«El amor es más fuerte que la muerte.«
Julianne Moore y Mia Wasikowska son fuego y agua. David Cronenberg las dibuja atadas a un pasado común que destila horror provocado, crímenes depravados que, dentro de ese oasis de farándula llamado Hollywood, son vistos como si fueran una forma adaptativa de comportarse. Una conducta psicopatológica que sirve para permanecer infinitamente en Hollywood, para sobrellevar la popularidad, y que se mantiene en pie gracias a cuatro pedestales: muerte, fama, drogas y la búsqueda de la eterna juventud. Cuatro ingredientes que se nutren del elemento fuego, contrarrestado agónicamente por el agua en forma de piscinas situadas en las casas de lujo de sus protagonistas.
Podemos decir que Cronenberg reinventa su concepto de la nueva carne en «Maps to the Stars«. Aquí no hay ni las mutaciones hombre-máquina ni los experimentos monstruosos ni tampoco las manipulaciones genéticas extremas con las que afianzó su llamado horror corporal (películas como «Videodrome», «The Fly» o «Shivers»), sino un puñado de personajes deformes (sólo uno por fuera y todos en su interior) que disimulan mejor su putrefacción que James Woods en «Videodrome». Su trasiego por la pantalla está rodeado de un humor negrísimo y acompasado por un objetivo compartido: rehacerse sobre las cenizas de ese pasado infernal mientras se arrastran como un grito de huesos afligidos en casa de nadie.
De los cuatro elementos anteriormente citados, quiero ilustrar el más importante, el ritual por el que todos los humanos nos vemos obligados a pasar: la muerte. Son varios los fantasmas que aterran y agreden a los habitantes de la industria cinematográfica moderna que aparecen en «Maps to the Stars«. Espectros que les culpabilizan de intentar ser como sus antepasados, de su bestial egoísmo y egocentrismo y, sobre todo, de servirse de falsos recuerdos sustentados por narcóticos para poder regenerarse en ese mundillo, ya sea con remakes, machacando sin piedad a sus contrincantes o yendo a Oprah a contar intimidades a cambio de dinero fresco.
Reconozco que soy una fan incondicional del canadiense (exceptuando, quizá, «A Dangerous Method«), y entiendo que a muchos les pueda parecer que su mordacidad se ha atenuado con el paso del tiempo. Sin embargo, en mi humilde opinión, su última película puede interpretarse como una vuelta de tuerca a sus obsesiones, centrándose más en el aspecto psicológico que en el físico. En ella nos encontramos un universo que se devora a sí mismo y que además es musicado por Paul Éluard y su poema «Libertad«:
En mis refugios destruidos
en mis faros sin luz
en el muro de mi tedio
escribo tu nombre.
En la ausencia sin deseo
en la soledad desnuda
en las escalinatas de la muerte
escribo tu nombre.
En la salud reencontrada
en el riesgo desaparecido
en la esperanza sin recuerdo
escribo tu nombre.
Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para cantarte
Libertad.