Si por algo se va a recordar este inicio de siglo 21 que nos ha tocado vivir (lo que venga después es imposible vaticinar si será igual que hasta ahora, si se verá sujeto a cambios o se irá todo al garete de una vez por todas) va a ser precisamente por la estrecha relación entre el consumismo desaforado y la obsolescencia programada: nos hemos acostumbrado a vivir a una velocidad tan trepidante que lo fugaz y efímero ha dejado de ser algo negativo para, si por lo menos no es algo positivo, convertirse en una normalidad constante. De repente, y «gracias» a la actividad vertiginosa impuesta por Internet, a la información no como derecho sino a la sobre-información como deber, el mundo de la música se ha convertido en una sucesión de hypes instantáneos, de fast-music que se consume con intensidad, que se quema rápidamente… y no deja ningún tipo de rastro.
Ante semejante panorama, sin embargo, parece imposible la disidencia: no entrar en el juego es, directamente, no existir. Pero, aun así, existen valientes como Hidrogenesse: artistas que operan dentro de su propia lógica y no dentro de las leyes impuestas por la industria o por la prensa. En un momento en el que parece que para ser relevante tienes que practicar el género del momento y abandonarlo en cuanto pase de largo para practicar el siguiente, es inevitable no caer completamente rendido ante el esfuerzo elegante de Genís Segarra y Carlos Ballesteros: es esa misma belleza que desprende un salmón nadando contra corriente, abordando una gesta imposible con la gallardía y la naturalidad de quien no realiza esfuerzo alguno.
¿Cómo entender, si no, su nuevo trabajo, «Roma» (Austrohúngaro, 2015)? Ellos mismos dicen que este álbum es una oda al pasado, a las ruinas, a lo viejo… A las antípodas de lo nuevo y efímero. La idea surgió en un primer viaje a Roma en el que la pareja quedó fascinada por la estructura de la ciudad como una sobreposición de capas, cada una con su propio sentido y coherencia, todas diferentes, todas únicas. De esta forma, Hidrogenesse han abordado su nuevo trabajo considerando cada una de las canciones como una unidad indivisible, como un paseo en el que te vas encontrando ruinas de diferentes épocas y estilos arquitectónicos y en el que te ves obligado a detenerte y sopesar cada una de ellas en sus propias circunstancias. Sí: detenerse y sopesar. Otros dos conceptos viejos y en desuso cuando de música se trata.
Es inevitable, entonces, diseccionar «Roma» siguiendo el paseo propuesto por Hidrogenesse… Lo primero que te encuentras en tu camino es lo que, a primera vista, podría parecer una imponente oda a la presencia synth-teatrera de Sparks, pero «Dos Tontos Muy Tontos» pronto se revela como una auto-homenaje de Hidrogenesse hacia Hidrogenesse, hacia esa capacidad que siempre ha tenido la pareja para facturar hits de dance-pop abstracto en los que van entretejidos verdades como puños destinadas a convertirse en himnos generacionales: «Cuando dos personas dicen la misma cosa a la vez, esas dos personas están diciendo la verdad. Sólo se necesita que dos idiotas en sintonía nos pongamos de acuerdo en la misma tontería para convertirla en nuestra ideología«. La primera en la frente.
A continuación, «A Los Viejos» es el corte donde más clara queda la intención de Carlos y Genís de hacer apología de lo viejo como algo que en un momento fue innovador y rompedor: una maravillosa deconstrucción y transposición del «Help The Aged» de Pulp pero en clave de revista cabaretera de El Molino para el siglo 22. Una declaración de intenciones que se desborda hacia la próxima parada del paseo: «Siglo XIX» suena a The Human League depurado al nivel de Kraftwerk, todo ello en una apología al siglo preferido de Segarra y Ballesteros (¿o hemos olvidado ya el -delicioso- chocho que montaron cuando decidieron numerar sus discos del siglo XXI como si fueran del siglo XX, de tal forma que uno que se publicaba en el año 2002 constaba en su catálogo como editado en 1902?).
