El (mal) tiempo podría haber amenazado al Festival do Norte 2015. Pero, tal y como cuenta nuestra crónica, las nubes se abrieron… y se hizo la luz.
Hace un año, finalizado el Festival do Norte 2014, en el que se había estrenado su nueva ubicación en el municipio de A Illa de Arousa (Pontevedra), afirmábamos en estas virtuales páginas que el histórico evento gallego tenía a su alcance todas las posibilidades para crecer en dicho enclave isleño hasta convertirse en una completa experiencia veraniega tanto en el apartado estrictamente musical como en el relacionado con la oferta disponible fuera de los escenarios (ocio turístico, descanso playero, gastronomía, etc.). Unas palabras que se expresaban con seguridad a pesar de que la denominada ‘edición de transición’ había estado fuertemente marcada por los negativos efectos de las malas condiciones meteorológicas reinantes en buena parte de su desarrollo. Así, con ese agridulce recuerdo en la memoria, durante las horas previas al arranque del Festival do Norte 2015 se barruntaba qué ocurriría a lo largo del fin de semana porque, lamentablemente, se esperaba que la lluvia y el viento volvieran a aparecer con fuerza.
Con todo, los problemas vividos 365 días antes sirvieron para corregir ciertos aspectos que ayudaron a aliviar de algún modo las consecuencias de las complicaciones surgidas en su inicio. Por ejemplo, el traslado del centro neurálgico a la playa de O Bao, situada en la zona sur de la isla y relativamente bien protegida del impacto de la peor cara de la climatología atlántica; y la mejora del servicio de transporte entre los puntos por los que se extendía el festival. Eso sí, resultó imposible evitar que muchos asistentes volviesen a olvidarse del término ‘carpa’ como pez osteíctio cipriniforme para quedarse sólo con su acepción de cubierta de lona ausente en un primer día pasado por agua que, por fortuna, daría paso a una relajación estival y calurosa que permitiría disfrutar al 100% el concepto del Festival do Norte, sus diversas propuestas (desde una fiesta de bienvenida previa a orillas del mar hasta una despedida nocturna observando las estrellas, pasando por la iniciativa Ultramarinos diseñada para promocionar creaciones y productos de varias firmas locales) y sus diferentes espacios.
La idea de partida consistía en expandir el certamen por toda A Illa de Arousa a través de los lugares en los que se realizaba: los bares de la zona, en los que se ejecutaron actuaciones especiales el mediodía del sábado (con Fernando Alfaro como protagonista) y del domingo (brillando Cooper e Hidrogenesse) que cosecharon un gran éxito entre el público; el Auditorio (escenario Turismo Rías Baixas) en el centro de la villa, emplazamiento perfecto para presenciar conciertos en una atmósfera fresca (literal y metafóricamente), cercana y, según el momento, íntima; y el escenario principal (SON Estrella Galicia), sobre el que se desgranó el grueso del cartel y cuyas dimensiones y disposición empujaban a preguntarse si el objetivo a corto plazo del Festival do Norte es convertirse en una cita de tamaño medio que no busca un aforo masificado, sino un recinto cómodo y cálido para que los asistentes se muevan con holgura y se sientan a gusto. Haciendo balance de su capítulo de 2015, quizá este haya sido la verdadera primera piedra de la augurada renovación de un proyecto que, sin olvidar su longeva trayectoria, pretende observar el futuro desde otra perspectiva para seguir siendo uno de los principales focos de atracción dentro del circuito festivalero de Galicia y el noroeste español.
VIERNES, 3 DE JULIO: Un indeseado déjà vu
Escenario SON Estrella Galicia. A medida que transcurría la tarde, aumentaba la sensación de que se estaban repitiendo las condiciones climatológicas del segundo día del Festival do Norte 2014: el cielo soleado dio paso, poco a poco, a los nubarrones y a una cada vez más incómoda brisa costera. Una estampa que empeoró mientras White Bats y Polock abrían el certamen bajo el techo del Auditorio y estalló en forma de intensa lluvia en cuanto el gentío, aún perezoso y remolón, empezó a cruzar el umbral del recinto de la playa de O Bao.
