Nuestra crónica de la primera jornada de Sónar 2015 te hablará de todos los conciertos que vimos, claro… Pero también de todo el cancaneo que vivimos.
¿Cómo abrir una crónica de la primera jornada del Sónar 2015 sin dejarse llevar por el ruido y la furia? En este festival siempre ocurre igual: el primer día, ese en el que sólo hay Sónar de Día y sabes que antes de medianoche estarás en casa (si decides comportarte para estar a tope el resto de jornadas, claro), es una especie de ojo del huracán en el que es imposible no sentirse desbordado y sobrepasado. Llegas, te dejas embargar durante tres segundos (no más) por el dulce reencuentro con el recinto, evalúas los cambios (el Sónar+D no sólo es más grande, sino que es lo que se dice bigger, faster, stronger… y con un recinto alucinante con pasillos colgantes de quedarte todo loco), te metes directo en la vorágine. Concierto, cancaneo, actuación, más cancaneo, tinglado multimedia, más cancaneo todavía, show con audiovisuales tremendos y, al final, acabas en el último concierto de la noche sobre el césped del SonarVillage juntando el musicón con el cancaneo.
Y todo cobra sentido.
Has nacido para esto por mucho que sólo sea una vez al año y por mucho que, al día siguiente, te encuentres delante del ordenador con un dilema moral y periodístico de un buen par de cojones: deberías escribir de forma objetiva sobre qué pasó, qué tal el recinto, ofrecer datos contrastados, hablar en un tono contenido… Pero no puedes. Simplemente no puedes. Porque el Sónar va de pasárselo bien y, por una vez, decidiste que te quedan otros dos días para buscar los datos objetivos y hablar de ellos. El Sónar va de pasárselo bien y eso es lo que quieres transmitir con estas letras. Ayer tocaba disfrutar. Y una cosa os digo: en ningún sitio se disfruta como en el Sónar. [Raül De Tena]
LEE GAMBLE & DAVE GASKARTH. La actuación de Lee Gamble con el video-artista Dave Gaskarth vino marcada por dos handicaps: su no especialmente agradecido horario (15:30h) y los numerosos parones por inclemencias técnicas que abortaban tanto las proyecciones como el sonido que la pareja iba emitiendo. Y, a pesar de todo ello, tengo pocas dudas de que este fue mi momento favorito de la primera jornada del Sónar. En una simbiosis pluscuamperfecta entre lo visual y lo sonoro, mientras Gaskarth iba mostrando imágenes glitcheadas combinadas paisajes de futurismo hipercromático, arquitectura imposible y reflexión filosófica (Stalin mutando en una silla de oficina y viceversa), Lee Gamble ofrecía un techno dolorosamente abstracto intercalado con segmentos puntuales de gabber machacado y otros de ambient discreto. No estamos acostumbrados a estos estímulos en el horario postprandial (ni nosotros ni una despistada parte de la audiencia demandante de zapatilla que probablemente venía ya bien aliñada desde tempranas horas y que se sinceraba con sus amigos al grito de “¡Wala, neng, tiene ideas locas como yo!”), pero sin duda, como diría Marc Anthony, valió la pena. Así es, buenísimas ideas locas. [David Martínez de la Haza]
KINDNESS. Los haters decían “orquesta de pueblo con negras” o “concierto del Crustilla”, y es verdad que la puesta en escena de Adam Bainbridge no es lo que se espera de un Sónar al uso (una banda y unas coristas de toda la vida, fíjate tu que cosas). Aun así, a lo largo de toda su actuación, Bainbridge se revalidó como la opción perfecta para inaugurar el Sónar de este año así, en plan tranquilico. A saber: un SonarVillage ple de gom a gom pero sin agobiar, un calor que calentaba pero no apretaba y una propuesta musical fresquita, bailonga y muy funk, con algún guiño a los temazos de toda la vida (“Teardrops” o el “I Wanna Dance With Somebody” de Whitney pelín pasado de vueltas de AOR, eso sí), todo sumado a bien de temazos propios, que tampoco les faltan. La gente se vino arriba especialmente con “Swingin Party” y con “House” y, sobre todo, con la bajada de Adam al público. Todo ello sumado a ese fin de fiesta con gente random dándolo todo en el escenario. ¿Fiesta de pueblo? Si, pero mega cool. Que para algo esto es el Sónar, amigos. [Estela Cebrián]
