamental anécdota todo un ambiente general. Grabando en Nueva York, les robaron el camión con todo el equipo dentro, valorado en 47.000 libras. Al ir Hooky y Gretton a denunciar el robo, se encontraron con un poli bailando al ritmo de “Good Times” de los Chic, que les hizo literalmente esperar a que acabaran tanto sus bailoteos como el disco entero para tomarles finalmente declaración.
- “Cosmic Babys 2” – GTO
Además de la música dance de los hedonístas clubs neoyorkinos de los 80, nos cuenta Sumner que otra influencia fundamental en su cada vez más acentuado interés por la experimentación con la música electrónica fue la figura de Mark Reeder. Reeder, el que fuere el hombre de Factory Records en Alemania y posterior fundador de uno de los sellos de trance y música electrónica más tochos en calidad de los 90 –MFS, siglas de Masterminded For Success-, solía enviar a Sumner discos y cintas de música dance provenientes de una Europa por la que, mientras Manchester seguía anclada en su pasado frío y hermético, se abría cada vez más paso un expansivo hedonismo musical vuelto al futuro. De todo el catálogo de MFS, del que también forman parte los primigenios trabajos de Paul Van Dyk o Cosmic Baby, queríamos aprovechar para recomendar el recopilatorio “Tranceformed from Beyond” (MFS, 1992), del que esta “Cosmic Babys 2” de GTO es solo un pequeño ejemplo del trance de traca dura y diamante puro que es disco entero.
- “Don’t Turn Your Love” – Park Ave.
Desde aquí lanzamos al editor de este libro la humilde recomendación de, en futuras copias, agrupar los siguientes capítulos de las memorias del músico bajo un único título que rece “The Second Sumner Of Love”. Jajajaja. Perdón. Si abandonáis ahora mismo la lectura de la reseña por haber superado con creces el umbral de humor lamentable, lo entenderemos, no preocuparse. El caso es que estamos en la segunda mitad de los años 80, cuando el acid house empieza a extenderse por todo el norte de Inglaterra a la misma velocidad y con la misma buena acogida con la que se abrazó la popularización del E. Como con el punk unos años antes, pero utilizando exclusivamente sintetizadores y ordenadores en cambio que guitarras para ello, algo en ese nuevo género musical consiguió llegar a lo más profundo de la cultura individual de cada uno, generando un sentimiento de comunidad tan hedonista como fascinante al que New Order tampoco pudieron resistirse (ni falta hacía de que lo hiciesen).
Y aquí es donde entra en juego la soleada, paradisíaca y Campo Elíseo (para todo aquel deseoso de bailar durante interminables horas hasta borrar el confín entre los días y las noches) Ibiza, diametralmente opuesta a la gélida y lúgubre Manchester. El Edén isleño, sus discotecas y su balearic beat acabarían en efecto desempeñando un papel fundamental en la gestación del punto álgido del giro de New Order hacia la electrónica, y el que sería el último gran discazo del grupo antes de su penosa y progresiva decadencia: “Technique”. Es en esta parte de sus memorias donde Bernard Sumner, que se mantiene en un tono más o menos sobrio y discreto cual buen británico en toda su narración, se vuelve realmente divertido y disfrutable, debido en parte a que realmente las historias y anécdotas del periodo son tan extravagantes que se prestan fácilmente a ello. La canción, o, mejor dicho, el temazo, está sacado directamente de una de las míticas sesiones de 1989 con el que el monumental Dj Alfredo amenizaba las eternas noches de bailes y desenfrenos de la isla.
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 3″ ]https://youtu.be/gGBlG12bXhc
- “Voodoo Ray” – A Guy Called Gerald
“La gente que ha visto «24 Hour Party People» me pregunta a menudo si realmente era así” -escribe Sumner– “y yo siempre respondo que no. Parecen un poco decepcionados hasta que añado que, en realidad, la cosa era mucho más extremada”. Y es que lo de The Haçienda parece ser que fue una real y verdadera locura, de la que este hitazo del también mancuniano productor y dj Gerarld Simpson, mejor conocido como A Guy Called Gerald, es sin duda una de sus máximas y mejores representaciones musicales y que no por nada vendió 500 copias en un solo día.
