Then attack Eminem cause I rap this way
But I’m glad cause they feed me the fuel
That I need for the fire to burn and it’s burnin’ and I have returned
Melina Matthews nos habla de su pasado musical. De cómo vestía, se movía y sentía a ritmo de Eminem en su adolescencia. Todo rabia juvenil, rebeldía; pasión y fuego.
“Vestía deportiva, con la gorra, los megacascos, los pantalones súper anchos… Hablaba a la gente así -y hace un clásico gesto de rapera old school-. En el colegio quería romper un poco con el estereotipo”.
La semilla de su condición de actriz ha germinado de forma poderosa. No hay más que mirar a sus ojos, profundos y expresivos. Todos en ella es fiereza, fuerza y sinceridad. No te cuenta; te convence. La humildad concebida desde el autoconocimiento. Una verdad revelada desde la asunción consciente de la realidad.
¿Pero quién es en realidad Melina Matthews? Actriz, presentadora, major geek & tomboy, como ella misma se define en las redes sociales. Estrena “Negociador” (Borja Cobeaga, 2014), y nuestra intuición nos lleva a pensar que está en la pista de despegue para ser the next big thing en el mundo de la interpretación. Melina nos atiende entre relajada y sorprendida por el reto. ¿Estamos quizás ante la personificación de aquello que Fantastic Plastic Mag pretende transmitir? Moda, música, cine, cultura. Todo ello reunido en una sola persona. Esto es The Melina Matthews Experience.
Madrid-Barcelona. Transiciones. Hipsteria.
Empezamos relajados en La Clandestina (Baixada de Viladecols, 2 Bis, Barcelona), tomando un té. La conversación fluye, como su vida, en un intercambio de opiniones. Bidireccionalidad, leñadores, Malasaña, intensitos. Barbas. Madrid-Barcelona: dos espacios. Dos realidades que Melina Matthews nos desgrana, sin caer en tópicos ni favoritismos. Dos ciudades que se mueven a diversos ritmos y que, sin embargo, se complementan en el espacio vital de la actriz. La mezcolanza, los orígenes diversos de los que se nutre su ADN le facilitan la adaptación. La discusión fluye sobre este y otros aspectos. Aparecen los anacronismos: Modas Álvaro versus la invasión metastásica del imperio Inditex. Barbas como sinécdoques. Estar aquí y allá pero SER de todos lados.
“El tema hipster está muy marcado en Barcelona. Diría que mucho más que en Madrid. La moda madrileña es tan diferente a la de Barcelona. Me encanta Madrid, es muy distinto, nada que ver con Barcelona. Voy por trabajo y, claro, quizás no capto el ritmo agobiante de la ciudad… Estoy más, eso, por trabajo, con amigos”.
Salimos a la calle dando un paseo por el Gótico. La conversación se dirige hacia derroteros inesperados. El divismo y la virtud. Le preguntamos si cree que la inteligencia (o la belleza) son excusas, motivos suficientes, para tener una actitud altiva. Melina se posiciona, intuye que no la nombramos pero quizás nos referimos a ella, inteligente, bella y talentosa. Y sin embargo opta por bajar de esa atalaya en la que algunos podrían (querrían, imaginan, construyen) situarla. Natural y espontánea, no necesita posicionarse desde arriba porque es desde la frontalidad donde se siente destacada. Todo ello nos trae a colación el tema de la vivencia de la fama. El espejo. Cómo nos ven y cómo somos realmente.
«- La gente nos ve como seres lejanos, porque es así como nos venden.
– Pero, ¿a ti no te han parado nunca por la calle?
– Sí, pero me paraban para insultarme. Y darme con el bolso.”
Una víctima del tietisme de TV3, como nos cuenta en este audio.
Finales que no son tales. John Ford. Casualidades.
Un epílogo es el final. Pero en este caso nuestro epílogo con Melina Matthews se antoja como algo troncal. La demostración palpable de que no estamos ante una postura o una impostura.
Flashforward: anochece y nos despedimos de Melina obsequiándola con el DVD de “Magical Girl” (Carlos Vermut, 2014), a modo de humilde agradecimiento por el tiempo que nos ha dedicado. Mientras esto sucede, se concreta un hecho ya detectado con anterioridad: Melina ha sido observada con la mirada de la interrogación, de saber que se está ante alguien especial pero sin una ubicación concreta. Y, por dos veces en un breve lapso de tiempo, asistimos a sendas peticiones de autógrafos. Una confusión que Melina se apresura en aclarar, mostrándose sin trampa sin cartón.
“-Te firmo donde quieras, pero no soy nadie”.
Tal cual. Con una sonrisa. Y detrás de ese nadie, no está la falsa modestia del que quiere la adulación. Está la idea del no-engaño, de quien cautiva con el gesto y no con la ínfula.
Después, el destino nos depara una última sorpresa capriana. Una reunión con un amigo de la familia. Un encuentro casual en la nocturnidad de la calle, una felicidad inesperada que aparece rebosante. Nos apartamos y voyeurizamos el momento, aprehendiéndolo. Es momento de irse y de cerrar la entrevista, de cerrar esa puerta a lo “Centauros del Desierto” (John Ford, 1956), solo que en este caso no es la oscuridad y la derrota lo que queda fuera de campo, sino el aura brillante de Melina Matthews ahora tan lejos y sin embargo permaneciendo tan cerca.
