En el documental “Under Great White Northern Lights” (Emmett Molloy, 2010), se recuerda que a The White Stripes se les llegó a considerar “el grupo más falso y el más real del rock ‘n’ roll”. Una frase lapidaria que pudo definir a toda aquella nueva ola rockera yanqui que invadió el globo terráqueo a principios del siglo XXI, en cuya cresta se encontraban el propio dúo de Detroit y, naturalmente, The Strokes. En aquel momento, Julian Casablancas podía repetir esas mismas palabras con respecto a su banda sin que le saltase mierda a la cara ni se le echasen encima los lobos mediáticos gracias a “Is This It” (RCA, 2001), álbum insignia de aquella corriente que había hecho creer firmemente que el rock no había muerto del todo y que existía cierta esperanza de que adquiriría nuevas fuerzas. Una idea que casi todo el mundo empezó a tomarse en serio si no fuera porque bajo ella subyacían dos interrogantes ineludibles: cuánto duraría el efecto de ese maremoto guitarrero y qué grado de autenticidad alcanzaría.
Para desgracia de The Strokes y, concretamente, del egocéntrico Julian Casablancas, los fuegos artificiales que se lanzaban con cada single extraído de su bombástico estreno (a pesar de su irrefutable calidad y pegada) no eran más que una fachada rimbombante que disimulaba que los neoyorquinos se encontraban más cerca de la primera parte de la sentencia que encabeza este texto que de la segunda. Esa supuesta falsedad se hacía patente cada vez que las publicaciones más trendy de la época se centraban en su manera de vestir, su aura cool y la colonia que meaban y no en su música que, al fin y al cabo, era lo que realmente importaba. Esto mismo se repitió con la salida del más que decente sophomore, “Room On Fire” (RCA, 2003). A partir de ahí, para ahorrarnos toda la historia del descenso a los infiernos de The Strokes, daremos un salto hasta “First Impressions Of Earth” (RCA, 2006), que contenía una premonitoria “You Only Live Once”: por un lado, su título describía un pensamiento que acabaría definiendo la trayectoria de los de Nueva York; y, por otro, en el videoclip, nuestros protagonistas (de impoluto blanco), se veían con el agua al cuello. Literalmente. Pocas veces una imagen sirvió para caracterizar con tanta elocuencia el devenir de un grupo que acabó engullido por ese síndrome que lleva su nombre y al que nos hemos referido aquí alguna que otra vez: aquel que habla del gafe que conlleva el hype.
Tanta presión exterior e interior (la tiranía ejercida por Casablancas sobre sus compañeros debía de ser insoportable) se había convertido en la principal razón para explicar el posterior afán de cuatro de ellos (excepto Nick Valensi) por demostrar su valía por separado hasta reunirse de nuevo con motivo de “Angles” (RCA, 2011): Fabrizio Moretti junto a Little Joy, con “Little Joy” (Rough Trade, 2008); Albert Hammond Jr. por partida doble, con “Yours To Keep” (Cockpit, 2006) y “Como Te Llama?” (Red Ink, 2008); Julian con “Phrazes For The Young” (Cult Records, 2009); y Nikolai Fraiture bajo el paraguas de Nickel Eye, con “The Time Of The Assassins” (Rykodisc, 2009). Esta división creativa sentó las bases del espíritu que rodeó a la confección de su cuarto trabajo en común, fruto de sus aportaciones personales a nivel compositivo y lírico (aunque Casablancas se siguió imponiendo en gran medida dentro de la autoría de los textos). No quedó del todo claro si tal reparto de tareas fue beneficioso y motivador en el seno de un grupo casi convertido en dinosaurio del rock o reafirmó la sensación de que el mastodonte estaba dando sus últimos coletazos antes de su muerte final (al modo de lo que sucedió con los Oasis pre-disolución). La confusión creció cuando Valensi confesó a varios medios anglosajones que el proceso de grabación de “Angles” había sido tortuoso, agravado por la caprichosa actitud de Julian (por ejemplo: no se presentaba en el estudio y enviaba sus aportaciones vocales en archivos mp3 vía correo electrónico), lo que desmentía el presunto saludable flujo de ideas que habían establecido entre sí. Así que, dadas las dificultades y el resultado final, este álbum viene a ser como el cajón de sastre que recoge el punto de vista musical de los miembros de la banda como entes autónomos, aunque no como un conjunto compacto llamado The Strokes. Por eso, el título elegido, “Ángulos”, describe fielmente el eclecticismo del tracklist, para unos sinónimo de frescura y, para otros, de batidora sónica sin demasiado sentido.
Pero no todo va a ser dar palos a siniestro y siniestro, ya que “Angles” posee ciertas virtudes, visibles en su primera mitad. Para empezar, “Machu Picchu” recuerda el apego de The Strokes por el sonido new-wave de principios de los 80 originado en ciudad natal, y “Under Cover Of Darkness” retrotrae al quinteto a la época en la que era puro nervio y fibra rockera más allá de su estética ultra-cuidada (y ultra-calculada). Junto a ellas, también aparece el pop electrificado que compensaba levemente el bajonazo que representó “First Impressions Of Earth”, materializado esta vez en “Two Kinds Of Happiness” (con un inicio peligrosamente cercano a The Police, aunque luego se endereza y levanta unos centímetros el vuelo) y “Taken For A Fool” (pasaremos por alto esos “mama” que Julian pronuncia con un eco de fondo y nos centraremos en su vigorosa melodía). El segundo tramo del disco se reserva para introducir pequeñas sorpresas en el sonido strokiano, como las pinceladas analógico-tropicales de “Games” (que se diluyen en medio de un teclado y un ritmo sincopado anodinos) o el glam desmaquillado y esquelético de “Gratisfaction”.
Aquí se acaba la columna del haber… En la del debe (cuatro cortes, lo que no está mal teniendo en cuenta que el paquete contiene diez), The Strokes pretenden ofrecer una imagen entre renovada y alejada de aquellos chavales que vestían pantalones ajustados, chaquetas de talla mínima y peinados perfectamente desordenados. Ya transcurrió una década de ese feliz retrato: un tiempo que parece una eternidad ante la altísima velocidad a la que se desarrollan actualmente los acontecimientos (y más los musicales). Puede que The Strokes, como grupo, no se hayan adaptado a esos cambios y aún quede la sensación de que cada nuevo disco que fueron facturando desde entonces no fue más un intento baldío de retornar a esa edad de oro… Pero la realidad dice que incluso sus discípulos (voluntarios o no, como el caso de Arctic Monkeys) los adelantaron por la derecha sin dificultades. Ante tal panorama y la fatiga que transmite “Angles”, no sería extraño que The Strokes tomasen la misma decisión que sus colegas de generación, The White Stripes: dar carpetazo a su trayectoria como banda y permitir que la historia y sus seguidores aseveren que, en la sentencia “el grupo más falso y el más real del rock ‘n’ roll”, la balanza se acabe inclinando hacia lo segundo.