Deberíamos haberlo visto venir cuando se dejó una de esas barba de mierda que lo único que hacen es describir una fina línea de pelo marcando el contorno de la barbilla como una -asquerosa- fila de hormigas. En un principio, desde la crítica musical no dudamos ni un instante en meter a Jamie Woon en el mismo saco que otro compañero de viaje con sensibilidad similar: James Blake. Y la verdad es que no fue culpa nuestra, sino del mismo Woon: en su primer trabajo, «Mirrorwriting» (Polydor, 2011), se hizo con el servicio de colaboraciones estelares como la de Will Bevan (es decir: Burial himself) para conseguir que su r&b se ajustara a las normas coyunturales de aquel nu-r&b que por aquel entonces parecía la única salida.
Y, claro, al meterlo en el mismo saco que James Blake, en el interior de nuestra cabeza ya planeamos una carrera futura que sólo pasaba por una bifurcación posible: partiendo de aquel nu-r&b y con Blake como principal competición, Woon sólo podía coger el camino del éxito y mantenerse al nivel de su compañero de género o, por el contrario, podía caer en el hype absoluto e iniciar un declive paulatino en el que, disco tras disco, los críticos iríamos dejando caer la conclusión de que el pobre hombre nunca llegó a cumplir con las expectativas. No se nos pasó por la cabeza, como no suele pasársenos por la cabeza nunca cuando estamos en medio de un calentón, que las cosas no sólo tienen que ir hacia adelante, sino que también pueden ir hacia atrás.
Ya lo probó Jessie Ware, que en tres, dos o uno dejó atrás su enfermiza pasión por los moños y pasó de ser una de las grandes promesas del nu-r&b femenino a convertirse directamente en una artista «para adultos». Jamie Woon ha hecho algo parecido en su segundo disco: «Making Time» (Polydor, 2015) se despoja por completo de la electrónica y el paradigma digital que otorgaba al nu-r&b su hálito rompedor y da un paso atrás. De hecho, la premisa de este disco es precisamente esa: Woon quería grabar el disco sin ningún tipo de coartada electrónica, así que se encerró en el estudio con una banda en vivo y grabó las canciones del tirón. Sin adulterar. Un paso atrás que, visto lo visto, no es una derrota, sino una victoria absoluta.
¿Cómo no rendirse ante alguien que, después de haber pretendido ser otra persona, por fin se abre la pechera de la camisa y te enseña toda su desnudez?
«Making Time» suena mucho más natural que «Mirrorwriting«. Aquí se nota que Woon no imita a nadie ni intenta seguir el ritmo de los tiempos: simple y llanamente, lubrica a la perfección el aparato sexual del crooning r&b clásico y, así, sin más, lo borda. Al fin y al cabo, la producción nítida y cristalina de este disco permite que brille la verdadera protagonista de todo esto, que no es otra que la propia voz de Jamie. Puede que las canciones no sean revolucionarias ni, a priori, sorprendentes… Pero es precisamente esa falta de pretensiones lo que cierra a la perfección canciones como «Movement» (con su toque de funk trotón), «Sharpness» (o lo u que es lo mismo: la definición de diccionario de «coolness musical»), «Thunder» (y sus aromas de improvisación jazz), «Dedication» (como cierre cálido pero nunca hirviente) o «Celebration» (con un juego de voces y un mood que se te queda debajo de la piel).
Aquella barba de mierda debería habernos advertido: Jamie Woon no era tan cool como James Blake ni iba a tener una carrera como la de él. Por el contrario, desapareció del mapa durante una temporada y regresa ahora en unas coordenadas musicales cercanas en las que, por fin, suena a Jamie Woon. Al cien por cien. ¿Cómo no rendirse ante alguien que, después de haber pretendido ser otra persona, por fin se abre la pechera de la camisa y te enseña toda su desnudez?