Impedimenta edita por primera vez en español “La vida soñada de Rachel Waring”, la historia de una de las locas del coño más maravillosas de la literatura contemporánea.
¿A quien no le gustaría recibir una preciosa casa georgiana como herencia de una tía a la que se supone que queremos mucho pero a la que casi nunca veíamos? Esa suerte tiene Rachel Waring, una oficinista de mediana edad que trabaja en Londres y comparte piso con su única amiga a la que no soporta porque tiene mal gusto, es soez y fuma como un carretero. Rachel no duda en dejar atrás su vida gris en la capital para convertirse en dueña y señora de la casa que le ha dejado su difunta tía en Bristol y hacer así realidad su sueño de llevar una vida entregada al optimismo, la cultura, la belleza y el dolce far niente… ¡Menuda suerte tienes, Rachel Waring!
Y ella lo sabe. Por eso encara su nueva existencia con una felicidad extrema, siempre con una canción en los labios, con la intención no sólo de hacer su vida mejor, sino también la de sus vecinos. Cuál será la sorpresa de Rachel Waring cuando, al instalarse en la casa, descubre que ésta fue propiedad de un filántropo de la ciudad, lo que la lleva a indagar más sobre la vida de este hombre que a partir de ese momento marcará su existencia y su cordura… hasta límites insospechados.
Así arranca “La Vida Soñada de Rachel Waring” de Stephen Benatar (editada en nuestro país en español por primera vez por Impedimenta), pero que por su posillo gótico y la perfecta construcción de un personaje totalmente perdido en sí mismo bien podría haber sido escrita en su día por Charlott Brönte. Este libro -maravilloso, adictivo, alucinante, lo digo ya- es todo un reto. Pero no para el lector, que cae sin remedio y a manos llenas en la deliciosa locura de Rachel Waring, sino que debió serlo para su escritor, ya que toda la historia se abre ante nosotros explicada desde el alucinado (y siempre subjetivo, claro) punto de vista de la protagonista, que en algunos momentos vive totalmente desapegada de la realidad.
La vida soñada de Rachel Waring puede ser la pesadilla de cualquier feminazi, porque puestos a hilar fino, se puede sacar mucha madeja psicoanalítica.
Así, la relación del lector con Rachel es exactamente la misma que la de sus nuevos vecinos y conocidos: de la ternurilla que despierta ese personaje pintoresco que siempre tiene a mano una referencia del cine dorado de Hollywood o la estrofa de alguna canción, pronto se pasa a la estupefacción cuando es obvio que el optimismo y la alegría con que Rachel encara algunas situaciones no acaban de encajar del todo bien. La cordura de Rachel Waring se resquebraja delante del lector como un cristal hasta que el delirio se apodera de toda visión de la realidad. Sin embargo, la empatía con la heroína siempre se mantiene firme, pues cuanto más avanza su desapego de la realidad, más nos introduce Benatar en un pasado marcado, cómo no, por una relación materno-filial cuanto menos complicada y por la ausencia de cualquier forma posible de amor romántico… entre otras cosas.
La vida soñada de Rachel Waring puede ser la pesadilla de cualquier feminazi, porque puestos a hilar fino, se puede sacar mucha madeja psicoanalítica (que no voy a deshacer aquí porque demasiados spoilers he dejado caer ya). Pero, como siempre, la mejor forma de disfrutar una obra así es abrazándola con todas sus virtudes, dejando de lado lecturas retorcidas e innecesarias y adorando para siempre a su autor, que con este libro nos regaló una de las locas del coño más maravillosas que nos ha dado la literatura contemporánea.