Sístole, diástole. Respirar, expirar. Contracción, dilatación… Todo movimiento tiene su contrario y, sobre todo, su dinámica pendular eterna entre uno y otro, de un lado a otro, volviendo al mismo punto para a continuación alejarse de él. Si digo esto porque, últimamente, y hablando en lo estrictamente personal, me he re-descubierto volviendo al redil de la simplicidad folk. Será que «Carrie & Lowell«(Asthmatic Kitty, 2015) se ha convertido en mi disco imprescindible de este año 2015, pero creo profundamente que el movimiento de Sufjan Stevens desde la ampulosidad electrónica de su anterior álbum hacia la desnudez minimalista de este último tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo muchos de nosotros y, sobre todo, con lo que vamos a vivir en los próximos tiempos: ¿un regreso a los barbudos folkies de hace unos cinco años?
Puede ser.
¿Por qué no?
La cuestión es que, en aquel primer advenimiento del folk del nuevo siglo, Sean Rowe llegó tarde… en varios sentidos. Para empezar, este hombretón poco tenía de la juventud exultante de los que por aquel entonces gustaban de poner prefijos como «weird» delante del género folk: su cuerpo estaba tan ajado como su inconfundible y subyugante voz, pero eso jugó a la contra en medio de toda una camada de folkies diseñados para protagonizar anuncios de gafas de sol. Y, sobre todo, Rowe aterrizó en el panorama folkie cuando parecía que todo el pescado estaba vendido: su maravilloso «Magic» (Anti, 2010) se publicó en el año 2010, cuando ya algunos empezaban a desconfiar de la autenticidad de este estilo musical que tiene en eso, en la autenticidad, su principal razón de ser.
Sea como sea, Sean Rowe ha seguido intentándolo desde entonces… Y si es cierto que ya se descarta un campanazo en su carrera, también habrá que admitir que su último movimiento podría re-situarle de forma particularmente deliciosa en el firmamento del folk del siglo 21. Su nuevo EP «Her Songs» (Epitaph, 2015) responde a una idea que Rowe verbaliza en voz alta pero que todos hemos pensado alguna vez que otra: si una canción soporta el transvase de su formato original hacia un reducidísimo acústico de voz y guitarra, eso significa que es un tema inmortal. En esta ocasión, el artista elige un total de seis temas que no sólo están hermanados por el hecho de ser inmortales, sino que todos ellos son cortes que han sido popularizados por mujeres particularmente poderosas.
Toma prestado «Ode to Divorce» de Regina Spektor» (podando las florituras del piano de cabaret rococó para convertirla en una canción de soledad, ocaso, desierto y frontera), «Hold On, Hold On» de Neko Case (a la que realiza un serio trabajo de pulido, aplicando hombría sobre la fuerza de Neko sin necesidad de tapar su feminidad), «By Your Side» de Sade (en el que es, más que probablemente, el ejercicio de transmutación más sorprendente y magnánimo del disco: ¿a quién se le hubiera ocurrido esto de convertir una de las torch songs con sonido más ochentero de la historia en una balada de cow-boy destinada a partirte el corazón cada vez que te pille en tu soledad menos deliberada?), «Soldier’s Song» de Lucinda Williams (en una transposición que no cambia demasiado del original porque realmente no era necesario tocar este clasicazo rompe-corazones), «Let it Die» de Feist (donde el crooning elegante de la diva canadiense se entierra bajo capas y capas de polvo entre las que el corte respira un nuevo aire más ajado, de masculinidad en declive) y «Colors and The Kids» de Cat Power (que ya estaba suficientemente depurada en su versión original con tan sólo un piano y que ahora, en manos de este hombre, vuela hacia el horizonte nocturno a lomos de una de esas guitarras acústicas no aptas para almas con tendencia a romperse en mil pedazos).
Seis canciones. Seis divas. Seis sensibilidades diferentes que, al reducirse a su mínima expresión (guitarra, piano, harmónica) y al hilvanarse con el hilo de plata de la siempre impactante voz de Sean Rowe, se convierten en un todo coherente y sublime. No sé ustedes, pero con EPs como este «Her Songs» entre las manos, a mi no me va a costar seguir pisando el freno y mirando en el retrovisor para ver dónde está la salida más cercana hacia aquellos parajes de folk que tan felices me hicieron hace unos años. Es una pena que en este coche no viajen mis padres para que me puedan responder a la eterna pregunta de todos los niños: ¿cuánto falta para que lleguemos?