Nuestra última crónica del Festival de Cinema D’Autor 2015 pone toda la carne en el asador: premios merecidos, películas brillantes, films decepcionantes…
Ahí va lo que dicen los datos oficiales: a falta de contabilizar los asistentes de las secciones paralelas del Festival de Cinema D’Autor de Barcelona 2015, el total de espectadores que han pasado por este certamen del 24 de abril al 3 de mayo es de ni más ni menos que 10.000 personas. Impresiona, ¿verdad? Ahora bien, lo que no consta en los datos oficiales también te lo digo yo aquí y ahora así, a las bravas: esta ha sido sin lugar a dudas la edición más completa del festival barcelonés. Hasta esta quinta edición, nadie podía quejarse al respecto de la cantidad de estrenos relevantes que poblaban la programación del D’A; pero, tal y como han afirmado diversas voces aquí y allá durante todo el festival, hay una cosa clara: esta edición ha sido un paso de gigante, un paso que los espectadores y profesionales hemos visto reflejado no sólo en sus infraestructuras, sino sobre todo en una programación de esas que, vista del tirón, te soluciona un año entero de visionados. Hablando en plata: si has vivido el D’A 2015 como si no hubiera un mañana, lo más probable es que no necesites ir al cine de aquí hasta llegado el otoño.
Un paso de gigante que, por otra parte, también se ha visto reflejado en los premios del festival: el habitual Premio de la Crítica se lo ha llevado «El Incendio» de Juan Schnitman; el Premio del Público, otorgado por votación popular, ha ido a parar a «Les Amigues de l’Àgata» y a sus cuatro directoras (Alba Cros, Marta Verheyen, Laia Alabart y Laura Rius); y, finalmente, el nuevo Premio Talents (dotado de 6000 euros) ha recaído en Martín Shanly y su «Juana a Las 12«. Si te sorprende que los galardones hayan ido a parar a estas películas y no a otras con mucho más renombre, es que todavía no has entendido para nada de qué va exactamente el D’A: es este un festival que pretende no sólo ser un escaparate del cine de autor que ya conocemos y queremos ver, sino sobre todo un trampolín que, a base de saltos olímpicos, transforme en visible todo ese cine valioso que, si no, seguiría siendo translúcido e invisible para el ojo menos entrando.
Cine invisible pero cada vez menos… Como el de Alex Ross Perry. El director llegaba al D’A 2015 tras un buen puñado de meses en los que su anterior «Listen Up Philip» se convirtió en algo así como la salvación del indie norteamericano. Y ya puede decirse a las claras: su nueva «Queen of Earth» fue simple y llanamente uno de los puñetazos más certeros y dolorosos que se vivieron en el certamen barcelonés. Es esta una cinta perturbadora que llevaría un paso más allá las sombras de «Frances Ha«: el lado oscuro de la amistad femenina, que Baumbach alumbraba con intermitentes fogonazos de comedia destinada a cicatrizar las heridas abiertas por su cuchillo de ironía, en las manos de Ross Perry se transforma directamente en un film de terror (no parece casual que toda la banda sonora vaya dirigida en esa dirección, con escalofriantes drones de tensión creciente).
En «Queen of Earth«, una impactante Elisabeth Moss (a años luz ya de su Peggy en «Mad Men«) intenta superar una mala racha vital, con ruptura de pareja y muerte del padre incluidas, en la casa vacaciones de su amiga de toda la vida, una Katherine Waterson en un registro mucho más amplio y exuberante que en la reciente «Inherent Vice«. Pero el encuentro de las dos amigas empezará a caer en un mise en abyme infernal cuando las vivencias del presente se empiecen a filtrar a través de las grietas de las vivencias del pasado, mostrando no sólo el maquiavélico resorte de cierta mentalidad no exclusivamente femenina (esa del «tú no estuviste para mi entonces, yo no estoy para ti ahora«) sino, sobre todo, la fragilidad mental del personaje de Moss. Al final, Ross Perry le da la vuelta al género de damiselas en apuros emocionales para llevarlo al terreno del horror y del thriller puramente mental, dejando al espectador clavado en la butaca a base de estirar de él en dos direcciones muy diferentes: por un lado, lo idílico de la puesta en escena y del punto de partida; por el otro lado, la realidad de una situación que cuesta mirar de frente porque las mismas protagonistas se niegan a observar cara a cara.