DOUBLE VISION: ATOM™ + ROBIN FOX. Hace un año disfrutábamos del particular show de Atom™ en el SonarHall. Ayer lo hicimos en el mismo enclave, aunque esta vez Schmidt venía acompañado del artista visual Robin Fox, que se ocupó de jugar con nuestros sentidos y confundir a nuestros cerebros a base de imágenes, lásers y humo. Con el concepto RGB como leit motiv, el show se desarrolló en dos momentos bien diferenciados -lo dividió un extracto de combate de boxeo en slow motion- y se caracterizó por ser inmersivo gracias a los continuos cañonazos de humo atravesados por haces de luz láser. Empezó, musicalmente hablando, muy al estilo Atom™, ese electro de producción finísima que juega con el pop como le sale de la vaina y que esta vez venía con extra de beats polirrítmicos, graves martilleantes y voces robotizadas que repetían mensajes concisos. La sincronía entre el sonido, las imágenes abstractas que se proyectaban y las luces láser proporcionaba un cariz sinestésico a la experiencia. Lo que veías y escuchabas se confundía en una misma cosa y, si conseguías soltar amarras, por momentos parecía que el sonido creaba la imagen y viceversa. El segundo “round”, más crudo y difícil de asimilar, trajo un aire industrial a base de ruido y poli-distorsiones que se superponían en capas. En suma, una experiencia estética-sintética que no se pueden perder los cerebros ávidos de estimulación. [Jose M. Collado]
KASPER BJØRKE. A eso de las seis de la tarde, habiendo entrado ya en contacto con el festival y habiendo tocado algunas de sus múltiples patas, no podía caer mejor caída la sesión que Kasper nos metió en el cuerpo. No importó si volvíamos a las batucadas del house noventero, si el synth-pop se metía de por medio o si la música disco empapaba la mítica pista de césped artificial del SonarVillage. Si lo que sonaba desprendía luz multicolor reflejada en toda una parroquia entregada a bailar, si nos adentraba en una nave tecno-espacial o si nos envolvía en aires darks como el ochentero “Fade to Grey” de Visage -tema con el que puso el broche final a la sesión- no importaba. Nada importaba si se hacía con el buen gusto y saber hacer del danés. House heterogéneo y bastardo, diversidad estilística cuyo único timón firme fue gobernar la pista de baile y dejarnos ese regusto en la boca que te sabe a poco y quieres más. [JMC]
ARCA & JESSE KANDA. Los dos principales comentarios que podías escuchar a la salida del show (o lo que fuera esto) de Arca y Jesse Kanda eran»esto es EL FUTURO» y «después de esto, ya se ha acabado el Sónar«. ¿Alarde de megalomanía típica cuando acabas de salir de una actuación pensada para sobrepasar tus sentidos durante cincuenta minutos? Ni mucho menos. La mejor forma de definir lo que se vivió en el SonarHall es poner sobre la mesa otra imagen particularmente icónica: aquella mítica escena de «La Naranja Mecánica» en la que fuerzan al protagonista a tragarse una sucesión violenta de imágenes con una máquina que le mantiene los ojos abiertos. La única diferencia es que aquí no necesitábamos máquina alguna: lo de Arca (a la música) y Jesse Kanda (a los visuales) es un espectáculo hipnotizante que no puedes dejar de mirar.
El show se abrió con una ráfaga de metralla contra el público, tanto en lo «musical» (muy entrecomillado, ya que aquello era poco más que ruido mesmerizante) como en lo visual (con una sucesión de imágenes que parecían un viaje al interior del cuerpo humano pero que resultó ser un túnel de lavado… ¿Puede existir mejor intro para un concierto?). Y, a partir de ahí, Arca y Kanda se dedicaron a trenzar un discurso futurista y apocalíptico que hemos leído prefigurado mil veces en autores como Ballard o visto en directores como el Cronenberg más primigenio pero que aquí ya no habla en futuro, sino en presente: Arca se alimenta de rabia, furia, violencia, sexo, fluidos y carne, pero no los presenta de forma ni frontal ni completa. Lo suyo es la fragmentación del discurso, de tal forma que es imposible desconectar de la actuación porque ahí está, por ejemplo, una rítmica puramente latina que sale a la superficie musical tan solo como un destello a cámara lenta, un fragmento que se pierde y se entierra en medio de una cantidad de ruido que hace vibrar todo tu cuerpo. Los visuales de Kanda se trenzan a la perfección con este discurso, recurriendo a imágenes altamente reconocibles (un cuerpo bailando reggaeton, por ejemplo) pero presentándolas en una distorsión que afecta al icono gráfico tanto en su interior (pústulas, deformaciones físicas) como en su exterior (glitches, cortes, reflejos esperpénticos).