Un minuto después, La Bien Querida -en aquel instante, más bien La Malaventurada– tenía que enfrentarse a la fuerza de los elementos y a una explanada casi vacía con el público buscando improvisado refugio. Pese a ello, el sonido erigido por Ana Fernández-Villaverde y David Rodríguez -reforzados para la ocasión en la percusión electrónica por Frank Rudow– en “Ceremonia” (Elefant, 2012) y culminado en “Premeditación, Nocturnidad y Alevosía” (Elefant, 2015) logró que, de repente, parase el aguacero, como si su synthpop tuviese efectos mágicos. Y algo de eso hubo, ya pasasen por su filtro sintético piezas de antaño (“Hoy”, “9.6” o “De Momento Abril”, que no perdían un ápice de su candor) o destapasen parte de su última obra (“Alta Tensión”, “Vueltas”, “Muero de Amor”, “Disimulando”) para mostrar sus múltiples prismas estilísticos: melódicos, industriales, tecno-folclóricos, dramáticos… Tal festín de teclados combinados con poderosas guitarras y la firme voz de Ana hizo que un sol imaginario calentase un set que se cerró en la cumbre con las neworderianas “Poderes Extraños” y “A Veces ni Eso”, dupla que certificó que el desencanto inicial se había transformado al final en puro gozo.
Eso mismo, felicidad, no es lo que transmitía precisamente el rostro de Ariadna, vocalista de Los Punsetes. Ni falta que hacía. Embutida en un peculiar vestido de sirena muy adecuado para el momento, su habitual gesto hierático y estático -desconcertante para muchos; provocador e innegociable para los sabios en la materia punsete– funcionó como punta de lanza envenenada y ácida de un repertorio que dejó claro que la música de la banda madrileña no es la ideal para conquistar corazones solitarios ni convencer a tu desorientado hermano menor de que abra sus oídos y se olvide del maldito reggaetón. Pero sí para afirmar por enésima vez que su noise pop tan pegajoso como apabullante, tan irónico como corrosivo, no tiene parangón en el actual panorama alternativo nacional. Su inicio arrollador con “Nit de l’Albà”, “Alférez Provisional”, “155” y “Tráfico de Órganos de Iglesia” no dejó títere con cabeza bien pronto, con lo que sólo quedaba esperar que los pulmones tuvieran suficiente aire para aguantar el tsunami eléctrico que estaba por venir y el cerebro pudiera absorber los surrealistas collages visuales que acompañaban a cada tema. La relativa calma que transmitieron “Museo de Historia Natural” y “Amanece más Temprano” anticipó una tormenta formada por hits que cayeron uno tras otro sin solución de continuidad: “Arsenal de Excusas” -elevado a himno generacional-, “Opinión de Mierda”, “Dos Policías”, “Maricas”… Llegado el (no por esperado, menos brutal) desenlace, ya no había escapatoria ante la explosión ruidista y descarnada de “Tus Amigos” y “Me Gusta que me Pegues”. A Los Punsetes hay que quererlos tal como son: o los tomas o los dejas. Con ellos es imposible quedarse a medias.
Al contrario de lo que sucedió durante la intervención de BRONCHO. Su mezcla de rock clásico zeppeliano, punk-rock, punk-pop, post-grunge e indie-rock canónico llegaba sólida y compacta, perfectamente ejecutada con energía y actitud y sin que pareciese un batiburrillo sónico, pero daba la sensación de que le falta un último punch para dejar noqueado al respetable. Así, el despliegue de la banda liderada por un sudoroso Ryan Lindsey no logró enganchar por completo a una audiencia más preocupada por que la lluvia no arreciara. Puede que la voz del propio Lindsey -unas veces irritante y, otras, extraña- no ayudara a que más oídos de los deseados se concentraran tanto en sus ininteligibles palabras como en su habilidad a las seis cuerdas. Eso sí, hubo que reconocerle como gran mérito su dedicación y vehemencia en primera línea.
Dave Bayley, inquieto frontman de Glass Animals, recorrió a una táctica opuesta, más suave y acompasada, para convertirse en la revelación de la noche por sus maneras ante el micrófono, irresistibles para su nutrida legión de fans (sobre todo el sector femenino). En realidad, el grupo de Oxford en su conjunto fue la grata sorpresa de la primera jornada, aunque su estilo se mimetizase más de la cuenta con el de alt-J (debido a sus juegos vocales y al manejo del bajo, muy acentuado en ciertas fases -con “Flip” como ejemplo paroxista-), Everything Everything (por sus ritmos exuberantes y calculados) y Citizens! (por sus melodías pegadizas y aptas para todos los públicos). A esta serie de analogías nominales había que añadir su lograda aproximación, entre hipnótica y sensual, al funk electrónico de tez blanca, el r&b contemporáneo y el trip hop, etiquetas que dan forma a su álbum de debut, “ZABA” (Wolf Tone Limited, 2014), y que Glass Animals materializaron sobre las tablas con profusión de detalles y variados arreglos de teclado y percusión. Los británicos pusieron la guinda a su pastel con una sugerente versión de “Love Lockedown”, tema original de Kanye West interpretada con el groove oportuno para que la banda ratificara su condición de hallazgo del Festival do Norte 2015.
