Nos invitan a probar el nuevo restaurante Quinto Quinta en Barcelona… Y nosotros lo rebautizamos alegremente como «El Paraíso de la Carne».
El martes 9 junio tuve la suerte de asistir a la inauguración del restaurante Quinto Quinta. Ahora me doy cuenta de cómo su ubicación de lujo, en la cúpula del centro comercial Las Arenas de Barcelona, era quizás una pequeña señal de lo que se escondía tras esas dos puertas de vidrio: con la urbe entera a sus pies y quizás más cerca del cielo que cualquier otro restaurante de la Ciudad Condal, Quinto Quinta resultó ser algo que me gustaría rebautizar como «El Paraíso de La Carne». Al entrar, no encontramos a un San Pedro entregándonos unas llaves y ni falta que hizo, pues una simpática y habladora Esther Vázquez (product manager de Osborne, empresa gastronómica encargada de la parte de carnes ibéricas de la velada y protagonista de la noche junto a la vasca Txogitxu) nos invitó a un cocktail de bienvenida mientras nos explicaba un poco de qué iría la velada. En tres palabras: carne, parrilla y tradición.
Entre un delicioso salmorejo salpicado con cubitos de jamón de bellota 100% ibérico (nota al lector: todas las carnes ofrecidas por Osborne eran 100% ibéricas, así que a partir de ahora voy a empezar a eludirlo, pero es un dato a tener en mente) y endivias braseadas acompañadas con salsa barbacoa rondando por ahí, el chef y director de Txogitxu (una de las tres empresas de más volumen de España en vaca y una de las pioneras en apostar por la carne roja de calidad, especialmente para txuleton a la parrilla), Imanol Jaca, nos explicó qué era lo que íbamos a degustar exactamente esa noche (insértese aquí un redoble de tambores, gracias): el txuletón de vaca vieja y gorda. Confieso que quien escribe estas líneas no tenía ni la más remota idea ya no de que eso fuese ahora una especie de delicatessen en boga pese a tener sus raíces a principios del siglo XX, sino de que existiera siquiera. Y es que no puede entenderse la tradición de la vaca vieja y gorda sin entender la de las sidrerías vascas y, en última instancia, sin entender la tradición cultural del País Vasco en toda su totalidad… Así que me vais a permitir un pequeño excursus histórico.
Cuando las sidrerías empezaron a afianzarse en el País Vasco -hace unos 400-500 años-, a los comensales se les empezó a dar algo de comer para acompañar la sidra, desde bacalao a tomate pasando, ya en el siglo XX, por el txuletón. Años y años de perfeccionamiento técnico llevaron a un preciso procedimiento de preparación del txuletón que, a estas alturas, se ha establecido ya como tradición: en una parrilla, se deja el txuletón cuatro minutos (ni uno más, ni uno menos) por un lado, se le echa sal gorda, se le da la vuelta, se deja otros cuatro minutos, se corta y a la mesa. A continuación, Esther Vázquez también nos explicó cómo las carnes ibéricas de Osborne eran un producto totalmente familiar y tradicional, pues generaciones y generaciones llevan pasándose el testimonio de la empresa. No podéis imaginar las ganas que teníamos de sentarnos a la mesa y meternos tantos años de historia en la boca.
Con la ciudad a sus pies y quizás más cerca del cielo que cualquier otro restaurante de Barcelona, Quinto Quinta puede ser rebautizado como «El Paraíso de La Carne».
Tras unos minutos que a una hambrienta le parecieron años, llegó ella, tan roja y jugosa y desprendiendo ese olor tan suculento. Si esto hubiera sido una película, dad por hecho que, mientras una bandeja de cortes de txuletón de vaca gorda y vieja se acercaba a mi, Stephin Merrit habría empezado a llenar la pantalla de vuestras casas con ese «And you, you look like heaven / an angel who stepped from a dream / 777 times lovlier than anything I’ve ever seen» de la canción «With Whom To Dance». También he de confesar que nunca he sido una gran admiradora de la carne casi cruda (y puedo asegurar que jamás había visto una carne tan roja y blanda por dentro), pero la crostita formada por la sal gorda y la parrilla eran suficiente aliciente para lanzarse a por ella con un ímpetu que debió salir de algún eco de instinto cavernicola.
Y este, señores y señoras, fue el punto de inflexión: tras el primer bocado de ese txuletón tan tierno que casi se te derretía en la boca, no hubo manera de parar. Empezaron a desfilar las carnes ofrecidas por Osborne y me disponía a destacar alguna, pero os aseguro que es que todo me pareció delicioso: desde el tataki de presa al secreto ibérico (cuya suavidad aún mayor al txuletón de vaca vieja vasco me sorprendió) hecho a la barbacoa, a la pluma ibérica al estilo Webber y incluso el pan vapor con secreto ibérico confitado a baja temperatura, no pude evitar soltar repetidos «ogggghh«, «mmmh» y sonidos de placer varios.
Bandejas y bandejas iban rulando, y recuerdo que cada vez que mi acompañante y yo veíamos acercarse una de ellas nos decíamos la una a la otra que no, que estábamos llenísimas, que esta vez no cogeríamos cualquiera de las delicias que nos estuviesen ofreciendo. No hace falta que diga que era preguntarnos la camarera si deseábamos un poco más y contestar «sí, por favor» con los ojos como platos y no dudo que la boca echando agua y todo. Creo que lo único que puedo reprocharles a Quinto Quinta, Imanol Jaca y Esther Vázquez es que, tras este éxtasis gastronómico, mi vida está condenada a ir irremediablemente a peor… Por lo menos la culinaria.