Desde Alpha Decay se atreven a publicar «LSD Flashbacks» de Timothy Leary, el padre amantísimo del ácido lisérgico que tiene mucho que decir al respecto.
«Turn on, tune in, drop out«: enchúfate, sintoniza y déjate llevar… Ese fue el eslogan vital de Timothy Leary, el sumo sacerdote del ácido lisérgico como ampliador de los límites de la conciencia que, además, acabó convirtiéndose en un mantra para todos los jóvenes de la contracultura y la Nueva Era. Leary, profesor de psicología en Harvard hasta que fue expulsado por sus pioneros experimentos sobre el LSD y sus efectos en la conciencia y las percepciones, fue el gran impulsor de la revolución psicodélica, fue declarado enemigo público por el gobierno de Estados Unidos («El hombre más peligroso del Estado«, tal y como le definió Richard Nixon), fue perseguido por la CIA y vivió en el exilio hasta su detención en Afganistán. Ahora, Alpha Decay publica un texto fundamental para adentrarse en el mundo de visiones santas e infernales de Leary: «LSD Flashbacks«.
Las casi 700 páginas del volumen, que corresponden a la versión revisada en 1990 del primer texto que Leary escribió en 1983, sigue una férrea articulación cronológica que avanza y retrocede acorde a los vaivenes del autor, la vida de este… Pero, en realidad, va mucho más allá. Entre las líneas de «LSD Flashbacks» se esconden las claves para entender la revolución espiritual con la que el uso del ácido lisérgico azotó una generación entera, y en ellas aparecen las influencias cruciales de Leary como intelectual y explorador de la psique -desde Dante a Hermann Hesse, pasando por Wilhelm Reich o el Viejo de la Montaña– además de otros héroes de la contracultura, como Allen Ginsberg y William S. Burroughs, con los que mantuvo una estrecha relación.
De esta forma, «LSD Flashbacks» (que, además, cuenta con un prólogo del mismo Burroughs) se configura como una publicación fundamental para adentrarse en una de las personalidades más icónicas del siglo XX y para entender los entresijos de una revolución que, mediante el uso terapéutico de las drogas, asestó el golpe de gracia a una concepción del mundo objetiva que llevaba algunas décadas tambaleándose. En efecto, la primera experiencia con el LSD de Leary hizo que en su cabeza explotara la plena consciencia de que todo lo que percibimos no es más que un producto interior, y que «todo el mundo vive dentro de un capullo nervioso de realidad privada«.