Interludio. Fueras de campo. Subtextos.
Flashback: volvamos al presente, a la realidad de un paseo que justo ha empezado.
«-Dinos, Melina, ¿qué te parece esto? –Preguntamos mientras señalamos un escaparate donde varios vestidos con corte imperio se agolpan uno tras otro.– ¿Esto sí recuerda al vintage más Madrid?
– Sí, es muy bonito, pero yo no me lo pondría. Fíjate, yo soy más de vestir este tipo de camisetas.»
Ya en pleno Raval, una cosa lleva a la otra, y Melina nos habla de una de sus películas favoritas.
De repente, dos conocidos artistas de música electrónica y djs se cruzan a nuestro lado. Preferimos dejarlos fuera de campo, en ese otro campo (de batalla) que es el Raval en obras. Aquí Melina recuerda a Carlos Bayona, del que nos revela una pequeña anécdota.
Lo importante no es la anécdota en sí, si no lo que está detrás de ella. La cercanía, la capacidad de interacción en la red. Melina es un animal social, pero amable, firme en sus compromisos.
Entramos paulatinamente en materia, estamos ya en la ruta principal. Hablamos de cine; Melina guarda un secreto. En realidad tiene dos. Uno de ellos nos lo quedamos para nosotros: Fantastic Plastic Mag es como un médico, un abogado, un confesor: guardamos el secreto profesional. Sí se atreve, no obstante, a darnos en primicia la segunda revelación.
Lo que sí conseguimos es que nos hable de sus gustos musicales a nuestro paso por Discos Castelló (Tallers, 7, Barcelona). El vinilo, lo óptimo de su recuperación. La bondad del sonido sucio. ¿Lady Gaga? No way, aquí estamos para escuchar a Johnny Cash o a Tom Waits. Perfiles clásicos.
Lógicamente esto nos lleva a hablar modelos de distribución, de la piratería. Melina no nos lo dice, claro está, al fin y al cabo es parte implicada, pero sólo con la manera de mirar y acariciar las tapas de los discos sentimos la nostalgia de la creación, del amor por el trabajo bien hecho.
La seguimos por la tienda, dejamos que curiosee y que nos cuente sus gustos, lo que le gusta, lo que la inspira. El dónde, el cuándo, el cómo.
Leche de avena. Pizza. Y la nave va.
Salimos a la calle y hablamos de mugs, colecciones y gustos. La polémica está servida, leche de avena vs leche de vaca. De nuevo, pillamos en un momento fluctuante la vida de Melina. Una transición hacia la leche de avena, un camino de no retorno. Lógicamente el ajetreo, el continuo movimiento lleva a la actriz a no poder, quizás, establecer rutinas, a vivir culinariamente a vuelapluma. Nos desvela que sí, que cocina cuando puede, que le gusta tirar de recetas.
Sacamos a relucir sus debilidades: la pizza. Le sacamos el documento que lo prueba. Lo que nos permite entre otras cosas conocer los entresijos de una gala, qué hay detrás del glamour, el maquillaje y las sonrisas.
«–Melina, obra en nuestro poder un documento que nos cuenta que te encanta la pizza, ¿verdad?
-Claro, pero. ¿quién te lo ha dicho?
-Nos consta que te gusta incluso en eventos de alto calado.
-¡Ah, bueno, los Gaudí! (risas) Pero en estos eventos hasta un vegetariano se come una vaca. Entre cambios de vestuario, maquillaje, peinado… Buf, al final nadie come, y llegan ciertas horas y te comes hasta la pizza fría. ¡Vamos, que sabía a gloria!«
Cine. Risas. Causalidades.
Llegamos a la zona noble. La zona del cine. Melina se pasea, mira, admira, toca. El amor por el cine, por las películas. Y no solo como actriz. En cualquier ámbito.
Aprovechamos para hablar de esa “Negociador” de Borja Cobeaga recién estrenada. De la comedia, de la tragedia, de la audiencia y sus reacciones.
«-No estamos ante una comedia de carcajadas, esto es una tragicomedia.
-Sin embargo, en sus pases en Zinemaldia hubo muchas risas. ¿Puede que haya un sello Cobeaga que induzca a la risa acrítica?
-Podría ser, pero no lo creo. El tono está lo suficientemente marcado como para darse cuenta que no buscamos la comedia alocada. Es cierto que, entendiendo la comedia como tragedia más tiempo, siempre se da la posibilidad de la risa, pero no como elemento troncal del film.«
El cine, el amor por él. Las vinculaciones. Ella sigue hablándonos de su carrera, y descubrimos el cartel de «La Posesión de Emma Evans» (Manuel Carballo, 2010), la película con la que Melina Matthews conoció a Manuel Carballo. Más tarde, el director le descubriría el local donde transcurre nuestra entrevista (El Setanta-nou, Tallers, 79, Barcelona). Círculos, bobinas, causalidades. El cine como artefacto y creador de vínculos. De links. De caminos que conducen a encuentros como el que hemos mantenido con Melina.
Es el momento del epílogo. De las despedidas. Y, sin embargo, eso ya ha ocurrido, antes. Cuando el universo se expanda, el tiempo se contraerá.
Saltamos en el tiempo, nos repetimos en bucle. Una eterna Melina Matthews experience. En bucle y sin embargo irrepetible. Como ella.
[Idea original y texto: Àlex P. Lascort] [Vídeo y ediciones: David Martínez de la Haza]