El Sinsal SON Estrella Galicia 2015 sigue alimentando el secretismo… Pero nuestra crónica lo deja al descubierto: es un festival mucho más que especial.
Al final tenía que suceder: después de esquivar año tras año el casi mítico e inevitable gafe meteorológico que acababa afectando en mayor o menor medida a los festivales veraniegos en Galicia, el Sinsal SON Estrella Galicia 2015 -enmarcado en el ciclo Sinsal 13– sufrió antes de su arranque oficial los rigores de una lluvia persistente que, al caer sobre el especial enclave del evento, la isla de San Simón (Redondela, Pontevedra), multiplicó sus negativas consecuencias. Sin embargo, su organizadora, la agencia viguesa SinsalAudio, curtida en superar graves contratiempos como la pospuesta celebración de la edición de 2013, pudo capear el temporal a contrarreloj y esquivar otras complicaciones paralelas para que se subiese el telón de su primera jornada, el certamen se desarrollase con la máxima normalidad posible y se mantuviesen intactas sus peculiares esencia e identidad.
De hecho, no sólo se conservaron, sino que además se renovaron siguiendo una norma no escrita que marca la realización y devenir de cada capítulo del Sinsal San Simón: aunque su idea de partida sea innegociable (cartel artístico basado en joyas selectas de la música alternativa local y española más referencias internacionales -consagradas y por descubrir- que pisan por primera vez territorio gallego e incluso español y programación de actividades culturales que giran en torno a la asignatura sonora), su materialización siempre está abierta a la permutación y movilidad, sobre todo cuando los elementos naturales o humanos obligan.
Esa es una de las razones que explican la creciente fama del Sinsal SON Estrella Galicia desde que una experiencia piloto en 2010 sobre la histórica superficie de San Simón evolucionara hasta su actual formato (con duración aumentada el año pasado). Las otras, que volvieron a hacerse patentes en la isla redondelana, su espléndida atmósfera, en la que cabe en armonía público de todas las procedencias (se apreció un significativo aumento de asistentes foráneos) y edades; su simbiosis con el espacio que lo soporta; el obligatorio viaje en barco para llegar a él que atraviesa parte de la Ría de Vigo; y, claro, su oferta musical, guardada en secreto hasta que se pisa tierra y cuya calidad, diversidad y capacidad de sorpresa brillaron de nuevo en toda su extensión. Aunque este último aspecto invitó a abrir una ventana a la reflexión: ¿hasta qué punto la música en directo es el principal objetivo de interés de determinados sectores de la audiencia sinsalera?
Durante los dos días de festival en que esta web estuvo presente, viernes 24 y sábado 25, especialmente en el segundo de ellos de observaba que el Sinsal San Simón se erigía en un mero escaparate para que urbanitas, instagramers y otras especies de la generación milennial se preocupasen más de difundir a sus seguidores sus aventuras insulares que de degustar cada concierto. De hecho, en alguno de ellos no se reflejaba frente al escenario el sold out anunciado con antelación… No hay duda de que el Sinsal SON Estrella Galicia 2015 ha prolongado el éxito de la cita cosechado a lo largo de las temporadas anteriores, pero ha transmitido la sensación de que el peligro de que sea pasto de los cazadores de tendencias cool que confunden su concepto es cada vez más palpable. Con todo, mientras no se confirme o se refute tal teoría, lo visto y oído en el archipiélago redondelano ha consolidado la idea de que el festival continúa siendo una célula singular inimitable dentro del circuito estatal y europeo por su ingenioso planteamiento, compleja ejecución y exquisita presentación.
VIERNES, 24 DE JULIO. A medida que se aproximaba la tarde inaugural del Sinsal SON Estrella Galicia 2015, el tiempo avanzaba implacable a golpe de consulta de previsiones y aplicaciones meteorológicas: el día en Redondela había amanecido tan lluvioso como la noche y el comienzo del festival estaba amenazado. Pero, a partir de la sobremesa, las nubes se abrieron y San Simón recibió a los asistentes deseosos de descubrir los primeros platos del enigmático menú musical del certamen, del cual se habían caído forzosamente Islam Chipsy tras ser retenidos (¿o detenidos?) en el aeropuerto de su El Cairo natal. Tal obstáculo, sumado a las secuelas del aguacero caído sobre la isla, obligó a variar el programa inicial y se acumuló un retraso horario que, sin embargo, no alteró su buen desarrollo.
