Jamie Woon tiene todas las papeletas para ser ahora mismo el hombre más cool del planeta. A su despampanante y perfectísimo físico de estudiante cum laude de la Brit School en Croydon (cuna de grandes luminarias del pop de nuestros días como Adele y Amy Winehouse) hay que unirle un árbol genealógico que incluye a su madre, la cantante de folk celta Mae McKenna, además corista reconocida que ha cantado para Björk, Michael Jackson y los mismísimos Stock, Aitken and Waterman y un abuelo que militó en una banda de rock escocesa de los 70. Además, en su agenda figura Burial o, mejor dicho, el hombre detrás de la máscara como reconocido amigo, compañero e incluso colaborador en la sombra. La mismísima Mary Anne Hobbs ha dicho de él que es como el Jeff Buckley de la electrónica. Mucha presión y revuelo mediático para un chaval de apenas veintisiete años a quien pesa una fama inesperada que empezó a rondarle cuando hace cuatro años editó un maxi con una única canción, «Wayfaring Stranger«, que en las dolientes manos de Burial se convirtió en hit híbrido y pista a seguir. Pero no sería hasta hace unos meses cuando la red se inundaría del goteo de sus acuosas y brillantísimas canciones de soulstep. En «Night Air«, «Spirits» o «Lady Luck«, sus primeras huellas en la arena dub y en su camino hacia el star system del pop inteligente, Woon demostraba que sabía sacar pleno rendimiento a la era digital sin perder de vista el impacto analógico de su intensa voz de soulman con el corazón roto. Mr. Woon tiene mojo, no sé si me entienden; y, por encima de todas las cosas, tiene el mérito de haber dado luz a uno de los discos más lujosamente sexys, descaradamente sensuales e inteligentemente cool del año. Su soulstep para alcobas es la banda perfecta para hacer el amor, el cuelpo y otras veleidades físicas que impliquen un cuerpo humano, o dos, o tres, nacth, nacht, blink, blink, say no more.
Como James Blake, el otro tótem de la cooltrónica del momento, Jamie Woon basa su sonido en una capa básica de dubstep ambiental y lo conforma a base de diferentes pinceladas de pop moldeable para dar lugar a una sonoridad electrónica única y genuina. Pero, a diferencia del de «Limit To Your Love«, que respira impasible dentro de su burbuja de arty sonoro, estructurado y a ratos inaccesible, a Woon le gusta más jugar a ras de suelo, donde la luz dibuja sombras indefinidas y cercanas. Por ello sus materias primas son el soul, el blues del nuevo milenio y un R&B en su facción menos comercial que, puesto todo al servicio de su impactante y negrísima voz, dan como resultado unas canciones sensuales, nocturnas y terrenas, plenamente conscientes del entorno urbano y gris que las ha visto nacer. No en vano, la ciudad y la noche son temas recurrentes en las canciones de su primer disco, y su sonido es una lento descenso hacia la madrugada, la duermevela y un estado de fase REM excitada. En «Night Air» juega con el espacio creando una canción de crescendo lento y envolvente (con coros de su amantísima madre): un primer tema que sirve para abrir el camino de las diez canciones que le seguirán en la misma línea ambiental y evocadora. «Lady Luck«, «Shoulda» y «Middle» son los highlights indiscutibles del álbum: en ellas, las melodías se entrelazan con la imponente voz de Woon, que sabe mantenerla sobria y quieta o elevarla hasta el infinito para romper junto con la música en un juego de espejos y líneas de tiempo que convergen, se dilatan y diluyen, canciones acusosas en las que el electroautor juega hábilmente con las reverbs, los ecos y los efectos sonoros para crear una sensación de espacio interminable y de vacío existencial que nunca ahoga, sino que más bien dota al conjunto de una emoción contenida de elegancia indiscutible y muy pensada. El pasado britpopero de Woon y sus clases de guitarra tomadas desde los quince años también están presentes, especialmente hacia el final del disco, donde se permite jugar con las cuerdas emotivas y otros géneros a parte del dubstep, como en «Gravity«, con ese puntillo shoegazing, o en «Waterfront» y su minimalismo folktrónico.
Decía Woon en una entrevista que él siempre había querido hacer pop, y que lo haga con los rudimentos de un género tan esquivo y sofocante como el dubstep tiene gran mérito. En la brecha abierta por The xx, que jugaron un papel fundamental en la educación del público a la electrónica contenida pero siguiendo sus propias palpitaciones, Jamie Woon ha firmado un disco personal y fácil, que abraza multitud de géneros sin sonrojo, ni por su parte ni por la del oyente, que suena a cemento mojado y a soledad compartida, que también tiene algo de magia escondida y que bien podría servir como bálsamo refrescante y húmedo de las noches de calor urbanita y sofocante que nos quedan por delante.