Ana Fernández-Villaverde es valiente, tiene agallas… No teme hablar con sinceridad, transparencia y sencillez de ese asunto tan difícil de destripar que es el amor. A ese sentimiento universal que mueve al ser humano (y, por extensión, al pop) se le dio tantas vueltas que, a la hora de tratarlo, cualquier teoría vale. Pero Ana, La Bien Querida, no necesita enmarañarse en retorcidas explicaciones para transmitir su visión de tan delicada materia: ella sólo busca dar con la palabra exacta y la frase ideal para que, después de ser escuchadas y asimiladas, se incrusten en el cerebro del destinatario del mensaje y este lo adapte a su interpretación individual. ¿Parece esta descripción del proceso demasiado complicada? Sí, y en este caso no tiene sentido, ya que los cuadros líricos de La Bien Querida se construyen a partir de argumentos básicos que describen situaciones cotidianas y escenas reconocibles con las que tanto hombres como mujeres pueden identificarse. Precisamente, en el hábil juego con estos elementos cercanos radicó el éxito del debut de la bilbaína (“Romancero”; Elefant, 2009) y, paralelamente, radica el más que probable de “Fiesta” (Elefant, 2011). Porque su segundo álbum sigue descomponiendo los entresijos del amor sin mayor pretensión que la de relatar momentos determinados que cualquier persona vive en sus carnes, ya sean estampas anecdóticas o verdaderamente serias, efímeras o eternas, protagonizadas por unos tiernos adolescentes o unos adultos curtidos en mil batallas.
La actitud con la que La Bien Querida relata (a la vez que canta) sus pequeñas historias llega a atrapar: no posee la mejor voz del mundo, pero sus cuerdas vocales emiten una especie de magnetismo hechizante. Aunque el rasgo más destacado que define particularmente su obra es la envoltura de sus canciones, que amalgama sin prejuicios sonidos pasados y actuales de la música española. Pocos se atreven con ello (si acaso, Klaus & Kinski o Joe Crepúsculo), pero decíamos que Ana tiene arrojo y valor no sólo para contar las cosas a su manera, sino también para mostrarlas de una forma especial. En “Romancero” se podía encontrar desde círculos flamencos dibujados con compases pop (“De Momento Abril”) hasta folk de aires ingenuos y melodías sólidas y redondas, pasando por sorprendentes devaneos con la electrónica de baile (“9.6”): un delicioso mejunje bien combinado y servido que se mantiene fresco en “Fiesta”. Pero Ana, aunque tenía todo el derecho a hacerlo, no tiró exclusivamente por la vía fácil del pop directo y clásico, como el que perpetuó en la memoria indie “Corpus Christi”; su ánimo inconformista la llevó a explorar las sendas más tradicionales de su sonido, aquellas que serpentean por la tierra andalusí, el mar Mediterráneo y la simbología religiosa reconvertida en metáfora amorosa. Estos diversos caminos confluyen en un único punto: un pop engalanado en el que tuvo mucho que ver, al igual que en “Romancero”, David Rodríguez (Beef) como productor y arreglista.
El sabor de la exquisita receta arabesca que La Bien Querida empezó a cocinar en su primer disco se multiplica una vez que arranca “Fiesta”: las palmas, los sintetizadores con aroma a azahar y las características y sinuosas cuerdas blandidas por Mohamed Soulimane protagonizan el primer trío ganador de este álbum: “Noviembre”, “Hoy” y “Queridos Tamarindos”. Esta última abre la veta tradicionalista del repertorio al enmarcar las habituales letras referentes a los tira y aflojas del amor en una pseudo-rumba que alcanza su cumbre en un alegre estribillo que, por momentos, suena de fondo al… ¿“Y Cómo Es Él” de José Luis Perales? Hagan la prueba y lo comprobarán. Los otros pasajes que huyen hacia épocas lejanas son “Sentido Común” (que vuelve a respirar cierto aire rumbero), “Lunes De Pascua” (resignación ante las contradicciones sentimentales a ritmo de vals) y, sobre todo, “Monte De Piedad”, pieza rescatada de la maqueta que dio a conocer a La Bien Querida que se desarrolla según los cánones de un paso de Semana Santa y certifica, definitivamente, la querencia de su autora por conectar el amor con determinadas imágenes religiosas.
La otra cara de “Fiesta” supura pop por todos sus poros, asentado sobre percusiones quebradizas y leves giros instrumentales en los que no faltan, por supuesto, las necesarias y consabidas palmas y los teclados juguetones (“La Muralla China”), se despliegan sedosos acordes de guitarra acústica y eléctrica (“Me Quedo Por Aquí”) e incluso se introducen vientos de saxofón (“Piensa Como Yo”). Junto a estas muestras de pureza melódica aparecen las que pueden ser consideradas composiciones-culmen del pop estándar tal como lo entiende La Bien Querida: “En El Hemisferio Austral” y “Cuando El Amor Se Olvida”, dos cortes contrapuestos en cuanto a su fondo (el primero, esperanzador; el segundo, pesimista) pero que comparten ese halo flamenco-cósmico que remite directamente a Los Planetas de “La Leyenda Del Espacio” (RCA / Sony BMG, 2007) y “Una Ópera Egipcia” (Sony BMG, 2010). No en vano, es lógico que esto sucediese después de que Ana interviniese en dos de los temas más peculiares del último largo de los granadinos, “No Sé Cómo Te Atreves” y “La Veleta”, favor que bien pudo devolver J (como padrino musical de La Bien Querida) acompañándola en las canciones citadas anteriormente.
Al final, esa unión no se llegó a concretar, pero se conserva la sensación de que “Fiesta”, con su peculiaridad y variedad estilística, añade una referencia más a ese alegato meridional (en los próximos meses llegarán los nuevos trabajos de Sr. Chinarro y Grupo de Expertos Solynieve) que está transformando una porción del pop patrio desde hace unas cuantas temporadas. Aunque el gran logro de Ana Fernández-Villaverde es que, a base de una personalidad modesta, firme y sensible, está logrando que ella misma sea tomada como la brisa renovadora que agita el paisaje pop español de norte a sur y de este a oeste.