Una piscina construida dentro de la mastodóntica nave industrial que hacía de cuna al club sólo para una noche dedicada al balearic beat, fines de semana que empezaban en jueves y terminaban casi cinco días después, fiestas en las que alguien decidía súbitamente coger un hacha y empezar a destrozar el mobiliario por pura diversión… Muchas son las hilarantes y curiosas escenas retratadas por Sumner de la época dorada de The Haçienda antes de que el agujero traga-dinero que en verdad el club suponía empezara a causar estragos económicos y físicos a todos. No queremos caer en el cliché, pero quizás una de las mejores ilustraciones que se ha dado de dicho club sea el famoso monólogo de la película antes mentada, en el que el Tony Wilson fílmico suelta un lúcido “And tonight something equally epoch-making is taking place. See? They’re applauding the DJ. Not the music, not the musician, not the creator, but the médium”.
Cabe señalar la primigenia idea que tuvieron en The Haçienda respecto a las pinchadas, según la cual siquiera existía una verdadera cabina en el club, sino solo un cubículo totalmente cerrado a excepción de una pequeña ranura a las alturas de los ojos del dj. Pensada por un Tony Wilson siempre demasiado adelantado a su época, a la gente no ser en absoluto capaz de identificar de dónde procedía la música le parecía tan extraño que tuvo que ser abortada y se cambió por una cabina tradicional. En definitiva, “this is it. The birth of rave culture. The beatification of the beat. The dance age. This is the moment when even the white man starts dancing. Welcome to Manchester.”
- “God’s Cop” – Happy Mondays
Peeeeeeero, y por segunda pero no última vez en la misma historia, claramente nada podía durar en todo su esplendor para siempre. El club terminaría cerrando definitivamente en 1998 pese a los enormes e igual de infructuosos esfuerzos económicos por parte de Rob Gretton y Peter Hook: “Solo el ego lo mantenía todo dificultosamente a flote” es la elegante a la par que punzante flechita que lanza el componente de New Order a su ex compañero de banda y no sin cierto acierto; dilapidación, por cierto, que este intentó quizás suplir con la publicación de “How Not To Run a Club”. La decadencia de The Haçienda se remonta al temprano 1991, cuando la muerte por sobredosis de éxtasis de una chica dentro de la misma discoteca, peleas entre los porteros del club y bandas locales que dieron a la ciudad el maravilloso apodo de Gunchester, navajas y matones apuñalados, metralletas y enormes problemas financieros hicieron la situación incontrolable para todos y la sala llego hasta a cerrar durante casi cinco meses.
Para más inri, una figura tan literaria que demuestra una vez más que la realidad supera en ocasiones a la ficción aparece entre las páginas de “New Order, Joy Division y Yo” dispuesta a cargarse el acid house a base de sanciones penales. Se trata de James Anderton, el que fuere por aquel entonces el Jefe Superior de Policía de Gran Manchester y en quien los Happy Mondays se inspiraron para la canción que aquí linkamos. Con una actitud abiertamente antiizquierdista y defensor vociferante de la introducción del castigo corporal, Anderton se dedicó a sabotear con todas las tretas posibles el creciente movimiento rave, cerrando gran parte de las salas after-hour y consiguiendo que el Parlamento aprobara una ley que “prohibía cualquier reunión al aire libre de más de veinte personas con el sonido de un ritmo repetitivo”.
- “Disappointed” – Electronic ft. Neil Tennant
Puede que una de las partes que uno menos se esperaba que acabaran siendo interesantes y que, a pesar de ello, terminan por ser algunas de las reflexiones más acertadas e íntimas de Sumner en todo “New Order, Joy Division y Yo” es justamente la etapa en la que el músico no se encuentra trabajando ni con New Order ni con Joy Division, sino con Electronic. Quemado y cansado por la muerte de su madre, por los problemas financieros y estructurales con The Haçienda, por los problemas de salud consecuencia de tanta jarana y, para ser francos (y Sumner lo es, y no poco en este caso), también de New Order, el cantante se declara literalmente en huelga con estos últimos.
