La transformación de Bruce Jenner en Caitlyn no es sólo un gran paso para la comunidad trans, sino que también ha puesto en su lugar a un personaje que reclama compartir la atención mediática de las mujeres de su familia: las Kardashian.
Las primeras temporadas de «Keeping Up With The Kardashians«, antes del lujo extremo, de Kanye West y las bodas en Versalles, funcionaban como una sitcom familiar americana de toda la vida. La productora del reality enseguida vio el parecido entre los Kardashian-Jenner y el formato de familia pegada con Loctite a lo «Brady Bunch«. Así, los capítulos de la primera temporada son un despiporre y una genialidad costumbrista en los que se buscan las tramas familiares más absurdas: desde el episodio en el que Kris Jenner se empeña en que su familia coma sano y quiere montar una granja en el jardín (la joven Kim es una adicta a las galletas Oreo), hasta ese en el que las Ks mayores (Kourtney, Kim y Khloé) le alquilan un chimpanché a la matriarca porque esta echa de menos cuidar de niños (como si seis no fueran pocos).
En uno de esos episodios, Kris se pone en modo taladro percutor (algo que hace bastante a menudo) y le reprocha a Bruce que siempre vaya hecho un ecce homo. Que si “mira que pintas llevas”, que si “vas hecho un mendigo”, que si “deberías cuidar más tu aspecto”… Y no para hasta que su marido, un aficionado al chándal que está en las Antípodas del estilismo de las mujeres de su familia, se compra un traje. Todas le aplauden y sólo les falta echarle cacahuetes a un Bruce que sonríe igual que el Jóker. Esta mini-trama “vamos a cambiar el look de Bruce” o “vamos a criticar el look de Bruce” o simplemente “vamos a quejarnos de la presencia de Bruce” se repite a lo largo de nueve temporadas en el reality. El pelo de Bruce es uno de los deal breakers en Kan Kardashian. Un grano en el enorme kulo de las Ks senior. Horas antes de su boda con Kanye, Kim le suplica a Bruce que se corte la coleta, que no puede llevarla al altar con esas pintas. Bruce pelea por su coleta hasta el final. Es uno de los pocos momentos en los que muestra algo de asertividad con respecto a su imagen en el programa.
Durante diez temporadas, Bruce Jenner ha sido un fantasma que pululaba por el Kastillo Kardashian. Su presencia en el reality se fue difuminando a medida que avanzaba la fama de su familia. En pantalla esto se veía representado en su progresivo destierro en su propia casa: de la habitación de matrimonio pasó a dormir en una habitación propia, de ahí al garaje, donde tenía sus cacharros y sus cosas (helicópteros de juguete, palos de golf, coches…) porque rompían con la dinámica decorativa impuesta por la Momager… hasta que tuvo que mudarse a una casa en la playa de Malibú donde vive actualmente.
Entre tanta gomina, tanto contour, tanto brilli-brilli y tanto traje de Balmain, el drama del mobbing condescendiente de las Kardashian hacia Bruce Jenner y ese dejarse hacer del triatleta quedaba desdibujado, borroso. Hasta que el 24 de abril de este año todo cobró sentido. Como cuando te comes una seta y el universo se pone en línea recta para que lo entiendas como si fueras Stephen Hawking. Bruce Jenner se sentó con Diane Sawyer en una emotiva entrevista para “20/20” (que todo el mundo ha visto ya) donde reconocía que, “a todos los efectos”, era una mujer. Los que hemos visto «Transparent» pestañeamos hasta doce veces porque es difícil una concatenación de similitudes tan gordas entre ficción y realidad en caso de que sean fortuitas.
Uno de los momentos más reveladores de la entrevista a Diane Sawyer fue cuando Bruce (aún utilizando el pronombre masculino para referirse a sí mismo), entre risas irónicas confesaba: “Todo el mundo estaba pendiente de lo que pasaba en la casa y la verdadera historia la tenía yo”. Diez años siendo testigo de como se grababan las banalidades y problemas del primer mundo de su familia sin decir ni mu. Diez años dando pasos atrás cada vez más grandes para llamar la atención lo mínimo posible porque, a medida que el foco se iluminaba más, mayor era el riesgo de que su secreto saliera a la luz. Diez años sintiendo que el engaño iba a más, no sólo en su interior, sino también de cara al exterior.
Esta semana, el mundo ha flipado con la portada del Vanity Fair de julio en la que Bruce deja a Bruce en la puerta de Calabassas y nos recibe en Malibú como Caitlyn y la promesa de una entrevista fotografiada por Annie Leibovitz y llevada a cabo por el premio Pulitzer Buzz Bissinger. El círculo se cierra, pero un montón de puertas se le han abierto de golpe. Convertida en icono trans y en musa mediática de la lucha por la identidad sexual, Caitlyn ha hecho historia. Y, a diferencia de toda esa familia que le ninguneaba al calor de la chimenea, su historia sí es relevante, sí es motivadora y sí será recordada como una muesca en la historia reciente de la cultura popular.
Para el público general, lo que ha hecho Caitlyn a sus 65 años es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la Comunidad trans. Pero seguro que, si Caitlyn sonríe de forma permanente, es porque ese paso que ha dado la pone por fin en el sitio que llevaba necesitando desde hace muchísimos años y que, paradójicamente, su propia familia y su televisado modus vivendi le habían negado (intencionadamente o no, eso nunca lo sabremos). La prueba es ese último gesto de rebeldía de escoger una “C” para su nombre y no transformarla en una “K”, como han hecho todas las féminas a su alrededor. Con el reality más esperado del año en el horno (en el que se documenta todo el proceso que va de Bruce a Cait), puede que la Era Kardashian empiece a llegar a su fin y empiece la era Caitlyn Jenner. Si esto no es justicia universal, que venga Kanye West y lo vea.