Para empezar, llegaría la primera (otra) sorpresa: la actuación en el improvisado escenario de Os Trovadores de Sen Senra, proyecto de un insultantemente joven músico y compositor vigués que, en un corto margen temporal, llegó a San Simón con sus compañeros de directo y afinó sus instrumentos para cubrir el hueco dejado por Islam Chipsy y entregar una buena ración de garage surfero y power-pop efervescente y ultra-melódico. El breve pero completo set llamó la atención de todos aquellos aficionados al pop guitarrero calentado por el sol de California o, sin salir del noroeste peninsular, Galifornia (horripilante término de moda) que se balancea entre el puñetazo rock y los estribillos infecciosos. Si quieren seguirle el rastro, ahí está su disco de debut, “Permanent Vacation” (Crispis, 2015).
El gran sabor de boca del aperitivo sonoro templaría el ambiente antes del traslado al escenario New Balance-San Antón, situado en la isla más pequeña del archipiélago que, por su orientación, sufre persistentes azotes del viento costero. A ese factor tuvo que enfrentarse Maika Makovski durante su, más que concierto, auténtico derroche de habilidades vocales e instrumentales, afabilidad y simpatía. Pero la mallorquina no sólo salió indemne del envite, sino que además agigantó su figura de cantautora rock delicada por dentro pero recia por fuera alternando hechizantes interpretaciones ante el piano con arrebatadores y profundos cantos, guitarra en ristre, que reciclaban la electricidad en hiriente poesía. Mimetizada con el entorno, Makovski aumentaba su fulgor hasta irradiar belleza y pasión, sobre todo cuando ofrecía la versión más desnuda de sus composiciones aupada por un registro que iba de lo dulcemente agresivo a lo sublime y con el que exprimía el sentimiento de cada palabra, de cada estrofa. Naturalmente, la mallorquina no ocultó su acentuada vena norteamericana; aunque, en realidad, se difuminaba entre el entusiasmo generado a su alrededor. No era necesario recurrir a ninguna etiqueta estilística para definir una actuación, sencillamente, portentosa.
Aunque no abandonaría la sugerente línea trazada por Maika Makovski, en comparación, el directo de Jolie Holland resultó menos magnético de lo esperado. Quizá la cada vez más molesta brisa vespertina incomodaba a una Holland que se presentaba en San Simón en formato austero junto a Stevie Weinstein-Foner. Pertrechados ambos con sendas guitarras eléctricas, trenzaban sus voces sobre una base de folk-rock de porcelana, entre evocador y comatoso. Parecía que era la tarde del piano acústico, porque la texana también se sentó frente a él para embellecer su discurso sonoro y lírico (a veces cortados por alguna que otra conversación furtiva de fondo). E, igual que en el caso de Makovski, Holland puso en su balanza punteos crepusculares apoyados por una voz sinuosa y frágiles notas pianísticas que perseguían huir de la oscuridad emocional. Sin embargo, no llegó a conseguir esa pizca de fascinación que le habría permitido cuajar una intervención más candorosa a guardar en el cerebro y el corazón automáticamente.
En principio, el krautrock no es un género que se caracterice por su humanidad dada su estructura maquinal, calculada y repetitiva. Pero, claro, si aparece sobre las tablas uno de sus padres fundadores, Michael Rother, dicho sonido puede tornarse en un componente orgánico y maleable que no pierde su impacto sensorial. Con motivo de la gira en la que revisa el enciclopédico archivo de su carrera en NEU!, Harmonia y como solista y en un concierto dedicado a la memoria de su antiguo amigo y colega Dieter Moebius, recientemente fallecido, Rother activó la palanca de su legendario estilo kraut con firmeza hasta alcanzar una velocidad adecuada que facilitó su despegue hacia el kosmische más absorbente. Así, el germánico sumergió a su atenta audiencia en loops hipnóticos, texturas analógicas, cadencias sólidas (con el percusionista Hans Lampe haciendo alarde de su pericia metronímica) y una rítmica ondulante siempre progresiva y ascendente. A la vez, los aditivos cósmicos y los arreglos sintéticos espaciales cubrían de polvo estelar la explanada del escenario SON Estrella Galicia-San Simón, en la que no sólo se asimilaba mentalmente el despliegue de Rother y cía., sino que también se bailaba. Ayudó a ello el hecho de que los pulsos reiterativos supurasen melodías subyacentes rayanas con el pop. La emblemática “Hallogallo” de NEU! representó la cumbre extática de un set inspirador para los presentes e inspirado por el paisaje del litoral, al que no quitaba ojo un Rother embelesado y generoso al regalar un tema extra en el solicitado mini-bis que cerró toda una lección de historia sobre el subgénero más genuino e influyente de la música moderna teutona.
