Ahora que ya hemos digerido la película «Eden», nos embarcamos en un viaje para recordar, analizar y, sobre todo, revivir la movida del French Touch «one more time».
Noviembre de 1992. Paul abandona un abarrotado submarino transformado en club house para adentrarse en el bosque, perderse en la soledad y sacudirse los últimos efectos extáticos de la larga noche en forma de colorida ave imaginaria que sobrevuela su cabeza. Así comienza “Eden”, film dirigido por Mia Hansen-Løve. Y así se podrían definir a pie campo, de una manera entre poética, realista y psicotrópica, los albores de la escena electrónica más importante y paradigmática germinada en Francia: el bautizado como French Touch.
Aunque se debe tener en cuenta que, durante el desarrollo del metraje, no se cita en ningún momento tal corriente elevada con el paso de los años a categoría de género porque, básicamente, su argumento no pretende revisar su historia y sus protagonistas. Eso sí, en él se deja claro cuáles fueron las influencias del ‘toque francés’: el house clásico surgido en Nueva York y Chicago (en pantalla se realiza el viaje iniciático entre ambas ciudades para empaparse de su mística sonora y, en concreto, del garage, variedad tejida en las entrañas del mítico club Paradise Garage de la Gran Manzana), la música disco primigenia (con Chic desde el otro lado del charco y Cerrone en suelo galo como faros guía) y su versión espacial y cósmica (Giorgio Moroder era el Dios al cual rendir pleitesía).
De hecho, tal como se menciona en uno de los diálogos de “Eden”, la electrónica de baile francesa producida antes del cambio de siglo era, en esencia, música disco modernizada que se apropiaba de los sonidos de las fuentes originales para regurgitarlos y construir un estilo que evolucionó autónomamente. Entre la mitad de los 90 y los comienzos de los 2000, este género vivió su momento de esplendor y saltó de las raves que la juventud francesa había copiado de la británica y asimilado según sus modos culturales al aire libre o bajo techo con París como gran foco de la acción (en contraposición a las que, a lo largo de los 80, celebraba el movimiento punk en el subsuelo de la capital gala) a una audiencia cada vez más amplia.
En medio de esa fase de crecimiento, el French Touch fue incorporando sus rasgos más característicos, aunque en sí resultaba (y sigue resultando) un término difuso, a pesar de que cuando su peculiar denominación se extendió por todo el globo terráqueo gracias al periodista británico del Melody Maker Martin James -que estrenó el concepto en una de sus columnas en 1996- se asociaba de inmediato a ritmos sintéticos que engalanaban los típicos y rígidos beats 4×4, se enriquecían con melodías entre eufóricas y melancólicas, entre frías y cálidas -como perfectamente se sugiere en “Eden”– y se aderezaban con elementos, a la postre, definitorios del movimiento: voces vocoderizadas, lírica a veces reducida a una sola línea repetida como un mantra pegajoso, toneladas de samples -a cuyas selección y utilización habría que dedicar toda una tesis-, líneas de bajo adhesivas y bien marcadas, sintetizadores y teclados de extensa gama cromática y sonidos / instrumentos filtrados (hasta el punto de generar dentro del propio French Touch la subdivisión ‘filter house’) que se tomaban como recursos fundamentales, no como simples ingredientes estéticos.
A partir de ese tronco sonoro común brotó un conjunto de ramificaciones que dio como fruto un estilo sólido, poliédrico dentro de su homogeneidad y expansivo. Las colaboraciones artísticas, los trabajos mutuos en la producción y la interrelación entre discográficas eran, más que una sana costumbre, toda una manera de enfocar y encauzar los procesos de creación dentro de una auténtica tela de araña que tuvo en Roulé su primer gran baluarte. Dicho sello, considerado el oficioso fundador del French Touch, destacó por ser el hogar del 50% de Daft Punk, Thomas Bangalter, a la sazón su patrón inspirado en la tradición familiar enraizada en la música disco setentera -su padre, Daniel Vangarde, estuvo enrolado en Who’s Who y colaboró con artistas como Sheila B. Devotion o Gibson Brothers, entre otros- para lanzar a nombres como Roy Davis Jr., DJ Falcon, Together (él mismo con el último dj mencionado) y, especialmente, Stardust (su efímera aunque apoteósica alianza con Alan Braxe y el cantante Benjamin Diamond).
