El segundo trabajo de Torres (que no Fernando, el niño) confirma lo que ya sabíamos: Mackenzie Scott, pues así es como se llama en realidad la artista, es un serio talento al que tener en cuenta. ¿Significa eso que “Sprinter”(Partisan, 2015) es un hito imprescindible de nuestro tiempo? Personalmente, diría que no, e incluso me atrevería a decir, no sin pena, que es una decepcionante continuación de su poderoso debut. Es un disco curioso, además: la mitad de él es el típico grower, la otra mitad de primeras impresiona, para desinflarse en cada escucha como un globo que es demasiado grande para tan poco aire.
Impresionan, desde el principio, esos guitarrazos macho alfa y esa teatralidad, incluso se le escapa algún amago de berrido metalero que le queda más bien grande. No a su voz, que lidia con el toro sin despeinarse, pero como pasa con tantas otras chicas sensibles, Scott gana en las distancias cortas. Letrista consumada, deja en ocasiones la pluma fina a un lado para deleitarnos con algunas de sus líneas más tenebrosas: “The darkness fears / What darkness knows / But if you’ve never known the darkness / Then you’re the one who fears the most”. Hostia, tía, qué mal rollito ¿no? Lejos de esa detonación controlada que era “Honey”, temas como “Strange Hellos”, “New Skin” o “Sprinter” suenan enormes y contundentes, directos al mentón; pero, como todo tipo de violencia ¿a cambio de qué? Se pierde entre los decibelios su característica sensibilidad, su fragilidad. Y es que a veces una caricia sincera duele mucho más que un vulgar puñetazo.
Por suerte, no todo es bombo y platillo, y Torres deja bastante espacio en la cocina para quemar sus demonios a fuego lento. Es, en definitiva, el trabajo de una chica de 24 años: reflejo de sus dudas y confesionario de las incertidumbres naturales de una persona de su edad, relato de la inocencia perdida, fruto de la corta y turbulenta historia de una niña adoptiva. Y es cuando acepta su papel de muñeca de cristal a punto de partirse en pedazos, cuando su música la catapulta al cielo: “The Hashest Light” es un canción preciosa, que encuentra fuerzas en su debilidad, y “The Exchange” pone un emocionante y sincero final a un disco de claroscuros. Un disco que le acerca al indie rock noventero tan de moda estos días, de Courtney Love y, cómo no, la archi-imitada PJ Harvey (su colaborador Rob Ellis produce el disco) para alejarla un poco del terreno en donde se mueve con más comodidad y naturalidad: ese flujo neorromántico que sale a borbotones de la América profunda, la emotividad de Sharon van Etten, Angel Olsen y, en menor medida, las más experimentales Julia Holter y Liz Harris. En su próximo álbum me gustaría verla ahí, firme, y frágil.