Por su parte, Standstill no necesitaban ningún tipo de presentación antes de que se subieran al escenario SON Estrella Galicia con una demora justificada por la lluvia y el viento, que podían provocar algún inesperado calambrazo a Enric Montefusco en cuanto se acercara al micro. Aunque el verdadero calambrazo se produjo en los corazones de los seguidores gallegos del grupo catalán, ya que este les iba a decir adiós antes de que se consuma en los próximos meses su separación indefinida. Por ello, en el ambiente se palpaba desde el principio un marcado sentimiento de emoción que Standstill multiplicaron apelando a su acostumbrada épica envuelta en un sonido impecable y elevado a la máxima potencia para que no quedara duda de que su espectáculo estaba planteado cual despedida a recordar durante largo tiempo. De ahí que su repertorio se exhibiese como una especie de greatest hits integrado por piezas de su último trabajo hasta la fecha, “Dentro de la Luz” (Buena Suerte / Sony Music, 2013), entre las que destacó “Nunca Nunca Nunca”, culminada por un estruendoso estallido sónico; y composiciones consideradas a estas alturas míticas dentro de su discografía, como por ejemplo “¿Por Qué me Llamas a Estas Horas?” o “Adelante Bonaparte” (“II” y “I”, celebradas y coreadas con pasión, especialmente la segunda en el apoteósico final), dirigidas hacia el cielo por un entregado Montefusco. Poco importó después que el hombre tuviera que intentar tres veces arrancar “Me Gusta Tanto”. La única tacha del concierto se redujo a su acortada duración debido al retraso acumulado, circunstancia que no empañó un show transformado en emotivo tributo. Una vez acabado, sólo quedaba gritar con una lágrima descendiendo por la mejilla “¡hasta siempre, Standstill!”
El terció cambió radicalmente con la entrada en acción de Javiera Mena, dispuesta a trasladar su particular fiesta tecno-pop a pesar de las inclemencias meteorológicas. Reforzada por cuatro bailarinas de la compañía catalana Les Filles Föllen, cuyas coreografías resultaban divertidas a la par que magnéticas -hasta el punto de acaparar el protagonismo en determinadas fases en detrimento de la música- y parapetada tras sus cachivaches electrónicos -amenazados por la creciente humedad-, la chilena planeó su actuación según los esquemas de una sesión de club casi non-stop cantada en directo y en la que los ritmos y sonidos más propios de la EDM y el dance noventero subían poco a poco como la espuma, con “Espada” como cima. Desafortunadamente, la que podía haber sido una efervescente juerga discotequera al aire libre quedó deslucida por un chaparrón que, por el contrario, no fue obstáculo para que los seguidores acérrimos de Javiera se apelotonaran frente a ella en busca del baile desenfrenado y de la, en buena parte, inaudible intervención de Alex Casanova en “La Carretera”. Más adelante, las revisiones en clave dance-pop de los incunables “Ritmo de la Noche” y “Yo no te Pido la Luna” terminaron un concierto que condensó la competencia de la chilena para entretener y agitar al personal sin prejuicios.
[/nextpage][nextpage title=»Sábado 4 de julio» ]SÁBADO 4 DE JULIO. Claro y meridiano
Escenario Turismo Rías Baixas. El segundo día del Festival do Norte 2015 se podría tomar como la foto fija que reflejaría todas las virtudes del evento desde su traslado a A Illa de Arousa, la cual, por fin, se mostraría en todo su esplendor como una isla idílica gracias al cielo despejado y al calor típicamente estivales. Entre tranquilos paseos a través de los pinos, bailes en la céntrica Plaza do Regueiro y conversaciones mantenidas bajo un sol abrasador, se allanó el camino hacia el Auditorio del pueblo para cruzar su puerta y sentarse a la espera de que saltase a la palestra el primer grupo de la jornada, Cazador.