Si se le puede criticar algo, es lo desordenado del discurso, una falta de una fluidez interna que evite la sensación de que cada «canción» es un ente por sí solo y acabe confiriendo una coherencia interna y global a todo el show. Aun así, esta desconexión (un modo de fragmentación en sí mismo que, a su vez, alimenta el discurso general del artista) también hace posible que, de repente, exploten sobre el escenario locuras como ese rapeado en el que Arca bajó al público gritando como un rapero surgido de la mafia venezolana, los beats cortantes de «Tongue«, la lubricidad general de «Thievery» o ese locurón final con «Bullet Chained» estableciendo una distancia irónica con el chunda-chunda habitual del festival. Sí, Arca es el futuro. Un futuro post-todo: post-género (sexual), post-género (musical)… e incluso post-musical. [RDT]
ALEJANDRO PAZ. Dejamos con dolor el espectaculazo de Arca y Jesse Kanda para ver qué se cocía en el SonarDôme, casa de la Red Bull Music Academy. Fuimos por “El House”… y nos quedamos por la party. Así, a grandes rasgos. Fue toda una experiencia salir de la performance visual del venezolano y su pareja para meterse en el festival electro descarrachante y ausente de prejuicios del colombiano. Temazos como “Cógeme” sonaron a coña y a fiesta, y recordaron a Pachanga Boys en sus mejores momentos. Y no se podía evitar pensar que esto es lo que podrían estar haciendo Fangoria si tuvieran una pizca de sentido del humor en el cuerpo. Un total win a media tarde. [EC]
PALMS TRAX. “Happy nation, living in a happy nation, where the people understand and dream of the perfect man”. Básicamente en eso convirtió Jay Donaldson, el muchacho que hay detrás del nombre Palms Trax, el casi siempre excitante escenario SonarDôme. No parecía tarea fácil darle continuidad temporo-espacial a la fiesta que al parecer el gran Alejandro Paz había dado unos minutos antes en ese mismo lugar, pero Palms Trax estuvo más que a la altura. Technito con clase, lúdico, gozoso y encantador, del de la sonrisa perpetua en la cara sin necesidad (bueno, la justa) de aditivos y sin perderle del todo la cara a unos ciertos amagos de house. En esencia, un set alegre y trotón que vino a ser una extensión del sonido propuesto en su último single, “In Gold”, publicado este mismo año bajo el auspicio del label holandés Dekmantel. Vintagismo electrónico bien entendido y mejor ejecutado, lleno de una discreta elegancia. El joven talento del exquisito sello Lobster Theremin está definitivamente preparado para dar el salto a las grandes ligas, qué duda cabe. [DMDLH]
JOANIE LEMERCIER & JAMES GINZBURG: BLUEPRINT. La dupla entre creación visual y musical está siempre muy presente en el Sónar, pero aparentemente este año más aún si cabe. Así, si la jornada empezaba para un servidor con Lee Gamble y Dave Gaskarth metidos a tope con la abstracción del techno, el Sónar de Día acababa en el escenario SonarComplex con la cosmogonía musical que proponen James Ginzburg y el artista visual Joanie Lemercier. Música ancestral desprovista de todo revestimiento melódico, donde la percusión acelera y frena a su antojo el pálpito y ejerce un efecto contuso dual: a las tripas y al cerebro. Mientras, los visuales rezuman matemática pura en un entramado lineal de texturas tectónicas que evoluciona hacia una abstracción que por momentos recordaba a las grabaciones en video desde helicópteros de combate: un Google Earth de la protomateria. La escasa duración del show (apenas media hora) le confiere a “Blueprint” cierto aire liviano y concreto al espectáculo, pero ello no es impedimento para que el calado sensorial de la obra se mantenga horas después. Una pequeña demoledora joya. [DMDLH]
