¿Puede ser una caída una forma de nacer? ¿De pelear? ¿Y de escribir? Daniel Bernabé lo hace y lo escribe como nadie en «Trayecto en Noche Cerrada».
ESCRIBIR DESDE LA TRINCHERA. «Trayecto en Noche Cerrada» encierra una geografía exacta de duelos y pérdidas, de batallas, pisotones y barro. Un libro que habla de ti, de mí, de todos nosotros. Una manera de escribir y escribirse, un ejercicio magnífico y necesario para los que se siguen levantando y que nunca se acostumbran ni se acostumbrarán a perder.
1.
El último día de abril del 2015 la sonda espacial Messenger se quedó sin combustible, impactándose a una velocidad de 14,080 kilómetros por hora contra la superficie de Mercurio, dejando paso al nacimiento de un cráter de 16 metros sobre el planeta. La misión terrestre que más se ha acercado al primer planeta del sistema solar, llevaba más diez años viajando, preparándose, quizás, para la inevitable caída. Minutos antes de estrellarse, la sonda consiguió enviar una última imagen de la superficie de Mercurio. Así, a modo de despedida, Messenger mandó al planeta Tierra la visión de sus últimos segundos: la cuenca de Shakespeare, el lugar del impacto, la belleza infinita y terrible que sucede justo antes de caer.
2.
Llorar es el atraso que os deseo, escribió Jacques Rigaut en «Agencia General del Suicidio«. Llorar, y quizás, también callar, se convierten en la zancadilla, en el paso hacia atrás, en el desvío del trayecto programado. No escribo ni digo que sea malo llorar, sino que el mismo acto en sí, si se queda sólo en lágrimas y lamentos, puede que no nos sirva para nada. ¿Es cuando debemos traer aquí el famoso mal de muchos, consuelo de tontos? Puede. Puede que todas estas palabras que aquí leen ustedes y que dan vueltas y vueltas preparando al terreno y al espectador para lo que acontecerá, como las circunferencias perfectas sobre sí mismos que realizan los animales antes de acostarse, vienen a decir que no sólo basta caerse y llorar. Que no basta callarse, ni caminar con la cabeza gacha, con vergüenza, acelerando el paso para meternos en casa y respirar al fin, aliviados.
3.
Sí, el problema es que nos estamos acostumbrando a perder. A perder y a no decir palabra. A no patalear, a no apretar los puños, a no abrir los labios. Preferimos callar, poner la otra mejilla. Meternos en la cama sin poder conciliar el sueño, esperando, sin saber, qué pasará con nosotros a la mañana siguiente. Porque nos estamos acostumbrando a perder, y siempre somos los mismos los que resultamos perdedores.
4.
En «Trayecto en Noche Cerrada« hay 21 relatos donde reconocerse. Multitud de páginas que describen diferentes órbitas a punto de terminarse, numerosos caminos realizando distintas coreografías con un patrón similar: el fracaso, el fin, el cierre, la caída. Daniel Bernabé pertenece a esa generación a la que se les maltrata de manera lenta e invisible pero que adivina el golpe y el dolor antes de que aparezca la herida o el moratón. Es un escritor, en la trinchera, consciente de la guerra, del impacto que vendrá después. Porque estas páginas, como escribe Miqui Otero en el prólogo, huelen a hiena, pero también al bar de la esquina del barrio, al vagón de cualquier tren atravesando montañas, a la luz tan dañina y tan blanca de habitación de hospital. Aquí, se exponen las circunstancias y las vísceras, las cosas que nos duelen y nos hacen caer. La ciudad, las historias, el escritor, que, aunque vayan dejando regueros de sangre entre las páginas y sepan de la inminente caída, no dejan nunca que se achique la palabra esperanza, las ganas de luchar, no dan paso al lloro ni lamento, no permiten, nunca, que su voz y su batalla, se calle.
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-No. Porque he llegado a la conclusión de que la normalidad no existe. Existe lo normalizado, lo aceptado, pero no nada objetivo que nos permita marcar la frontera. Existe la normalidad, en todo caso, dentro de un contexto. ¿O no era normal para nosotros hacernos varios cientos de kilómetros por ver a un tío pinchar unos discos de los que nadie conoce su existencia? El problema es que luego, además de la música, estaba nuestra afición al desastre. Toda normalidad tiene su precio, debería haberlo visto venir.
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Coloco libros, eso es lo que hago. Coloco toneladas de libros. Detrás del presunto espíritu romántico de la literatura están los albaranes, los palés, las cajas de cartón y la organización minuciosa de un almacén. El esfuerzo de gente de la que nadie se acuerda, que carga y descarga en un día miles de palabras y frases, más de las que un escritor conseguirá parir en toda su puta vida de escritor.