Una visión muy diferente de la amistad ofrecía Aaron Katz en su «Land Ho!«: para empezar, porque su nueva película (eso sí, codirigida esta vez junto a Martha Stephens) no trata de amistad femenina, sino masculina; y, sobre todo, porque los amigos protagonistas de este film no son ni mucho menos jovencitos en apuros emocionales, sino señores mayores que simple y llanamente quieren pasarlo bien en la recta final de su vida y que, para ello, montan un viaje a Islandia. En su anterior «Cold Weather«, Katz jugaba a un juego parecido al de la «Queen of Earth» de su compadre Ross Perry (de hecho, no estaría de más estudiar las intersecciones de ese triunvirato que se está formando entre David Gordon Green, Alex Ross Perry y Aaron Katz) a la hora de convertir el mumblecore en noir puro y duro, pero en esta ocasión parece querer poner sus pretensiones al mismo nivel que las de sus protagonistas: «Land Ho!» está repleta de buenas intenciones, sí, pero también de un sentido de la diversión fundamental y contagioso ante el que es imposible no rendirse.
Pero no todo pueden ser luces en el D’A 2015, y en el apartado de decepciones absolutas cabe situar a esa «The Smell of Us» que muestra a un Larry Clark totalmente desfasado e incapaz de renovarse. Más allá de la supuesta gracia pseudo-metafórica de abrir la película con el mismo director interpretando a un vagabundo que acaba meándose encima y al que los skaters utilizan de obstáculo para saltar por encima, y más allá de la pretendida épica de ese momento de enfrentar al jovencísimo protagonistas de este film contra el mismísimo Michael Pitt (ya sabes: prota de «Bully«) en un duelo de miradas intensitas, esta «The Smell of Us» no sólo muestra una incapacidad preocupante para dirigirse hacia algún punto en concreto (argumental, emocional, visual), sino que sobre todo deja en evidencia un preocupante anquilosamiento en las formas y el fondo de Clark: si Brett Easton Ellis superó esta visión de la juventud, si Harmony Korine la llevó a su versión 2.0 en «Spring Breakers«… ¿por qué Larry Clark se empeña en que del barco de Chanquete no le moverán? [Raül De Tena]
No sabemos si calificarlo de bueno o malo, pero lo que está claro es que el cine de Jonás Trueba consigue satisfacer a todo el mundo. Es aquello del haters gonna hate y también lo del fanboyismo acrítico reunidos en una misma sala. Todos reunidos con el cuchillo en la boca dispuestos a defender su postura. El final en el caso de «Los Exiliados Románticos» no podía ser más feliz: todo el mundo salió contento. Algunos extasiados, otros indignados hasta el límite. Una indignación que compartimos al comprobar que Trueba, una vez más, confunde gimnasia y magnesia, velocidad y tocino y, sobre todo, homenaje a la Nouvelle Vague con jetismo ilustrado. Desde sus movimientos de cámara epifánicos porque sí hasta su descripción de arquetipos trillados hasta el epítome del cliché, Trueba se dedica a hacer pasear sombras de personajes, marcas blancas de discursos existenciales y una ausencia absoluta de guión y planificación mal disfrazada de presunta espontaneidad y frescura. «Los Exiliados Románticos» no es más que pose y patetismo, un intento vano de aproximación a esa desorientación del eterno post-adolescente milenial a través de lo manido, lo patillero y lo reiterativo. Una auténtica tomadura de pelo con pretensiones arty que es para poner los pelos de punta al más pintado.
