Parece que en la nueva fiebre zomby todo vale… Pero «Zombeavers» viene a demostrar que no, que unos castores zombies no sustentan toda una peli.
Caca, culo, pedo, pis. O versionándolo para adultos: tetas, eructos, tetas, algún culo, tetas, birras y… sí, castores zombies. Pero no muchos, ¿eh? No sea que se vea el cartón de los muñecos al enfocarlos demasiado. Sí, por desgracia este el resumen-sinopsis de lo que «Zombeavers» ofrece.
El cínico, sin embargo, insistirá que quejarse al respecto es como lamentar explosiones en una película de Michael Bay. El argumento, aunque pivota sobre una base razonable, no deja de ser absurdamente simplista. Sí, claro que lo esperado en estos «Castores Zombies» no viene influido por lo bressoniano, y de hecho, en cierta manera, obtenemos exactamente lo que uno puede esperar / desear de una producción como esta. Entonces, ¿dónde está el problema? Pues, básicamente, en el hecho que la gracia conceptual que puede tener una idea no implica necesariamente que funcione en pantalla, y más si no se desarrolla convenientemente la absurdidad y se cae en un bucle repetitivo de un chiste que funciona exactamente lo que tarda en aparecer el primer castor con ansias de carne humana.
Precisamente la carne, su abundancia, es de lo que menos carece este producto. Sin embargo, una vez más, la opción en su uso cae en lo burdo, lo descarnado, tan gastado como el chiste del perro y mis tetas. Una manera de retratar las relaciones erótico-festivas que nos remite a, por ejemplo, la saga «Porky’s«. Algo que en su contexto ochentero funcionaba de maravilla, pero que a día de hoy se antoja anacrónico, cuando no casposo en grado sumo.
El problema principal en «Zombeavers» es el amateurismo lamentable del que hacen gala sus realizadores. No se trata de falta de medios: se trata de incapacidad para desarrollar el producto más allá de su concepción mental. Se trata de la ausencia de sentido del ridículo, de autoparodia, de jugar con lo paródico, con lo autoconsciente. Falta sentido del humor. Y, no, no hablamos de hacer chistes (que los hay, y muchos y muy malos) sino de ponerse en la posición de la autocrítica de saber reírse de uno mismo y del producto que está perpetrando. Hablamos de tener conciencia de clase, de saberse lumpen del género y exhibirlo con orgullo en lugar de tomar, como si de un genial inventor de artefactos bizarros se tratara, la posición de su director Jordan Rubin.
«Zombeavers«, a pesar de su concisa duración (eso sin contar los diez largos minutos de tomas falsas y escena post-créditos), acaba por ser una broma larga, pesada, de mal gusto.. Una película de digestión pesada que es incapaz de generar una expectación que vaya más allá del presunto cachondeo que promete su título. Un film fallido, pero que parece que trae tras de sí todo un filón de nuevas mutaciones zombi animales (y quién sabe si vegetales) que por lo menos esperamos caiga en manos diferentes (The Asylum, por citar una productora, sería capaz de generar una dosis considerable de hype con dos tornados, un meteoro y Danny Trejo). De lo contrario, la franquicia no tiene salvación por muchos aditamentos posteriores que le pongan al nombre del animalito en cuestión.
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