La «Lancha Rápida» de Renata Adler es un libro que se lee como alguien a quien se le escurre entre las manos una anguila que le va dando calambrazos.
Hay libros que están ahí para que te entretengas… Y hay libros a los que se la pela entretenerte. Es este un género (que a su vez tiene mil sub-géneros) practicado por una ilustre estirpe de escritores que van desde Joyce hasta Foster Wallace. Estos literatos nunca tienen en mente si las frases les han quedado lo suficientemente briosas para asegurar una lectura ligera o si los párrafos tienen la medida justa para ayudar a la lectura. Son autores que no piensan en términos de claridad argumental ni de fluidez narrativa. Pero es esta estirpe, sin embargo, la que hace que la literatura evolucione incluso en este siglo XXI.
Y a esa estirpe pertenece, no cabe duda alguna, Renata Adler. «Lancha Rápida«, su primera novela editada en el año 1976 (y ahora publicada en nuestro país de la mano de Sexto Piso), la situó rápidamente entre las plumas más destacadas de su generación, y el texto se ha mantenido más que vigente durante cuarenta años por motivos más que evidentes… El primero de ellos, porque es una reflexión pura y dura al respecto del propio lenguaje. Siendo Adler periodista de oficio, no es de extrañar que trate las palabras como sólidos tochos con los que edificar torres elevadas de frágil pero fascinante equilibrio.
La confusión, el continuo estado de alerta, la inexistencia de amarres que te anclen en un puerto firme, la fugacidad de las relaciones, la intensidad de las emociones… Eso es «Lancha Rápida».
El suyo es un aproximamiento encendido e incluso incendiario, teñido continuamente de esa imprescindible ironía que es el arma postmoderna por excelencia para derribar muros y abrir caminos: «El talento inflamaba las columnas de opinión y las mesas de café. La metáfora de agresión física se había apoderado de las críticas. ‘Estómago’, que nunca era una gran palabra fuera de la temporada de caza, se había convertido en un sustantivo repetido en la prosa literaria. Se decía que era una cuestión de estómago que la gente percibiera la belleza e hiciera distinciones morales. ‘Te atenaza el estómago’ o ‘Te estruja el estómago’ eran elogios. ‘Destroza los nervios’, ‘Arranca los ojos’, ‘Aplasta los huesos’, el crítico responsable era un hombre aplastado, empalado, electrocutado. ‘Punzante’ era poco entusiasta. Algo que dolía como un esguince o como si te arrancaran una muela habría sido simplemente una obra menor. ‘Literalmente’, en todos y cada uno de los casos, significa en sentido figurado; es decir, no literalmente. ‘Esta literalmente te agarrará por el cuello’. ‘Este libro literalmente te tirará de la silla’. ‘Enseguida’ nunca significaba pronto, sino ahora«.
¿No siguen siendo todas las apreciaciones de Adler totalmente aplicables a la realidad periodística actual? Y, de hecho, hoy en día son más válidas que nunca debido a que la «democratización» del oficio de periodista ha traído consigo un empobrecimiento del lenguaje, una preponderancia de errores semánticos, una pandemia de clichés. Sería interesante conocer la opinión de la autora al respecto del estado de este oficio que se nota que adora pero con el que, precisamente por amarlo, se muestra tan sumamente crítica: «Hay un pasaje en Dante en el que él y Virgilio, viajando por el Infierno, se detienen junto a un hombre enterrado hasta el cuello en cieno hirviendo. El hombre no se molesta en hablar con ellos. Tiene sus propios problemas. No quiere una entrevista. Dante realmente lo agarra del pelo y consigue su historia. Creo que hay ahí una especie de parábola sobre el periodismo. De hecho, lo sé«.
Pero tampoco hay que ponderar «Lancha Rápida» en base a sus reflexiones sobre el lenguaje y el periodismo: puede que, de entrada, no lo parezca, pero el libro de Renata Adler es un ultra moderno y profundamente feminista retrato de la mujer de nuestros tiempos. La «trama» es aquí como una anguila que se escurre de tus manos mientras te va dando calambrazos que alteran tus sentidos, impidiéndote percibir la realidad con claridad. Al final, puedes intuir que hay una protagonista, que es periodista, que los hombres van pasando por su vida, que su vida no es lo que esperaba… «Nuestras ambiciones, sin embargo, eran las que cualquier grupo sensato de mujeres en ese tiempo -quizás en cualquier tiempo moderno- debería tener: seguridad y éxito; conseguir para nuestros hijos alguna clase de seguridad y éxito mundanos. De vez en cuando, no obstante, hay algo, no lo sé, nostálgico, en cómo ha resultado. No sólo el gran barco de ocho velas y cincuenta cañones de Brecht. Los otros barcos. Quizá los veleros de mástiles altos, la flota, las embarcaciones, los otros barcos que no entran.»
La confusión, el continuo estado de alerta, la inexistencia de amarres que te anclen en un puerto firme, la fugacidad de las relaciones, la intensidad de las emociones… Puede que todo este material sensible con el que está construido «Lancha Rápida» sea, al fin y al cabo, el mismo material sensible con el que están formadas las mujeres actuales. Será por eso que leer a día de hoy a Renata Adler sigue siendo tan impactante. Tan doloroso. Tan revelador.