Hay que reconocerlo: «Jane The Virgin» engancha cosa mala. Pero también hay que preguntarse: ¿es esto una meta-telenovela o una telenovela disfrazada de sitcom?
Es algo que nos pasa a todos: nos enganchamos a una serie y, tarde o temprano, compartimos nuestro enganche con los que nos rodean. Entonces, los que nos rodean nos preguntan de qué va esa serie en cuestión… Por poner un ejemplo: ¿de qué va «Mad Men«? De un suplantador de personalidad, mujeriego y alcohólico en el mundillo de la publicidad de los años 50. Otro ejemplo: ¿de qué va «Lost«? De los supervivientes de un avión que se encuentran con cosas muy chunguers y raras en la isla a la que van a parar. Más todavía: ¿de qué va «House of Cards«? De cómo un mariquita trepa consigue ser Presidente de los Estados Unidos. Hasta aquí, bien. No hacen falta más de dos o tres líneas para que los interlocutores se enganchen a nuestras series favoritas.
Ahora vamos a lo que me está ocurriendo últimamente. La cuestión es que me he visto en la tesitura de tener que admitir en voz alta y delante de mis colegas que, oye, me he enganchado a «Jane The Virgin«. A continuación, esos mismos colegas me preguntan de qué va la serie… Y mi única respuesta posible es: ¿cuánto tiempo me das para que te lo explique? Porque la cosa es compleja. Va tal que así (y que nadie se espante por spoilers, porque lo que voy a hacer es dejar al descubierto el primer capítulo, no más): la protagonista, Jane, es una tipa totalmente traumatizada (por mucho que lo quieran maquillar de comedia, esto es un trauma castrador que asustaría a Freud) por unas palabras que le dijo su abuela cuando era pequeña y que le han hecho mantenerse virgen durante 23 años, esperando al matrimonio. Jane trabaja en un hotel cuyo nuevo dueño, Rafael, es el mismo Casanovas que cinco años atrás le dio el morreo de su vida para, acto seguido, desaparecer por completo. Por lo demás, Jane es una chica normal que se lleva sus dolores de ovarios a base de calentar el morro y frotar la cebolleta contra Michael, su novio detective. Volviendo a Rafael: resulta que el nuevo dueño del hotel está casado con Petra, una tiparraca que sólo está con él porque cierto acuerdo pre-nupcial dice que, si se separan antes de cinco años de matrimonio, no verá un duro de la fortuna de su multimillonario consorte.
Seguimos: Rafael tiene una hermana que, además de ser lesbiana y casada, también es doctora de fertilidad. Petra, por su parte, ve en esto de tener un hijo de Rafael el método pluscuamperfecto para atarlo bien de cerca, así que pilla unos espermatozoides que su marido congeló antes de pasar un cáncer malísimo y se planta en la clínica de fertilidad en la que trabaja su cuñada. Pero, ojo, que nadie tema: la hermana de Rafael no es la doctora de Petra. Lo que sí que pasa es que la hermana / doctora se vuelve un poco loca del coño cuando se encuentra a su esposa en la cama con otra señorita. ¿El resultado? Que, de repente, al hacer una substitución de una compañera y encontrarse con Petra esperando una inseminación, se da cuenta de que ha inseminado por accidente con el esperma de Rafael a la chica que está en la sala de al lado… Chica que, evidentemente, es Jane. De ahí lo de Jane La Vírgen.
También podría seguir con otras cosas que ocurren en el primer capítulo de «Jane The Virgin«, como que una investigación de Michael acaba pillando in fraganti a Petra chuscando con el mejor amigo de su marido o que la madre de Jane, Xiomara, de pronto se da cuenta de que un actor de telenovelas archiconocido es el padre perdido de su hija… Pero, ¿para qué seguir liando más la trama? Si todo lo explicado hasta aquí no te engancha, es que no pasaste ni cinco minutos sentado a los pies de tu madre mientras ella se tragaba todos los capítulos posibles de «Topacio«, «Cristal» o la telenovela que en aquel momento fuera el delirio de las amas de casa. Y es que, al fin y al cabo, esa podría ser la principal excusa a utilizar cuando mis colegas se extrañan de mi vicio con «Jane The Virgin«: esta es una sitcom yanki que, de alguna forma u otra, establece un tronchante meta-juego con el género de las telenovelas. Pero es que, muchos capítulos después, tengo la necesidad de preguntarme: ¿realmente es una meta-telenovela? ¿O más bien es una telenovela disfrazada de sitcom?
De hecho, la pregunta primordial sería más bien otra: ¿qué cojones importa si estamos ante una meta-telenovela, una parodia o un lobo telenovelesco disfrazado con piel de cordero aficionado a la comedia de situación? Lo que es realmente importante aquí es que «Jane The Virgin» engancha y, sobre todo, divierte. Este remake de la «Juana La Vírgen» venezolana creada por Perla Farías divierte a tal nivel que obliga a pensar en una especie de interferencia catódica que hace que se crucen las señales de «Melrose Place» y «Pasión de Gavilanes«, de «Modern Family» y «Agujetas de Color de Rosa«. Al fin y al cabo, puede que el «factor X» que le falte a muchas de las sitcoms actuales sea más bien un «factor latino». Y, la verdad, pocas cosas en la televisión actual pueden ganar a «Jane The Virgin» en lo que respecta a «factor latino». Si los venezolanos llevan años demostrando una clase infinita a la hora de enganchar a los espectadores, ¿por qué no iban a asimilar estas enseñanzas los yankis?