Y si hasta aquí el camino ha sido previsible dentro de los parámetros de Hidrogenesse, a partir de este momento nos adentramos en lo desconocido: «¿De Qué Se Trata?» es una canción de fascinación misteriosa, de cuento infantil con protagonistas tan adultos como Napoleón y Champollion peleándose con los jeroglíficos de las grandes pirámides de Egipto (y esto, por cierto, es algo que explican los autores en la nota de prensa pero que, por otra parte, resulta imposible inferir a partir de esta composición que se concibe a sí misma como un jeroglífico que ni el mismísimo Turing podría descifrar con su máquina Enigma). La atmósfera ilustrada de «¿De Qué Se Trata?» dialoga profusamente con el porte nobiliario de «Moix«, canción que Hidrogenesse escribieron partiendo de fragmentos de «Terenci del Nil» para la instalación «Genius Loci«… Por mucho que, más allá de esta coartada esnobista, sea el soliloquio rampante de un musical gótico inspirado en (de nuevo) Egipto.
«El Hombre de Barro» supone un lúbrico interludio, una gozosa parada en el camino: una parada en la que sólo podemos bailar despreocupadamente con la rítmica sincopada de unas melodías de electrónica latina que parecen salidas de la factoría de Cómeme. Una parada en la que no hay ni estatuas ni ruinas, sino una gigantesca fogata que crece hacia el cielo como una columna de fuego alrededor de la que danzar de la forma más primigenia posible.
Una forma más que sublime de preparar el cuerpo para el tramo final de «Roma«… Primero, con «Elizabeth Taylor» (escrita antes de la muerte de la actriz): una escultura hiper-realista, un canto de cisne hacia el verdadero glamour, ese que no se extingue por mucho que pasen las modas («Una estrella muerta sigue brillando durante miles de años«), ese que es tan autoconsciente como prepotente e insolente («He enterrado a Monty, a Jacko, a Candy, a Lassie, a Donnie, a Burton. He enterrado a todos los que he amado. Yo sigo viva y estoy aquí y creo que voy a enterrar a mi propio mito«). Una muestra de mitomanía que se difumina pronto dentro de «Escolta la Tempesta«, una desarmante y bellísima balada sintética -pero no robótica- impregnada de un magnánimo romanticismo de siglos pretéritos soñado por androides de centurias venideras, donde las lenguas se solapan y crean un todo que fluye de forma acuática: lo importante aquí es el ambiente, la bruma, la niebla que se sube a la cabeza como una tisis que acaba con tus sentidos de forma mortal pero edulcorada.
Y, así, tras ese «That Internationl Rumor» en el que pone voces Joel Gibb (The Hidden Cameras) y que sería el equivalente a una escultura futurista (veloz, violenta, congelando un explosión), llega el grand finale. «Aquí y Ahora» podría ser perfectamente la torch song que Pet Shop Boys hubieran estado predestinados a componer si hubieran vivido su esplendor aquí y ahora, en Catalunya en el siglo XXI. Es un tema en el que, de repente convergen Terenci Moix y Cleopatra, Elizabeth Taylor y Kylie Minogue, Gainsbourg y los obeliscos. Todos están en Roma. Como una de esas maravillosas películas en las que crees que no has entendido nada pero en las que, de repente, en la última escena, todas las piezas del puzzle hacen «click» y se ordenan en una iluminación clarividente.
Hidrogenesse lo tienen claro: «Todo está en tu cabeza«, «Roma está en tu cabeza«. Te lo han advertido desde el principio: «Roma» no es un disco, es una ciudad en ruinas que puedes abordar por separado, pero que adquiere su belleza última en este preciso momento, aquí y ahora, pensado e intelectualizado como un todo único. «Aquí y Ahora» es la última jugada de unos tahúres que, sin que te hayas dado cuenta, han estado todo el rato jugando contigo y que, sin embargo, se han reservado para el final ese escalofrío que vas a sentir muy pocas veces porque está reservado a ese momento maravilloso en el que tu cerebro y tu corazón se dan cuenta a la vez de que están ante una obra genial. Algo insólito e irrepetible, pero también duradero y eterno.