Seguro que ya has oído hablar de «Sense8″… Pero, ¿por qué? ¿Por qué parece que esta serie esté programada para agradar a absolutamente todo el mundo?
Seguro que «Sense8» estaba en tu radar mucho antes de que Netflix llegara a España… Y eso, la verdad, tiene su mérito. Al fin y al cabo, el gigante de televisión y cine en streaming ya tuvo con anterioridad algunos grandes estrenos que no llegaron con tanta facilidad a nuestro país y que, sobre todo, no calaron tan hondo en las redes sociales patrias. Hablando en plata: ha sido realmente interesante considerar que en tu timeline de Facebook han hablado de «Sense8» desde tu colega el proto-periodista hasta tu cuñada la experta nivel 89 de «Gran Hermano» hasta esa persona que no sabes bien qué carajo hace entre tus contactos y que lo único que hace es dejar caer máximas new age que parecen salidas de un imitador de un imitador de un imitador de Paulo Coelho.
Y lo jodido es que, al fin y al cabo, todos ellos son el público potencial de «Sense8«. Todos ellos y, claro, tú también. Lo que obliga a preguntar: ¿por qué? ¿Cómo puede ser que una serie de televisión parezca programada genéticamente para agradar a absolutamente todo el mundo? Parte de la respuesta está en otras series. Al fin y al cabo, es algo que siempre se ha sabido en los despachos de marketing televisivo: una serie de televisión ha de incluir personajes que apelen a diferentes espectros de edad y de intereses. «Farmacia de Guardia» lo asimilió a la perfección, por poner un ejemplo castizo y cercano que consiguió triunfar segmentando su audiencia en base a sus protagonistas: el padre que no se entera de mucho, la madre amantísima, el niño travieso, la adolescente apollardada, el abuelo cañí… Si no te sentías identificado con alguno de ellos, es que no vivías en España.
Más cerca en el tiempo: parte del éxito de «Lost» residía (además de en sus guiones como zanahoria que cuelga delante del burro que no puede parar de moverse) en el acierto de tomar como personajes a un grupo supra-nacional que no sólo incluía a yankis, sino también a árabes, orientales y latinos. Todo un melting-pot en el que, de nuevo, era imposible no encontrar un espejo en el que reflejarse para vivir a través de él todas las aventuras de la isla. Eso sí, los ejemplos mentados pueden considerarse mínimamente naturales: la familia es la unidad básica (aunque cada vez más disfuncional) de nuestra sociedad, y los protagonistas de «Lost» eran pasajeros de un avión, lugar que ya de por sí actúa a modo de crisol internacional. En el caso de «Sense8«, sin embargo, esa naturalidad queda aniquilada bajo la acción de su marco de sci-fi.
Ojo, que soy consciente de que en este mundo no se puede ser más sci-fi que «Lost«, pero también tendremos que reconocer que su punto de partida, el accidente de avión, apelaba directamente a los miedos íntimos del «te puede pasar a ti». El punto de partida de «Sense8«, por el contrario, no te puede pasar a ti. Ni de Blas. A saber: de repente, ocho personas desperdigadas por el mundo empiezan a compartir una especie de conexión psíquica: sienten lo que los demás y no tienen control sobre ello. Súbitamente, una pobre hindú que está a punto de meterse de cabeza en una boda no deseada empieza a «vivir» a través de los ojos de un delincuente de poca monta que prepara el golpe definitivo en Berlín. O una chica transgénero de San Francisco se cuela en la existencia de un africano que se mete en líos en Nairobi para poder conseguir medicamentos contra el VIH para su madre. O un actor latino de telenovelas armariado se encuentra en medio de las movidas mentales de un policía de Chicago atormentado por su pasado. O una dj islandesa residente en Londres que ve cómo la hija de un imperio financiero de Seúl se ve aplastada por el peso de su familia.
La cuadratura del círculo: en «Sense8» no sólo conviven personajes provinentes de absolutamente todos los continentes, sino que su premisa (es decir: los personajes comparten una conexión psíquica que se traduce en una especie de presencia fantasmática en la realidad ajena, pero no es necesario que compartan espacio físicamente) también hace posible que la serie suceda en diferentes espacios que serán reconocibles de algún modo u otro para todos los espectadores. Y si esto no fuera suficiente para que «Sense8» apele a los instintos más íntimos de todos y cada uno de sus espectadores potenciales, ahí está el discurso new age para terminar de convencer: la serie es una apuesta por el amor global, por la importancia de estar en armonía con el mundo que te rodea porque, al fin y al cabo, nadie está solo en el mundo. Vivimos en una red interconectada en el que incluso las emociones se rigen por un devastador efecto mariposa.
Cierto es que este tipo de discursos caen en un doble peligro. Para empezar, son un poco cansinos: superamos el new age hace varias décadas y, por mucho que Enya acabe de publicar un nuevo disco, nuestra visión del cosmos actual es mucho más apocalíptica y pesimista que la de hace unos años. Y ya no sólo es que el discurso new age se ponga habitualmente en cuarentena como algo propio de hippies y crustis, sino que, cuando aparece representado de forma tan alarmantemente planificada en una serie como «Sense8«, realmente adviertes que el discurso del mundo como un todo intercomunicado es exactamente el mismo que el de la globalización capitalista aunque enmarcado en un panorama diferente: el primer discurso apela a las emociones, el segundo a las mercancías. Siempre es feo que comparaciones como esta queden al descubierto de forma tan -inconscientemente- vistosa. De hecho, es igual de feo que convenir, al fin y al cabo, que esta serie es el caballo de Troya con el que Netflix va a lanzarse a la conquista del mercado global. Pero así es.
Eso sí, que nadie piense que estoy poniendo a caer de un burro a «Sense8«. Ni mucho menos. La serie de los hermanos Wachowski para Netflix es, directamente, de lo mejorcito que se ha podido ver en este año 2015 en la televisión. Tiene un ritmo impecable y una factura visual sublime. De hecho, por momentos, ese resulta ser el principal escollo de «Sense8«: hay episodios en los que, más que un guión, lo que parece constar aquí son excusas para formalizar escenas fardonas e impactantes (como la del polvazo colectivo en el jacuzzi o la de los nacimientos de todos los protagonistas). Pero lo cortés no quita lo valiente y, después de varios capítulos en los que la serie parece correr como pollo sin cabeza (un pollo alucinantemente estilizado y elegante, pero sin cabeza al fin y al cabo), «Sense8» formaliza un argumento mucho más que solvente sobre un grupo de personas «diferentes» luchando para conservar su diferencia, con todos los ecos metafóricos que este tipo de tramas suele tener y que «X-Men» supo hacernos entender en clave de minorías sociales.
Sí, «Sense8» está pensadísima desde el marketing y el estudio de mercado para agradar absolutamente a todo el mundo… Pero ni eso consigue impedir la magia que se produce entre el espectador y los protagonistas. ¿Magia? ¿O conexión psíquica?