Como si de una burbuja dentro del festival se tratase, el escenario Turismo Rías Baixas destacaba por su recogimiento e intimidad, que se sumaban a su capacidad de ofrecer un sonido limpio y cristalino. Una situación que Cazador aprovecharon para desentrañar su rock de vigorosas raíces norteamericanas y tensión variable, que navegaba entre la calma chicha y el arrebato eléctrico. Así, el grupo de Valga (Pontevedra), guiado por el derroche vocal de su cantante y guitarrista, David Carbia, transitó por pasajes de tono melancólico derivados del indie-country-rock interpretado a pecho descubierto con el objetivo de, si la pieza lo requería, extraer todo su poso de tristeza. Automáticamente, venían a la cabeza referencias tradicionales como CSNY y modernas como My Morning Jacket; aunque, más allá de comparaciones, Cazador rubricaron en directo todas las esperanzas depositadas en su labor en el estudio.
El buen sabor de boca dejado por el cuarteto gallego funcionó como positivo presagio de lo que se viviría con Neil Halstead. A solas, armado con su guitarra acústica y armónica (que sopló ocasionalmente en temas como “Hey Daydreamer”), sin ningún tipo de refuerzo instrumental, el británico defendió sin trampa ni cartón lo más granado de su catálogo firmado con su nombre y apellido. A partir de esa premisa, su set, permanentemente delicado y evocador, tanto supuraba sensibilidad y nostalgia a raudales (“Digging Shelters”, “Full Moon Rising”) como se convertía en un acto de improvisación musical. De hecho, Halstead exhibió su cara más dicharachera y graciosa para salvar un par de interrupciones que le hicieron dudar entre risas de su profesionalidad y atender con diligencia la petición de una espectadora (“Two Stones In My Pocket”) que incluso le puso en un brete al preguntarle por composiciones que ni él mismo recordaba. Con todo, la magia y el hechizo que flotaban sobre las repletas butacas no se rompieron hasta el solicitado bis, en el que “Wittgenstein’s Arm” resumió el sentido del concierto en particular y de las canciones de Halstead en general: la asunción de que el amor, visto desde todas sus perspectivas, es el alimento que mueve la vida. Una vez más, reverencia.
Escenario SON Estrella Galicia. De regreso a la playa de O Bao, la inolvidable sintonía de “Curro Jiménez” avisaba de que Grupo de Expertos Solynieve se disponían a enarbolar la bandera de su alegato meridional ejecutándolo con su arte protestante, lúcido y lucido, reposado y vitalista. Con J, Manu Ferrón, Chico Lapido y Miguel López alineados en el frontal de la tarima y Antonio Lomas en la retaguardia tras la batería, el grupo llevó el calor granadino y sureño a la isla arousana para que todo aquel que quisiera abriera los oídos y los ojos y fuera consciente de que otra vida, más plácida y sosegada, alejada de la dictadura de los tiempos modernos, es posible. Su intención era, pues, reconquistar a su manera Galicia y el resto del mundo mediante su cancionero, ferozmente resignado (“La Reconquista de Graná”), brioso y rebelde (“Pequeños”), deliciosamente romántico (la maravillosa “Dime”), aletargado (“Ola de Calor”), psico-litúrgico (“Tú, Misionero de Dios”), festivo (“Claro y Meridiano”, electrificada hasta el punto de imaginarse a unos The Byrds flamencos) y de sangre californiana (“Merienda de Negro”). Pero, al tratarse de los Expertos, el fondo es tan importante como la forma, por lo que en cuanto afilaron su discurso indignado contra la actual opresión dominante en “Colinas Bermejas” y “Déjame Vivir con Alegría” era inevitable levantar con fuerza el puño izquierdo y hacer una llamada a la acción. Después de que “Reina de Inglaterra” cerrara el canto a la libertad de Grupo de Expertos Solynieve, si se hubiese realizado allí mismo un referéndum sobre la necesidad de la existencia de la banda granadina, la respuesta habría sido, al contrario que en el caso griego, un rotundo NAI (sí).
Otra contestación afirmativa recibirían Perro si se preguntara si, a día de hoy, son una de las bandas señeras dentro del punk-pop-rock nacional alternativo. Aupados por una doble batería sincronizada y aplastante, despacharon su actuación entregando una sabrosa ración de buen humor y otra de alto voltaje en forma de algunos de los pildorazos (“Gran Ejemplo de Juventud”, “Camiseta”, “La Reina de Inglaterra”) que componen su disco “Tiene Bacalao, Tiene Melodía” (Miel de Moscas, 2013) y que cayeron sobre los presentes como bombas de racimo. Al mismo tiempo, los murcianos -resultaba llamativo ver cómo se intercambiaban los roles sin que decayera el nervio- echaron la vista un poco más atrás recuperando la enérgica “Bicicleta” y avanzaron varios temas nuevos que encajaban a la perfección en el sonido espídico y noise perruno. Sólo la final “Marlotina”, con un mayor pulso kraut que en su versión de estudio, se desvió unos centímetros de un recital plagado de punk-pop ladrador y muy mordedor.