Junto a Roulé se situaban otros sellos igual de relevantes. Les Disques Solid, por ejemplo, fue conocido por editar parte de la obra de Air -tangenciales al French Touch por mucho que se quisiera incluirlos en él con calzador-, Cosmo Vitelli y Alex Gopher, uno de los tótems del movimiento que aprovechó su asociación con Demon (Jeremie Mondon) bautizada como Wuz para dar carpetazo definitivamente a la era dorada del sonido electrónico afrancesado con su LP homónimo “Wuz” (Les Disques Solid, 2002). Different, por su parte, fue el hogar de Étienne de Crécy, otro infatigable difusor de la electrónica de baile francesa tanto en solitario -su seminal álbum de debut, “Super Discount” (Different, 1997), aparece en “Eden” en forma de pegatina pegada en un mueble de cocina que observa la evolución del protagonista del film- como acompañado de Philippe Zdar (Cassius) en Motorbass. Crydamoure fue el sello conducido por la otra mitad de Daft Punk, Guy-Manuel de Homem-Christo, bajo cuyo techo desarrolló su proyecto paralelo Le Knight Club e impulsó a su hermano Paul con los alias Play Paul y The Buffalo Bunch. La escudería Versatile estaba encabezado por el parisino I:Cube y Cheek. Y, para cerrar esta ristra de sellos, Vulture Music: casa del emblemático Alan Braxe y su eterno compinche Fred Falke, componentes de un tándem imbatible, aunque por separado ambos brillaron igualmente con luz propia.
Mención aparte merece la división francesa de Virgin, cuya potencia como major le permitió contar en su apogeo con Cassius (el ya mencionado Zdar reforzado por Boom Bass), Superfunk (proyecto manejado por los marselleses Fafa Monteco, Stéphane B y Mike 303) y, naturalmente, Daft Punk, fichados tras haber editado en 1994 con la discográfica escocesa de música electrónica Soma su primera demo “The New Wave” (rebautizada luego en su mezcla definitiva como “Alive”) y sus primeros singles, “Da Funk” (Soma, 1995) e “Indo Silver Club” (Soma, 1995). No obstante, Virgin sería la escudería que lanzase finalmente el legendario debut de los franceses, “Homework” (Virgin, 1997), cuya sombra siempre ha sido (demasiado) alargada sobre el French Touch.
Un hecho irrefutable que en “Eden” se plasma con una cercanía que, de entrada, se debería interpretar que está basada en hechos reales. En este sentido, es posible hacerse una idea de la progresión artística y personal de la pareja por el tratamiento que recibe entre el homenaje devoto y el retrato irónico. Por ejemplo, se muestra cómo el dúo (sin trampa ni cartón ni ningún tipo de máscara o caso robótico) presenta en sociedad una de las piedras filosofales de su carrera y de la electrónica de los 90, “Da Funk”, en una fiesta en casa de los padres de Bangalter con cierta inseguridad pero con el convencimiento de algunos de los testigos de que su futuro sería fulgurante. A la vez, se sugiere cómo, pese a su éxito creciente, el anonimato voluntariamente perseguido por Thomas y Guy-Manuel los ponía con los pies en la tierra y fuera de las listas de invitados en fiestas exclusivas y clubes de moda. E incluso se refleja de refilón hasta qué punto su explosión definitiva en los comienzos del siglo XXI con “Discovery” (Virgin, 2001) provocaba que hasta su fan más irredento reconociera que el dúo estaba “hasta en la sopa”. Razón no le faltaba…
El alcance mundial de la marca Daft Punk no impidió, sin embargo, que otros valores conectados con el French Touch -en determinados casos, calificados como versos sueltos- obtuvieran una posición elevada dentro de la corriente que luego aprovecharon para catapultar sus carreras en géneros diferentes dentro de la electrónica de baile. El más célebre de ellos, Bob Sinclar, cuando aún se movía al margen del house / dance más cheesy y masivo y prefería empaparse del funky-house reluciente que permitió a sus discos “Paradise” (Yellow Productions, 1998) y “Champs-Élysées” (Yellow Productions, 2000) adquirir gran popularidad.
Paralelamente, una amplia lista de músicos y productores buscaban conquistar otro tipo de territorios sonoros que, eso sí, compartían un mismo perfil de audiencia: Mr. Oizo -pseudónimo del polifacético Quentin Dupieux– seguía con acierto la dirección del electro tanto accesible como experimental aupado por la amarilla y bailarina figura de Flat Eric, muñeco que logró fama planetaria gracias a un spot televisivo de cierto fabricante de vaqueros; Benjamin Diamond, además de erigirse en vocalista de postín, también cultivó su faceta de músico y compositor tendente hacia el pop en su disfrutable y relativamente olvidado estreno en largo, “Strange Attitude” (Left Music, 2000); y Fantom -dupla formada por Julien Jabre y DJ Gregory (este también con una relevante trayectoria en solitario)- y Bel Amour vincularon estrechamente la identidad del French Touch con el house atemporal gracias a sus maxis “Faithfull” y “Bel Amour”, respectivamente.
