En marzo del año 2013, Azealia Banks re-aparecía entre nosotros con un dildo bien lubricadito de nombre «Yung Rapunxel«. ¿Te acuerdas? Yo sí que me acuerdo porque acabo de escuchar el tema de nuevo para revivirlo: son cuatro minutos de burraquismo máximo que llevaban (y siguen llevando) el rollo poligonero a un nuevo nivel de exageración (léase aquí «sajeración«), con ese bombo a una velocidad endiablada, con esos sintes de discoteca de extrarradio y con la Banks cantando como una puta loca del chocho a la que le han dado un megáfono en los primeros minutos del Apocalipsis. Unos meses después, el videoclip de «Yung Rapunxel» levantaba todo un conjunto de finísimas elucubraciones al respecto de si Azealia había sido reclutado por los Illuminati o no: la concatenación de referencias al imaginario de esta secta conspiranoica en este video nos dejó a todos locos.
¿A qué viene hablar de una canción de Azealia Banks cuando debería estar criticando el nuevo disco de Madonna? Que nadie se confunda: esto no es un alegato a favor de la del «212«, que tampoco es que haya sabido estar a la altura de lo que se esperaba de ella. Si he empezado hablando de «Yung Rapunxel» es sólo para dejar claro que aquel tema tiene dos años de antigüedad y que, sin embargo, en su novísimo «Rebel Heart» (LiveNation, 2015), Madonna ha mostrado la flacided vaginal suficiente como para incluir una canción que se titula «Illuminati» y que parece regirse por coordenadas muy similares a las mencionadas en el párrafo de más arriba: chonitronismo, parkineo, ya tú sabes. Por si eso no fuera suficiente, está el factor sutilidad: mientras que fuimos nosotros los que hablamos de Illuminati a tenor de «Yung Rapunxel«, en «Illuminati» la Ciccone es la que nos pone ahí el concepto, continuamente, on your face, look at me. Pura actitud attention whore.
Y digo esto pese a que, al fin y al cabo, «Illuminati» es precisamente una de las pocas canciones que, a mi entender, se salvan de la quema en «Rebel Heart«. Sea como sea, sigamos acumulando hechos, a ver donde nos llevan. En «Living for Love«, Madonna parece que no se acaba de decidir entre los gorgoritos a lo gospel (que nunca quedaron demasiado bien en su poco dotada voz) o los subidones de EDM de baratillo, pero lo que está claro es que todo no se puede tener en esta vida y que, al ponerlo junto y apostar por la experiencia mejorada, te jode un poco la vida. «Devil Pray» empieza como una revisión del legado de Dolly Parton para, a mitad, meter una distorsión vocal propia de la nueva generación trappera y acabar con una letra de esas que te provocan vergüenza ajena cuando piensas la edad que tiene esta señora: «And we can do drugs and we can smoke weed and we can drink whiskey / Yeah, we can get high and we can get stoned / And we can sniff glue and we can do E and we can drop acid / Forever be lost with no way home«. Aha. Ok. Uhm.
«Unapologetic Bitch» suena a Rihanna producida por Calvin Harris hasta que pasa a sonar a cualquier tiparraca de estas del montón producida por Diplo (lo que tiene sentido, ya que la producción es, efectivamente, de Diplo). En «Bitch I’m Madonna» parece que la diva juega con la posibilidad de hacer una canción propia del sello PC Music hasta que vuelve a entrar Diplo y todo se va a la mierda. En «Iconic» la presencia de Chance The Rapper se hace sentir en un puente que bebe grime y respira bass, pero que acaba ahogado por el resto de la canción, prototípicamente Madonna. «Holy Water» tiene una especie de (sonrojante) homenaje a «Vogue«… Y, joder, hasta aquí hemos llegado, ¿no? ¿Hay que seguir buscando dedos que hurguen en la herida?
No, no hace falta. Con lo puesto sobre la mesa (y teniendo en cuenta que el resto de canciones de las que no he hablado son baladas anodinas o repetición de los mismos errores una y otra vez) ya hay suficiente para establecer la línea maestra que rige «Rebel Heart«: siguiendo la tónica impuesta por sus anteriores discos, Madonna no se preocupa por innovar, sino que más bien se comporta como una vieja que oye campanas repicar y no sabe ni de donde vienen ni qué hacer con esos sonidos. Mientras otras divas como Björk acaban de demostrar que, pese a chaladas no les gana nadie, una mujer puede afrontar su senectud con dignidad y sin perder relevancia, Madonna sigue ahí, hablando de sus separaciones amorosas, jugando a confundir deliberadamente el imaginario cristiano y el sexual, incapaz de centrarse en un género, haciendo alusiones a las drogas como cuando las hace tu madre para buscar tu complicidad y lo único que consigue es que pienses si morirás antes clavándote un tenedor y un cuchillo en los ojos o rompiendo el plato de tu cena en varios pedazos y utilizar uno de ellos para degollarte delante de la mujer que te dio a luz pero que a día de hoy sólo te da motivos para el suicidio. De hecho, iba a seguir buscando analogías para describir cómo se siente uno cuando escucha «Rebel Heart«, pero me quedo con esta última. Ha sido suficientemente gráfica, ¿verdad?