AUTECHRE. Austeridad visual a tope en el SonarHall. Tan a tope que no hubo un sólo haz de luz que apuntara ni al escenario ni al público durante la radical actuación de Autechre. Tan firme fue su voluntad de evitar cualquier distracción visual que, incluso siendo en un escenario interior que no tiene entrada de luz directa, se situó un panel a la entrada para impedir que la ya de por si escasa luz exterior se introdujera en la pista (si a esto se podía llamar pista en vez de averno). Realmente causaba cierta angustia cuando te adentrabas en la oscuridad total, en un espacio tan impenetrable como la música que lo ambientaba. Techno abstracto hasta la médula (estandarte de la pareja británica) lleno de sonidos desnaturalizados, sin un patrón al que asirse, donde lo único que prevalece es una textura esquizoide y chisporroteante. Sí, dejaron claro que quien allí se mantenía era porque le gustaba, estrictamente, su música. Lanzaron un órdago al público y mantuvieron el pulso con un escenario que estuvo casi lleno durante toda la actuación (y que se podía intuir por las pantallas de los móviles y las fotos que, no sé por qué motivo, algunas personas hacían al escenario). [JMC]
HOT CHIP. Podría escribir una crónica del concierto de Hot Chip en la primera jornada del Sónar 2015 (repetirán hoy viernes en Sónar de Noche) intentando encubrir mi opinión personal con un manto de seriedad y solemnidad… Pero no voy a hacer eso. Voy a ser sincero con vosotros. Allá vamos. La cuestión es que mis amigos recuerdan (tristemente) cierta actuación de Hot Chip en el Sónar de hace un par de años cuando literalmente les troleé el show con martilleantes y constantes «esto es una mierda», «suena fatal» y «no hace falta tanta gente sobre el escenario para sonar tan jodidamente mal». Este año, sin embargo, decidí darles una nueva oportunidad, hacer tabula rasa y plantarme ante la banda recuperando la ilusión de la primera vez que les vi en directo (cuando lo bordaron como teloneros de LCD Soundsystem) y revitalizándola por la vía de su excelente nuevo disco, «Why Make Sense?«. ¿El resultado? Vayamos por partes. No puedo negar (de hecho, absolutamente nadie puede negar) que Hot Chip son la puta fiesta sobre el escenario, que vuelven a la gente loca y que tienes que ser obtuso de mente (tan obtuso de mente como yo hace un par de años) para no pasarte hora y media bailando. Pero, ojo, tampoco se puede negar otra cosa evidente: realmente, no hace falta tanta gente sobre el escenario para sonar tan pachangeramente pobres, tan faltos de matices y tan planos en un sonido que hace primar el chunda-chunda por encima de todas las cosas. Así que cada uno se quede con la cara de Hot Chip que quiera. Yo esta vez me quedo en medio, entre dos tierras, en el límite del bien y del mal. [RDT]
THE CHEMICAL BROTHERS. La auténtica music for the masses. El triunfo de la voluntad. The Chemical Brothers en el polígono industrial de L’Hospitalet de Llobregat para una audiencia compuesta por acreditados efervescentes y gente random que a) bebe mucha cerveza, b) conoce a gente que bebe mucha cerveza, c) conoce al dueño de un bar o d) todas las anteriores. Aire de fiesta, los chicos y chicas radiantes de felicidad. Gente aliñadísma en un recinto donde era bastante más difícil acercarse a la barra que a la primera fila. Mientras tanto, Tom Rowlands y Ed Simons a lo suyo. Big beat ácido y grandilocuente, menos fino en algunos segmentos de lo esperable (“Galvanize” sonó a conglomerado difícilmente digerible) pero siempre apoteósico para entusiasmo de un público dispuesto a firmar el empate si luego había copas en el post-partido. Calcando prácticamente el set de los shows previos de la gira que sirve para presentar su octavo álbum, “Born in Echoes”, el concierto apela a los niveles más altos de excitación en los momentos esperables: esa tempranera “Hey Boy Hey Girl”, una “Elektrobank” con tremendos visuales a mitad de set y la mencionada “Galvanize” o “Block Rockin’ Beats” al final. Por el camino, una favorita personal como “Star Guitar” sirve de ejemplo para advertir que fascinación íntima y alboroto colectivo pueden también ir de la mano. En definitiva, la auténtica music for the masses. El triunfo de la voluntad. [DMDLH]