Hay muchas crónicas posibles del concierto de Morrissey en el Razz (Barcelona)… Pero la nuestra adquiere la forma de historia de (des)amor íntima y personal.
Las cosas bien claras desde el principio: esto no va a ser una crónica al uso. En este ejercicio de desnudez emocional que me dispongo a hacer habrán claramente algunas consideraciones más o menos objetivas sobre el concierto que ofreció Morrissey ayer por la noche en la Sala Razzmatazz de Barcelona, pero lo que vais a leer a continuación es una historia. Una historia como muchas, que pasa por todas las fases típicas de una relación -el enamoramiento, el hastío, el odio-, pero con la particularidad que todo lo que aconteció en ella está de un modo u otro ligado insalvablemente a Morrissey y a The Smiths. ¿Cual es el valor o la utilidad, pues, de contar esta historia, y más si se plantea como una crónica del concierto de ayer? Seguramente, ninguna. Lo que ocurre es que, si escribiera cualquier otra cosa que no fuera esto, estaría mintiendo burdamente -a mí ka primera-, y demasiadas veces nos mentimos a lo largo de la relación como para querer contar ahora una sola mentira más.
Nunca creímos que veríamos a Morrissey en directo y, de repente, ayer fue la tercera vez en un año: en la primera, en octubre en el Sant Jordi Club, iba en muletas y le susurré que le quería por primera vez. En la segunda, en noviembre en el O2 de Londres, bailamos y saltamos y acabamos la noche durmiendo uno en una esquina de la cama y uno en la otra tras una de las mil discusiones silenciosas de siempre. En la tercera, ayer 29 de abril en la Sala Razzmatazz, la distancia se ensanchó tanto que ya no era un trozo de sábana el que nos separaba, sino una multitud de gente.
Tras una hora de espera y visionado de un vídeo montado con fragmentos de todo tipo del universo Morrissey (desde manifestaciones anti-Thatcher a videoclips de The New York Dolls), la diva apareció finalmente sobre el escenario con su flagrante y horrenda camisa y alguna que otra lorcita rebotando, acompañada de su curioso (y realmente talentoso) séquito de músicos habitual. Sin demasiada demora, «Suedehead» arrancó a toda velocidad, haciendo que el público olvidara al instante la indignación creciente por haber tenido que estar una hora viendo un maldito video. «Why do you come ? Why do you telephone? And why send me silly notes?«. Primer hachazo de muchos directamente al corazón: por qué estábamos allí si sabíamos que nos iba a doler como pocas cosas, por qué le enviamos ese último mensaje -que, claramente, no obtuvo respuesta-, por qué lo único que teníamos ganas de hacer en ese momento era llamarle y decir lo mucho que lo sentíamos una y otra vez. Gritamos junto a Morrissey cada «I’m so sorry» como último intento desesperado de expiación, sabiendo que -en algún lugar entre todas esas cabezas- la suya también estaría escuchando.
Tras una «Staircase At The University«, sacada de su nuevo y casi inadvertido álbum «World Peace Is None Of Your Business» (de allí quizás que hayamos tenido la oportunidad de verle tres veces en tan poco tiempo, que de alguna manera tiene que cebarse el bueno de Mozzy, aunque sea sin matar pollitos de por medio), que consiguió arrancar más de un coro… Segundo puñetazo en el estómago: la también nueva «Kiss Me A Lot». Nuestra cabeza volvió instintivamente al momento más feliz de nuestra relación, tomando conciencia de cómo -en apenas unos meses- la esperanza que desprendíamos entonces había dejado paso a la irremediable aridez de ahora. El «accept my love» de «I’m throwing My Arms Around Paris» nos recordó el año entero que pasamos intentando que él nos diera siquiera la oportunidad de demostrarle que eramos más que unas caprichosas, pero Morrissey se lanzó en una actuación tan energética y el público respondió de manera tan positiva que dejamos los recuerdos de lado y empezamos por fin a disfrutar del momento con una sonrisa imborrable hasta el final del concierto, aunque hubiera alguna que otra lagrimita adornándola en algún instante.
Con «Smiler With a Knife» (que, gracias a Dios, Morrissey no introdujo con ese tan fúnebre «Remember me, but not my fate» que nos hizo tomar conciencia en Londres de que no estábamos ante Morrissey, sino ante Steven Patrick hombre mortal), el británico fue capaz de silenciar sólo con su voz una sala bastante llena de gente. Y, con ese «You’ll be ok» final, vino la epifanía que estábamos esperando. Ya no queríamos llamarle y pedirle perdón, ya no dudábamos de si hicimos lo correcto: todo resentimiento desapareció para dejar paso a una esperanza de que él algún día pudiera superar todo el daño que le hicimos y a la plena conciencia de que nosotras, en ese preciso instante, habíamos superado su «No voy a desearte lo mejor porque sé que él no te lo puede dar y que tú tampoco lo estás buscando: eres incapaz de amar a nadie que no sea a ti misma.»
A partir de esa revelación catártica, pudimos centrarnos en el directazo que se gasta el señor Morrissey pese a ser una de las personas que peor debe haber envejecido sobre esta tierra: de atractivo y sensual joven a presidenta del Club De Jubiladas junto a Robert Smith o Paul McCartney. Con unas vivísimas y sorprendentes «Stop Me If You Think You’Ve Heard This One Before» y «What She Said» se pulió a todos los nostálgicos de The Smiths para dejar paso al que creemos firmemente que ha sido su mejor setlist y concierto en las últimas fechas. La emocionante «Speedway» -con ese guiño a «Frankly Mr. Shankly» intercalado- sonó monumental, y el clímax de «I’m Not a Man» elevó tanto los ánimos que, por un segundo, se nos olvidó que su último trabajo es francamente regulero. La locura se desató en cuanto los primeros acordes de «First Of The Gang To Die» empezaron a retumbar por la sala: ni un brazo sin moverse, ni una voz sin corear «He stole all hearts away». Allí cayó lagrimita, pues cinco meses antes estábamos los dos juntos bailándola en aquella misma sala, cambiando el estribillo final por un «You stole my heart away» y rezando juntos para que Morrissey la tocara a la semana siguiente en el Sant Jordi Club. Hizo falta que nos rompiéramos el corazón el uno al otro para que la tocara, pero aún así este último recuerdo volvió a nosotras simplemente lleno de dulzura, sin nostalgia de por medio.
Y aquí viene quizás el momento más astuto e interesante de toda la actuación de Morrissey: como siempre, el público no se libró de la propaganda vegana de «Meat is Murder» acompañada de un terrible vídeo sobre la industria animal, pero el británico lo colocó estrategicamente antes del bis. Las dos veces anteriores había enlazado la canción directamente con alguna otra, sin dejar espacio a la gente para retomar un poco el aliento y quitarse el mal sabor de boca. Pero, en esta ocasión, la banda al completo reapareció tras unos minutos sobre el escenario para lanzarse en una final «Everyday Is Like Sunday» que acabó tomando una dimensión bastante épica: puede decirse de todo sobre Morrissey, puede llamársele obesa mórbida, diva, arrogante y un sinfín de cosas siendo todas ellas ciertas, pero nadie puede negar que pocos artistas son capaces -y menos tras tantos años y controversias- de hacer explotar en tantos coros y sonrisas a una sala entera como él lo hace. [FOTO: El Blog de Lupi]