Como suele suceder cuando germina una ola (o moda, si se prefiere) musical y crece en proporción geométrica, se acaban adscribiendo a ella, consciente e inconscientemente, nombres que, en realidad, se comunican a través de un hilo común muy débil. En este variopinto y etéreo sector del French Touch despuntaron algunas referencias que se instalaron en la memoria colectiva como miembros del club en mayor y menor medida: St. Germain, uno de los máximos exponentes del cruce entres beats electrónicos y jazz tan en boga en los comienzos de los 2000; Dimitri From Paris, galán del lounge y el downtempo de corte lujoso y elegante; Antoine Clamaran, curtido dj y productor house; The Supermen Lovers y Modjo, adalides del dance-house comercial pero digerible que demostraron, especialmente los segundos con su mega-hit “Lady”, que el toque francés poseía el suficiente potencial para dominar el mercado mainstream; y el ejemplo más extraño, Les Rythmes Digitales, apodo de Stuart Price -de poso musical francés pero inglés a todos los efectos- que llamó la atención con su éxito “Jacques Your Body” antes de reconvertirse artísticamente en Jacques Lu Cont / Thin White Duke y de labrarse un currículum como cotizadísimo productor.
Potenciado por esa heterogénea fuerza comunal, se formó un catálogo sonoro reconocible al instante y fructífero, circunstancia que se constataba no sólo en la avidez de los seguidores más apasionados por hacerse con el último maxi editado o en la euforia con que era recibido en la pista de baile el track más novedoso del momento, sino también en la velocidad con que viajaba a través de las ondas hertzianas transmitidas por emisoras de radio que amplificaban las cualidades de la música electrónica gala durante aquella era dorada.
La primera de ellas, Radio FG, con sede en París, pasó de ser una estación de alcance local a centro de difusión nacional de los sonidos más candentes del house, el techno y sus correspondientes subgéneros como el French Touch, del cual fueron residentes ante los micrófonos para ofrecer en directo sus sesiones Daft Punk, Bob Sinclar, DJ Gregory o los mismos Cheers, dúo al que pertenecía Sven Hansen-Løve, hermano de Mia y principal inspiración de la historia relatada en “Eden”. La otra emisora radiofónica que contribuyó a la consolidación de la ola francesa fue NRJ, cuyo programa “Better Days”, volcado en el estilo house, se asoció a ella desde su nacimiento en 1997.
Unidas y activadas todas las piezas del gran engranaje descrito, se completó un proceso gracias al cual el French Touch no sólo cruzó las fronteras galas para dejar de ser un fenómeno autóctono y convertirse en un prodigio global que introdujo a miles de almas en la cultura de club desde una óptica vitalista y elegante, sino que también traspasó las barreras del tiempo hasta llegar incólume a nuestros días. De hecho, se podría afirmar que el French Touch, al margen de la artificialidad intrínseca de la etiqueta, nunca se ha ido del todo, a juzgar por su influjo durante últimos diez años en el pop (Phoenix y los norirlandeses Two Door Cinema Club contaron con Philippe Zdar –Cassius– como mezclador), el electro-rock (Jamaica, Yuksek), la electrónica pura y dura (Mirwais, Kavinsky) y el house (Lifelike).
Pero su impacto se aprecia igualmente en la creación y desarrollo de determinados sellos discográficos que reciclaron la esencia del French Touch, entre los que sobresalen Ed Banger Records, fundado por Busy P (Pedro Winter), antiguo manager de Daft Punk y capo que maneja los designios de Justice, SebastiAn o Breakbot; Kitsuné, rampa de lanzamiento de BeatauCue, Joakim o Jupiter; Bromance Records, hogar de Brodinski; y So French Records, cuyo roster no incluye nombres identificables para el gran público pero sí importantes por sus esfuerzos para mantener encendida la mecha primigenia de la electrónica de baile francesa.
En el desenlace alegórico-filosófico de “Eden”, basado en los versos de “El Ritmo”, poema del autor estadounidense Robert Creeley, se recuerda que “todo es un ritmo, desde el cerrarse de una puerta hasta el abrirse de una ventana (…). El ritmo que se proyecta desde sí mismo continúa doblegándolo todo con su fuerza desde la ventana hasta la puerta, desde el techo hasta el piso; luz al abrirse, oscuridad al cerrarse”. Hace dos décadas, el French Touch era ese ritmo que lo impregnaba todo, que todo lo movía.