¿Todavía no te has enterado de todo el revuelo que ha causado «The Jinx»? Imposible no rendirse ante esta serie documental sobre el asesino Robert Durst.
A la hora de escribir este artículo, he de reconocer que he tenido mis dudas (y muy serias) por temor al spoiler: «The Jinx» es una de esas series que están pensadas para ser disfrutadas en la mayor de las ignorancias. Cuanto más sepas de lo que ocurre en esta serie, menos sorprendente te parecerá y, por lo tanto, más pesará la lacra que arrastra la realización de Andrew Jarecki. Pero vayamos por partes. Primero lo que es lo primero: «The Jinx» es una serie que, tal y como deja claro su subtítulo «The Life an Deaths of Robert Durst«, retrata la vida y las muertes del heredero de una de las familias más acaudaladas de Nueva York (responsable, por ejemplo, de la construcción de la reciente Liberty Tower).
La historia de Bob Durst es realmente rocambolesca: caso ejemplar de «pobre niño rico«, no sólo vio con sus propios ojos cómo su madre se suicidaba arrojándose al vacío desde el tejado de su casa, sino que más tarde su hermano menor le arrebataría las riendas de la empresa familiar, marginando su condición de primogénito y la supuesta hombría que lleva aparejada. Por si eso fuera poco, la esposa de Durst, Kathy McCormack, desapareció en circunstancias extrañas dejando tras de sí todo un rastro de sospechas (nunca confirmadas) que apuntaba hacia su marido. Años después, justo cuando el caso de Kathy estaba a punto de reabrirse, la que moría de un tiro en la nuca era la mejor amiga de Bob y (presunta) conocedora de todos sus secretos. Y, finalmente, el hombre era atrapado tras darse a la fuga después de que le acusaran de haber asesinado y desmembrado a un vecino.
«The Jinx«, sin embargo, no se limita a la disposición cronológica de los eventos… Y ahí está precisamente su gran acierto. Esta serie documental sigue el viaje personal del realizador, Andrew Jarecki, y de su fascinación inevitable por la figura de Bob Durst. Tras dejar al mundo sin habla con su tremenda (y ya aficionada a esa truculencia inherente a la cara oscura de EEUU) «Capturing The Friedmans» y antes de embarcarse en la muy elocuente «Catfish» (un documental que ponía sobre la mesa la cuestión de la identidad online), Jarecki dirigía «All Good Things«, una película de ficción basada en los hechos (conocidos) de la desaparición de Kathy McCormack. Más allá de la sobrada que significó eso de poner a Ryan Gosling en el papel de Bob Durst (no extraña que el hombre se sintiera halagado y llamara a Jarecki para ofrecerle una entrevista en exclusiva), «All Good Things» podría considerarse como el preludio pluscuamperfecto de «The Jinx«.
En ambos casos se desdibujan claramente los campos de la ficción y el documental: «All Good Things» no deja de ser una peli basada en unos hechos sublimemente documentados, mientras que «The Jinx» es un documental basado en una serie de entrevistas con Robert Durst que se ven «amplificadas» por todo un conjunto de recreaciones que nunca ocultan su profunda inspiración cinematográfica. De hecho, ahí está la «lacra» a la que me refería en el primer párrafo de este texto: a las recreaciones ficcionadas de Jarecki se les va la mano en demasiadas ocasiones, ya sean por su caracter tendencioso o por su pretendida espectacularidad. Ya lo señalaban en un «Weekend Update» de «SNL«: el opening de «The Jinx«, con esa canción de blues fardonísimo que incluso hace coincidir un «whooo» del cantante con un disparo a bocajarro, es probablemente un desbarre en toda regla que no nos debería llevar a banalizar lo que estamos viendo, que es muy serio. Banalización y glorificación son dos peligros en esta serie que Jarecki no parece querer evitar: prefiere meterse en ellos hasta las trancas. Sin mirar atrás.
Aun así, lo que acaba primando en «The Jinx» no es esta lacra, sino sus logros. Para empezar, lo magnético de la propia historia del protagonista. Pero, sobre todo, la forma en la que accedemos a esta historia: el primer capítulo se abre con la muerte de Morris Black, el vecino del protagonista, y con cómo todo lo que vino detrás fue lo que volvió a poner el nombre de Bob Durst en boca de todo el mundo. A partir de ahí, la serie va saltando hacia adelante y hacia atrás a la vez que lo va haciendo la conversación que Jarecki y su objeto de estudio mantienen delante de la cámara. Como en «Catfish«, además, tanto la conversación como la puesta en escena se acaban convirtiendo en una especie de proceso de reflexión en voz alta que conduce a la trama y a los responsables de la serie (director y productores) a vivir en sus propias carnes un thriller periodístico en el que puedes vivir la ilusión, la decepción e incluso el peligro por el que van transitando de forma intermitente hasta ese último capítulo que es un grand finale como pocas veces se han visto en la telerealidad.
Cierto es que se echa en falta una mejor contextualización a modo de epílogo de todo lo que ocurrió durante y después del estreno de la serie en EEUU (… y hasta aquí puedo leer para no cercenar al espectador la sorpresa final). Pero, pese a ello, lo que acaba quedando es algo más profundo todavía: lo inevitable de que, al tener a Bob Durst hablándole a la cámara, con sus tics de persona perturbada y sus ojos muertos de tiburón al acecho, lo que sienta el espectador no sea ni temor ni odio, sino una profunda pena demasiado cercana a la conmiseración. Al fin y al cabo, Jarecki no ha titulado a su serie «El Asesino«, sino que ha preferido «El Gafe» en referencia a ese momento en el que Bob afirma que la génesis de todo, el inicio de sus problemas en la relación con Kathy, vinieron porque él no quería tener hijos porque pensaba que era un gafe, un desgraciado que transmitiría su estigma a su prole. El hecho de que Jarecki acabe permitiendo una profundidad de campo como esta en el «personaje» de Durst es lo que redime a «The Jinx» de cualquier lacra y la convierte en un clásico moderno de visión obligada.