[/nextpage][nextpage title=»Sábado 25 de julio» ]SÁBADO 25 DE JULIO. Sol, calor y ambiente festivo en todos los sentidos. Superada la humedad de la víspera, el día grande del Sinsal SON Estrella Galicia 2015 tenía todos los ingredientes para que el festival se mostrase en su máximo esplendor incluso desde antes de poner de nuevo pie en San Simón. Con el museo Meirande como punto de partida, la estampa era idílica: a un lado, el puente de Rande; al otro, el abandonado y herrumbroso cargadero de mineral Coto Wagner; y, en el fondo de la ría, la isla, a la que se llegaba a través de las bateas y un mar calmo, peinado con suavidad por la corriente atlántica e iluminado por los rayos veraniegos matinales.
Champs abrirían la jornada subidos al escenario New Balance-San Antón ante una numerosa y expectante audiencia. Su pop pulcro, aseado, conjugado con voces cristalinas y formado por acordes transparentes se extendió como un manto de terciopelo sobre los presentes, que tanto contemplaban obnubilados la perfecta armonía instrumental y coral entre los hermanos Michael y David Champion como seguían con animadas palmas varias de sus resplandecientes canciones. La placidez en San Antón era evidente y se sentía en cada poro. Eso sí, los ingleses -que salvaron con solvencia el problema de utilizar guitarras ajenas al haberse extraviado las suyas- no desdeñaron fases de cierta intensidad eléctrica que dotaban de cuerpo a su repertorio, confortable y nostálgico a la manera de, por ejemplo, Real Estate o Ducktails, aunque adornado con ribetes folk. La deliciosa actuación de Champs puso la alfombra roja al siguiente protagonista en el mismo espacio: Owen Pallett.
Rezumando virtuosismo con el violín al hombro y maestría en los loops creados a partir de tan sagrado instrumento, Pallett construía las bases necesarias (con cuerdas punteadas con pizzicato, rasgadas con agilidad o tocadas como las de un ukelele) para exhibir toda su habilidad y sapiencia musical. Después, su serpenteante voz hacía el resto: aportar sensibilidad o energía a su elaborada y, a veces, épica colisión entre clasicismo y pop. Aunque el concierto no se redujo a una muestra museística de las capacidades del canadiense, ya que este le aplicaba el nervio apropiado cuando lo consideraba conveniente, aproximándose a una relectura del synthpop en la que las cuerdas y el sintetizador chocaban con sutileza o se sublimaban hasta enseñar su cara más barroca. Ya fuera con la fuerza de un torbellino o el sosiego del mar que lo rodeaba, Owen Pallett sentó cátedra manejando a su antojo cada molécula de una materia que domina a la perfección: la MÚSICA (con mayúsculas, sí).
Llegada la peligrosa hora de la sobremesa, en la que el respetable suele aprovechar el primer turno de la tarde para relajar cuerpo y mente, se suponía que la entrada en acción de The Paradise Bangkok Molam International Band funcionaría como circunstancial banda sonora de los ratos de solaz del personal que pululaba o se tumbaba frente al escenario Son Estrella Galicia-San Simón. Nada más lejos de la realidad: los tailandeses imprimieron un ritmo tal que la mayoría se olvidó de la siesta para levantarse y dejarse llevar por el movimiento gozoso. Mediante sonidos hipnóticos, casi psicodélicos, que alteraban el estado de conciencia y generaban espirales de trance, el grupo maridaba con pasmosa facilidad el folclórico estilo molam propio de su zona de procedencia con esquemas occidentales derivados del pop, el funk y el rock. Su amalgama orientalista pasó de resultar llamativo como curioso cóctel sonoro a actuar como poderoso estimulante sensitivo compuesto por frescos y alegres pasajes instrumentales. Se cubría de ese modo la correspondiente cuota de world music en esta edición del Sinsal San Simón y, al tiempo, se destapaba el primer gran descubrimiento del festival.