Juntándose con otro que también lo estaba pasando regu aka la parte más válida de The Smiths aka Johnny Marr, los dos músicos empezaron a trabajar en 1988 en lo que sería el primer álbum homónimo del proyecto, intentando, cada uno por su lado, experimentar todos los campos creativos que en sus proyectos principales quedaban un poco limitados. Así, músicos de formación clásica fueron llamados para trabajar en arreglos de cuerda -algo que era impensable en la dinámica de New Order– y utilizaron todos los sintetizadores que les daba la gana -que “habían estado verboten en Die Schmitds” (lolazo que Bernie lo diga en alemán para asemejar con mucha elegancia a Morrissey con un nazi de las guitarras)- y, de paso, sacaron algún que otro verdadero temazo, como éste con Tennant de Pet Shop Boys en las voces.
- “The more you ignore me, the closer I get” – Morrissey
Sin duda, otro de los puntos álgidos de “New Order, Joy Division y Yo”, y además respuesta a las expectativas con la que más que un fan de alguno de estos grupos se habrá aproximado a este libro, es el que corresponde a la disputa Bernie vs. Hooky. Si bien el primero disemina comentarios hacia su ex compañero de grupo y aventuras a lo largo de toda su narración, sobre todo en un intento de desmentir la visión de rivalidad originada en la juventud y llevada hasta el extremo difundida por el segundo, hay en el libro un capítulo entero dedicado a la cuestión titulado significativamente en forma de cita “No importa lo que digas o seas, lo que importa es lo que haces” y que nos sitúa en 2005, cuando la banda se juntó para grabar el (horrendo) “Waiting For The Sirens’ Call”.
Resulta aquí curioso -y ojo no interpretar este apunte como una toma de posición hacia el bando hookiano, si es que haya algo que pueda denominarse tal, puesto que Peter Hook nos parece que tiene de buen bajista lo que de gilipollas; y os aseguramos que nos parece un bajista de puta madre- la actitud uy-yo-no-he-dicho-nunca-nada que adopta Bernard, algo discutible si se presta atención a las disimuladas pero varias flechitas que profiere hacia Hook en capítulos anteriores. Como la mayoría de cosas en esta vida, lo que subyace aquí en verdad no es una pelea de egos, sino de di-ne-ro, que mira por dónde rima con te quiero.
Y dinero es también lo que se esconde tras el tema de Mozzy, dedicado a su también ex-compi de banda Mike Joyce cuando lo llevó a juicio por ¡ohvayaquésorpresón! los royalties de The Smiths. No es difícil imaginarse a un Peter Hook -que igual debería ser rebautizado como Winnie The Phook por gordo y redondete, solo que en vez de jamar miel traga cheques- en un oscuro rincón de su habitación, quejándose por tuiter de que nadie le avisara de que habían creado una cuenta oficial de Joy Division, susurrándole a una foto de su antiguo amigo Bernie “I bear more grudges than lonely high court judges / when you sleep I will creep into your thoughts like a bad debt that you can’t pay / take the easy way and give in…”
- “Tutti Frutti” – New Order (Tom Rowlands’s remix)
“Este libro trata de lo que significa verdaderamente estar vivo. Trata de cómo actuar fuera del sistema y golpearlo. Trata de cómo sobrevivir a la catástrofe […], de cómo el haberte divertido puede conducir –y de hecho conduce- al éxito”. Aunque Bernie se ponga en la postdata del libro quizás algo demasiado grandilocuente, tampoco es que le falte razón. Joy Division fueron contra todo lo establecido, y New Order sin duda se lo pasaron en grande mientras alcanzaban el éxito y componían algunos de los mejores temas pop de la historia.
Y así es también como queremos terminar esta cascada de palabros que hemos soltado, con una invitación al baile que haga honor ya no al legado de New Order, sino a los New Order de ahora. Como ya hemos expresado, somos de la opinión que los de Manchester podrían haberse perfectamente ahorrado todo lo que va desde el “Republic” hasta su más reciente “Music Complete”, pero por suerte con este último parecen haber recuperado lo que mejor saben hacer. Chapad esto, dadle al play al pedazo de remix que se marca Tom Rowlands de The Chemical Brothers a la ya de por sí hitón “Tutti Frutti” y moved el cucu. [/nextpage]