Humor y tragedia se dan la mano en «Langosta», film profundamente negro con el que Yorgos Lanthimos habla del futuro que nos puede esperar.
Permítanme la digresión y dedicar algunas palabras a la que posiblemente sea una de las mejores películas del año: «La Giovenezza«, de Paolo Sorrentino. No se trata de hablar extensamente aquí de ella, pero sí de centrarse en dos elementos fundamentales como el contexto y el discurso o, traducido a las imágenes cinematográficas, el balneario y el poder e impacto de las emociones.
Como decíamos, el emplazamiento de los elementos es común, pero la diferencia entre Sorrentino y Yorgos Lanthimos, director de «Langosta«, está en el uso que hace de ellos. Y es que, para el director griego, el contexto es importante pero únicamente como objeto humanizado de sus películas. De hecho, se produce un fenómeno curioso: la doble vía conversora. Por un lado, la conversión de los espacios en otro personaje más de la película; y, por el otro, la cosificación (en tanto que proceso de vaciado) de sus personajes, de deshumanización emocional.
Mucho tiene que ver a este respecto la potencia y presencia de los dos espacios principales donde se desarrolla el film (y, en menor medida, un tercero como es el núcleo urbano): espacios diáfanos, sí, pero cuya presencia se hace más y más ominosa, opresiva. No sólo se trata de crear un universo (bordeando la distopia y, aun así, reconocible) con entidad propia, sino también de dotarlo de personalidad, de otorgarle capacidad de afectación psicológica. Los espacios no sólo actúan como ejemplo especular de lo absurdo, sino como fuente principal de lanzamiento mensajístico.
La uniformización del vestuario, el feísmo, el autoritarismo desbocado de sus dirigentes, la absurdidad de las normas impuestas hallan en el balneario y en el bosque no un mero contexto, sino un marco necesario para dotar de realismo aquello que se nos explica. Los escenarios, pues, en «Langosta«, no son sino los elementos que definen un estado ánimo, el esperpento global del mundo en que se desarrolla la acción.
Pero, ¿qué pretende mostrar el film de Lanthimos? En realidad, no es este un film denuncia, ya que su puesta en escena es meramente anacrónica. No se trata de poner de manifiesto las deficiencias del mundo actual, no. En realidad, más que denuncia, esta es una advertencia satírica de hacia dónde se puede encaminar nuestra existencia. De ahí que, como toda señal de peligro, aunque aparentemente sea algo temporalmente presente, se comporta proyectándose en el futuro.
Podríamos hablar de un cierto escepticismo del director griego respecto a las relaciones sentimentales, tanto la vida en pareja como la soltería, pero no es tanto eso como la sensación de que, si en algo se caga el realizador, es en la banalización de los mismos. Aquí hay una muestra de la voluntad de intromisión del poder incluso hasta en las áreas más privadas del corazón humano, de la voluntad de masificación y, por ende, la eliminación de la voluntad individual desde las altas esferas de poder. No se trata por ello de una suerte de criminalización ideológica del socialismo a lo orwelliano, ya que por un lado la rebelión individual acaba también derivando en autoritarismo y, por otro, hay una idea flotando en el ambiente, un subtexto, que nos habla (y no precisamente bien) de la estupidez hiperconsumista / capitalista.
La ironía de «Langosta» está en que (y precisamente se trata de una frase orwelliana) sólo son libres los animales y los proletarios. Por ello, la transformación en animal, aparentemente terrible deviene en el horizonte mental un riesgo más que apetitoso, una única forma de liberación real. Así lo entiende (o parece entenderlo, ya que el final de «Langosta» es plenamente abierto) un Colin Farrell que renuncia a toda forma de control, convirtiéndose en un paria (el proletario de «1984«, vamos) destinado a huir o a ser cazado, pero nunca encadenado al absurdo vital en el que vive.
Esta es una película negra, profundamente humorística y, al mismo tiempo, trágica que, enfocada desde un cierto distanciamiento frío, sienta las bases para una digestión a posteriori del espectador. Un film totalmente lejano a las convenciones masticadas y que se asienta sobre el pilar de lo conceptual, de la abstracción inteligente, de la clave que permita la comprensión sin caer ni en el intelectualismo banal elitista ni en la denuncia dedocrática loachiana.
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