Existen dos formas diferentes de acercarse a «No No No» (4AD, 2015), el nuevo disco de Beirut… La primera de ellas implica conocer algo que, de entrada, el oyente tampoco tiene por qué saber. Me explico: en sus últimas entrevistas, Zach Condon ha explicado reiteradamente que «No No No» es el resultado de un proceso bastante triste. Desde que publicó «The Rip Tide» (Pompeii, 2011), el artista se encerró en la composición claustrofóbica de una opera magna y megalómana que viniera a ampliar más todavía las ya de por sí colosales hechuras de sus coordenadas habituales. Ya sabes: multi-instrumentación, orquesta, vientos, cuerdas y una sensación de que más es más a toda costa con el objetivo primordial de encenderte el corazón.
Esta tarea de composición, sin embargo, acabó convirtiéndose en una especie de callejón sin salida que se estaba llevando por delante la cordura de Condon, así que decidió aparcarla y marcarse un disco en las antípodas: un gesto mínimo y para pocos instrumentos, 9 canciones, 29 minutos de duración y un tiempo de grabación de apenas un par de semanas. Una especie de ejercicio de descompresión que no sólo debía servir para aligerar de carga la propia cabeza de Zach Condon, sino también para permitirnos a nosotros coger aire antes de enfrentarnos a esa obra colosal que supuestamente debería llegar en los próximos años.
Y esta aproximación a «No No No» está bien y es maja y muy comprensiva y, la verdad, Condon siempre ha sido un chaval tan campechano y accesible que la primera tentación es acercarse al disco perdonándole cualquier cosa por lo que tiene de abrazo de un fracaso. Pero también hay una segunda e inevitable aproximación a este álbum, y esa aproximación parte del hecho de que, al fin y al cabo, los discos habría que escucharlos totalmente desligados de su marco de creación. Lo jodido es que, con los oídos vírgenes, entonces nos toca reconocer plenariamente que «No No No» es un trabajo flojo. O, por lo menos, mucho más flojo del nivel al que nos tenía acostumbrados Beirut.
«No No No» es un gesto mínimo y para pocos instrumentos, 9 canciones, 29 minutos de duración y un tiempo de grabación de apenas un par de semanas.
No estoy equiparando aquí la falta de pegada con el minimalismo instrumental ni las intenciones íntimas, ni mucho menos. Estoy diciendo que, al final, tras escuchar «No No No» te quedas con la sensación de que hay ideas esbozadas, pero no canciones completas. Y lo que es peor todavía: que las ideas aquí esbozadas ya fueron canciones completas en algunos de los otros discos de Beirut. Lo que, pensando con detenimiento, acaba siendo una gran pena: muchos son los artistas que han aprovechado un ejercicio de depuración para, llegados al raquitismo, definir más todavía sus propias señas de identidad y de ahí saltar hacia un ejercicio mucho más megalómano.
«No No No«, sin embargo, no parece un ejercicio de depuración autoconsciente, sino simple y llanamente un pequeño divertimento sin pretensión alguna más allá de calentar el alma de Zach Condon y la de sus fans habituales. Eso, al fin y al cabo, lo consiguen temas como el titular «No No No«, la rítmica contagiosa de «Gibraltar«, la balada en proceso de disolución en «At Once«, el piano herido de «So Allowed» o los vientos optimistas de «Perth«. El problema es que incluso los fans pueden acabar pensando «para escuchar esto aquí, lo escucho en aquel otro disco de Beirut en versión mucho más certera, profunda y matadora«.
Imposible saber (todavía) si este ejercicio de contricción le ha servido o no a Zach Condon para seguir adelante con su gran obra… Pero lo que está claro es que, al fan habitual de Beirut, «No No No» no le va a hacer más servicio que el de un pasatiempo. Y lo que es peor: los haters ya tienen una excusa perfecta para seguir diciendo que la música de este hombre morirá tarde o temprano de ñoñería e inanición.