Tras las incisivas dentelladas de los murcianos, se intuía que los bocados de Other Lives serían sutiles y tan precisos como un bisturí, ya que su libro de estilo se sustenta en la depuración de las estructuras pop recurriendo a una riqueza instrumental que, además de guitarras y bajo, incluye cuerdas, percusión múltiple, vientos y teclados. Precisamente, estos últimos tomaron un protagonismo imprevisto antes de que los estadounidenses comenzaran su concierto: Jesse Tabish y su compañero Josh Onstott no dejaban de probarlos ni de conectar y quitar cables con cara de preocupación por culpa de algún problema técnico que retrasó la salida del grupo y desestabilizó su concentración. Aunque, a simple vista, no se apreciaba ningún tipo de fallo. De hecho, sus canciones emergían transparentes e impolutas, hasta que a la altura del sexto tema Other Lives tuvieron que bajarse momentáneamente del escenario. Luego intentarían solucionar el desaguisado un par de veces, pero no les quedó más remedio que marcharse antes de tiempo con una cover del “Something In The Way” de Nirvana que un servidor atrapó al vuelo mientras luchaba contra el viento costero para que no saliera por los aires su cena. Definitivamente, no fue la noche de Other Lives, que prometieron volver al Festival do Norte para ejecutar un directo en condiciones.
Todos aquellos que se quedaron con las ganas tras el coitus interruptus vivido, tuvieron la oportunidad de desquitarse con Dorian y su espectáculo a propósito de “Diez Años y un Día” (Dorian / I*M Records, 2015), álbum con el que celebran su décimo aniversario reinterpretando el material que los ha llevado a lo más alto de esa zona en la que los límites entre las etiquetas ‘independiente’ y ‘mainstream’ se difuminan. No en vano, la suya fue la actuación más concurrida de esta edición del festival. Según las líneas maestras marcadas por su citado último trabajo, su propuesta consistía en embellecer sus canciones más conocidas con violines, cello, guitarra acústica y eléctrica (con riffs épicos a lo U2 incluidos) y los obligatorios sintetizadores. Así, los himnos dorianianos “Verte Amanecer” o “Cualquier Otra Parte” aparecieron orgánicos, frente a las más sintéticas “Paraísos Artificiales” o “El Temblor”. En todo caso, ese contraste entre lo natural y lo electrónico sirvió para crear en el foso un karaoke colectivo que recordó por qué Dorian son una de las bandas más simbólicas de la historia del Festival do Norte, en el que debutaron hace una década justo antes de su eclosión. Como no podía ser de otra manera, el ambiente cumpleañero se coronó con la consabida tarta, igual de dulce para los seguidores de Dorian que el directo concedido por los barceloneses.
¿Y cómo se definiría la función de Hercules & Love Affair? Sencillamente, como un enorme y bombástico jolgorio house. Lógico, no sólo por los fructíferos antecedentes discográficos de los neoyorquinos relacionados con el género, sino también porque estos habían aterrizado en Galicia procedentes de Ibiza… Bastó con que Andy Butler y Mark Pistel activaran sus bases pregrabadas y las enlazaran cual sesión de dj para que sus vocalistas Gustaph (el otro cumpleañero de la noche) y Rouge Mary pusieran toda la carne en el asador… y en cada rincón del escenario. De ello se encargó Rouge Mary enseñando cacha en una particular performance lasciva mientras su vozarrón impelía a toda ave nocturna a bailar como si no hubiera un mañana. Después de que una vigorizada “Blind” rompiese todos los moldes y alguna que otra articulación, se confirmaba que A Illa de Arousa se había convertido en el epicentro de un eufórica oda al hedonismo cuyo espíritu rememoraba el frenesí discotequero de finales de los 80 y principios de los 90. Aún faltaba por clausurar el certamen con Amable y Viktor Ollé tras la mesa de mezclas, pero Hercules & Love Affair ya habían puesto el broche de oro a un Festival do Norte 2015 que, este año sí, cogió carrerilla para dar un firme salto hacia adelante en su siguiente edición bajo su remozada, isleña y veraniega fórmula.
[Fotos: Iria Muíños]
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