Cambiando de tema. Uno de los aspectos más habituales en las entrevistas a Mia Hansen-Løve es la referencia a sus fuentes de inspiración familiares a la hora de abordar temas en sus películas. Precisamente por ello se nos antoja que la directora francesa intenta poner una cierta distancia emocional en sus productos, tratando de no caer en lo emotivamente pornográfico… ¿El propósito? Obtener la máxima objetivación posible de los eventos narrados. El problema con «Eden» es que esta objetivación, esta distancia se torna en algo frío, superficial. Se nota que, de alguna manera, estamos ante unos recuerdos “de prestado”, de algo que no ha vivido directamente. Esencialmente, ello queda plasmado en el tratamiento acelguil de las vinculaciones emocionales de los personajes. Sus motivaciones, sus vaivenes se tornan por momentos poco claros, inconexos y sobre todo intransmitibles. Sólo se consigue algo de emoción a través de la vibratio musical, algo que además habla muy poco en favor de la película ya que no es el emplazamiento de los temas los que conforman ese éxtasis, sino la calidad de los temas en sí. Con estos mimbres, sumados a ciertos devaneos con la metáfora subrayativa, lo que resta es finalmente una película formalista, de corrección exquisita, pero que, como retrato de un tiempo, de una generación, naufraga de la misma manera que el tránsito profesional del protagonista.
«Les Amigues de l’Àgata» es la sublimación intensita del “tietisme” made in TV3. N es difícil observar las vivencias de estas chicas tan repijas ellas y sus “sats tia?” como ese bucle enfermizo de jóvenes que son precisamente demasiado jóvenes para semejantes problemas existenciales. O eso o irnos al otro extremo, a ser absolutamente nihilistas y no parar de hablar de cosas absolutamente intrascendentes y tópicas. Sí, dejando de lado un estilo pseudo-documental enervante, lo peor de «Les Amigues de l’Àgata» son precisamente Àgata y sus amigas: personajes absolutamente endebles, intrascendentes y, por qué no decirlo, agredibles en la justa medida retributiva con la que ellas nos agreden los tímpanos con sus cosas. Un auténtico batiburrillo de necedades de juventud que nos hacen atisbar un futuro lleno de Paquites, Enriquetes y Conxites en cualquier peli de la Coixet o similares directores vaporosos de la vida.
«Les Combattants» también habla de pérdidas, de desorientaciones vitales, pero desde la asunción orgullosa de tal condición. Sí, el retrato de estos outsiders, de estos dos locos del coño que diría nuestra amiga Beatriz Muyo, se mueve entre la rebeldía juvenil, la hostilidad y la furia contra la sociedad, el Apocalípsis insinuado, y el amor fou más brutal sin perder en ningún momento la capa impermeable de ironía necesaria para que, sin necesidad de disminuir la profundidad, podamos enamorarnos de los personajes, empatizar al máximo con ellos. Efectivamente, todo es pasado por el tamiz de la mirada burlesca pero cariñosa del director Thomas Cailley: Todo en «Les Combattants«, desde la banda sonora hasta los giros genéricos que ofrece, tiene diversas capas y texturas. Desde la reivindicación del individuo frente al colectivo (entendido como rebaño borreguil) pasando por la dicotomía naturaleza frente a (in)civilización, se podría interpretar aquí un cierto posicionamiento de cariz reaccionario. Un aspecto ideológico que no deja de ser un señuelo, un atrapa-soflasmas invectivas, al desmentirse así mismo mediante las contradicciones sarcásticas que nos ofrece la cinta. Sí, «Les Combattants» es un sano ejercicio de (auto)crítica hacia el estado de las cosas. Lejos del buenismo arco iris de la progresía más trasnochada pero también contra las falsas promesas dedócratas del bucolismo más carpetovetónico. Equilibrio y balance. Y romanticismo, que no es moco de pavo. [Alex Pérez Lascort]