Hace escasos días se nos caían las bragas, la faja, la refaja y los calcetines al suelo con los nuevos zapatazos de Yves Saint Laurent para esta primavera. Y aunque sabíamos que ni muertas íbamos a poder pagar los cientos de eurazos que cuesta un par (aunque ochocientos del ala parecen mucho pero en realidad no lo son tanto, total, un alquiler o unos cuantos recibos a Endesa y esos ni los disfrutas), no podíamos apartar la vista de los nuevos pequeños de Casa YSL. Qué diseño, qué minimalismo chic. Veíamos los juanetes en la lejanía, pero esos zapatos tenían algo que los hacían diferentes. ¿Y qué podía ser además del simple y delicioso logo y su perfecta y colorida piel? Bien, lo que llamaba más la atención, además de su impecable diseño de Supervixen Classy, era su atrevida suela. Roja. Red. Escarlata. ¿Os suena de algo? Sí. Y al señor Christian Louboutin también. Más que sonarle, le ha olido a chamusquina cara. A copia. A farsa. Y non. Al pater de todos los zapatos de suela roja, el culpable de que todas las cholas vistan stilettos negros con suela ídem de baratelo del Blanco, no le han gustado nada los nuevos modelos. Le han gustado tan poco que ha denunciado a la Casa rival por plagio. Que cualquier excusa es buena para plagiarse con el enemigo y si, además, es por algo tan evidente y tan cantoso, tanto mejor.
El modelo de la discordia es uno en concreto de ante rojo con la suela del mismo color, y da la casualidad de que se vende en las mismas tiendas en las que se pueden comprar los ambiciados Louboutines (Saks Fith Avenue, Barneys, Bergdorf Goodman, Nordstrom y Neiman Marcus entre otras webs de llorera y procrastinación inútil), con lo que el morbo alcanza las nubes. El Señor Louboutin apela al vil robo de algo que se ha convertido en su propia marca (y que, de hecho, ya lo es considerado oficialmente desde que en 2008 se lo reconociera la U.S. Patent and Trademark Office) y que, con el paso de los años, se ha convertido en seña inequívoca de glamour (ejem) entre las celebrities.
La demanda se interpuso el pasado jueves en la Corte de Manhattan y la indemnización que piden por plagio y daños asciende al millón de dólares. Mr Louboutin alega que fue idea suya y sólo suya la de colorear las suelas de sus interminables stilettos (y cuenta la leyenda que esta idea surgió cuando, en 1992, pintó un par a base de brochazos de laca de uñas… Más ochentero imposible), y que por ende, toda suela que refleje el color de la sangre existe gracias a él. Que usar una suela roja sin ser el ítem de Louboutin no hace otra cosa que apropiarse vilmente de su mérito y desvalorizar por completo el objeto del deseo, sinónimo de lujo, sobre el que Mr. Christian ha construido su magno Imperio. Pues Christian, querido, si te das una vuelta un sábado por la tarde por la Calle Pelayo te da un telele.
Lo curioso del tema, la sal de este estofado de ternera tan bien servido, es que la colección de la polémica incluye zapatos de otros colores con la suela a juego: verde, lila, azul… Con lo que la pataleta de Louboutin se puede quedar en berrinche, en ataque de ego o simples ganas de fastidiar al rival más fuerte; pues, ¿tiene él derecho a asumir como propio el mérito de colorear la suela de cualquier zapato del mundo mundial y parte del universo? ¿Su influencia se debe reducir únicamente al rojo o, como todos los hallazgos artísticos, una vez descubierto, debe dejar que toda la Humanidad -incluídos sus competidores más directos, factorías chinas y cadenas low cost- se beneficien de él? El debate está abierto. Rogamos a nuestras (y nuestros) intrépidos lectores avezados en las nobles artes del derecho y la legislación nos alumbren un poco y se arriesguen a vaticinar cómo acabará esta historia.
[Estela Cebrián]