“Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo”
He aquí un fragmento -que verbaliza a la perfección la furibunda intensidad del amor que queda grabada a fuego en la memoria y el corazón- perteneciente a “Recuerdo que el Amor era una Blanda Furia”, composición del poeta mexicano Eduardo Lizalde que ha servido como fuente de inspiración a McEnroe no sólo para titular su quinto disco, “Rugen las Flores” (Subterfuge, 2015), sino también para tomarlo como punto de partida a través del cual armar su corpus lírico. Una acción que lleva un paso más allá la habitual y agradecida manera en que el grupo getxotarra transforma sus canciones en pequeños relatos poéticos que condensan en su interior sinceras, sensibles y melancólicas cavilaciones sobre el amor y los sentimientos conjugados en presente, pasado e incluso futuro.
Por tanto, para hacerse una idea inicial de la esencia que desprende “Rugen las Flores”, fíjense en el bello oxímoron de su encabezamiento, cuyo potente significado traslada con extrema y delicada fidelidad el discurso de fondo del disco. De hecho, los mismos McEnroe afirman que dicha figura literaria -junto con el poema mencionado anteriormente- “intenta reflejar los momentos en que la alegría y la luz hacen callar a todos los demás ruidos”. Si a esta sentencia unimos la preciosa portada del álbum, obtendremos los pilares básicos de este trabajo, que se pueden resumir en un verso fundamental de su segundo corte, “Coney Island”: “Y saber que la tristeza tiene su parte de belleza”.
Una frase que ha estado presente en todo momento a lo largo de la trayectoria de McEnroe, convirtiéndose prácticamente en el leitmotiv de sus discos. Sin ir más lejos en el tiempo, basta con recordar cómo en el anterior “Las Orillas” (Subterfuge, 2012) la banda avivaba rescoldos emocionales y románticos a través de la frágil expresión derivada del folk-rock granulado; o cómo en su proyecto paralelo, Viento Smith, Ricardo Lezón se dejaba mecer por el dream-folk evocador y vaporoso. Estos precedentes, sin embargo, no tienen una continuación evidente en “Rugen las Flores”, en el que la introspección sonora se difumina relativamente para que el estilo del grupo adquiera una pizca de mayor nervio aumentando el peso de la percusión y de los acordes eléctricos («Caballos y Palmeras») sin abandonar su conocida profundidad lírica (las sutiles “La Electricidad” y “El Puente”).
Así, el aspecto formal de “Rugen las Flores” sugiere que McEnroe se han dejado llevar para expandir el desarrollo de varias de las piezas de su nuevo repertorio, como la ya mentada “Coney Island”, la titular “Rugen las Flores” o “Como las Ballenas”, que incluyen fases instrumentales hábilmente extendidas (y arregladas, con el teclado sirviendo de suave apoyo) para que el oyente se hunda (o se regodee, según se mire) en sus propios pensamientos y recuerdos guiado por la característica voz de Lezón, tan honesta que parece transmitir justo lo que quiere oír la persona que recibe sus palabras para sentirse primero identificada y, finalmente, reconfortada. La magnética atmósfera que se crea durante el proceso favorece que se multiplique el impacto de canciones como “De Madrugada”, “Vendaval” o “Esta Misma Sensación de Soledad” -con Miren Iza (Tulsa) como invitada de excepción-, en las que su calma inicial se torna progresivamente en arrebatos de épica que, más que estallar con estruendo, implosionan con finura hasta atravesar el corazón y obligar a cerrar los ojos y apretar los puños.
Quizá con esos gestos sea más fácil soportar los efectos del amor que ha dolido, duele y dolerá. Y, quién sabe, con ellos también resulte más llevadero mitigar las secuelas del ataque de ese animal desbocado que es, al fin y al cabo, el amor:
“Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras, ramo de tigres
era el amor, según recuerdo”
Palabra de Eduardo Lizalde. Y música de McEnroe.