El segundo podría ser All We Are. O, mejor dicho, redescubrimiento. Porque una cosa es escuchar a los británicos en su versión de estudio, condensada en su LP de estreno, el homónimo “All We Are” (Domino, 2015); y, otra, catarlos en vivo. Si, desde la primera perspectiva, resultan relativamente cheesy y aparentemente enfocados hacia el pop moderno de ínfulas mainstream, desde la segunda se eliminan todos los apriorismos con forma de prejuicios al ver cómo el trío enriquece y amplía los puntos de fuga de su plantilla sonora colindante con el R&B contemporáneo, el soul de ojos azules y el funk de corte elegante. Su propuesta, sofisticada a la par que accesible, saltaba con naturalidad de las baladas noctívagas y seductoras (“Utmost Good”) al latido cuasi neworderiano que palpitaba en su lograda cover de “Can’t Do Without You” de Caribou, que conservó todo el halo sensual y melancólico de la original. Fijado entre esas coordenadas estilísticas, el set de All We Are exudó clase y positividad, que “Keep Me Alive” resumió con su juguetona melodía. Quien no quiso convencerse de las aptitudes de la banda de Liverpool, fue porque cerró voluntariamente sus oídos a cal y canto.
Si, después, alguno o alguna seguía con los pabellones auditivos tapiados, se encargarían de detonarlos Deerhoof con su rock mutante, post-hardcore y post-todo. Ante los californianos no había escapatoria, ni cuando reptaban como una apisonadora de avance imparable ni, mucho menos, cuando golpeaban con latigazos desbocados y riffs incendiarios. Las típicas estructuras rock saltaban por los aires en los momentos más inesperados: si el oyente se distraía o acomodaba ante un ritmo o una melodía (cuasi pop o indie-rock) identificable, Deerhoof lo cogía de la solapa y le abofeteaba sin compasión hasta dejarlo aturdido. En medio de tal aquelarre voltaico resultaba desconcertante comprobar el contraste entre la aguda voz y los movimientos inocentes en la menuda Satomi Matsuzaki y las apabullantes y amenazadoras maniobras de su banda. Aunque también existía un resquicio para tomar aire y pensar en un par de curiosas contradicciones: la primera, que su último álbum se titula “La Isla Bonita” (Polyvinyl, 2014), perfecto encabezamiento para la ocasión aunque pareciera que el plan del cuarteto consistía en realizar una voladura (des)controlada del archipiélago redondelano; y, la segunda, que incluso los neófitos en su rock cubista y cacofónico se metían de lleno en su vendaval eléctrico sin ningún temor. Las pesadas y punzantes vibraciones de la bomba de deconstrucción sónica lanzada por Deerhoof tardarán en disiparse a lo largo y ancho de la Ría de Vigo…
La aparición de Astro en el escenario SON Estrella Galicia-San Simón sirvió para que los tímpanos se destensasen con su burbujeante synthpop de sabor tropical, dirigido tanto al movimiento vertical como a la relajación vertical. Aunque en la explanada se imponía lo primero, gracias a una fórmula efectiva y efectista, repleta de exuberancia y sonidos selváticos. El baile caliente estaba asegurado… hasta que los chilenos decidieron reducir el tempo y sumergirse en extensos arpegios de tintes lisérgicos y progresivos (“Le Golden Ballon”), que frenaron en seco la atmósfera festiva reinante. Menos mal que los chilenos no tardarían en remontar el vuelo y reenganchar al respetable a su tecnoverbena y su “Danza Celestial”. Al menos, a aquella parte del mismo que deseaba finalizar su estancia en la isla subida a una ola hedonista y dichosa.
Al día siguiente, los propios Astro y Champs repetirían presencia junto a los gallegos Sumrrá, las estadounidenses THEESatisfaction y la chilena Camila Moreno en el desenlace de un Sinsal SON Estrella Galicia 2015 que ha dado lustre a su particular historia insular y a su condición de festival singular convertido en oasis atlántico. [Fotos: David Ramírez]
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