«1984», «Un Mundo Feliz», «Fahrenheit 451″… «La Historia Silenciosa» de Eli Horowitz, Matthew Derby y Kevin Moffet es capaz de mirar a los ojos a todas estas distopias.
Dentro de «La Historia Silenciosa» (editado en nuestro país de la mano de Seix Barral) conviven varios libros, libros convergentes más que divergentes, libros que circulan en paralelo unos respecto a los otros pero que eligen un momento muy diferente para brillar en solitario sin necesidad de pisar a los demás. Pueden buscarse los rastros de esta multi-cefalia narrativa en el hecho de que esta sea una novela escrita a tres voces, las de Eli Horowitz, Matthew Derby y Kevin Moffett; y, de hecho, lo más normal sería pensar aquí que cada una de las cabezas del monstruo de «La Historia Silenciosa» es precisamente cada una de las plumas de estos tres autores. Pero el hecho de que no nos encontremos ante un monstruo de tres cabezas, sino de muchas más, no sólo desmonta esa teoría simplista, sino que directamente posiciona a esta novela en el terreno de las distopias más complejas y menos complacientes.
Desde que se instaurara el inquebrantable triunvirato formado por «1984«, «Un Mundo Feliz» y «Fahrenheit 451«, escasas han sido las propuestas que han conseguido rascar la pintura de estos clásicos fundacionales… y mucho menos hacerles mella. Pero lo cierto es que resulta prácticamente imposible no dejarse llevar por la euforia durante la lectura de «La Historia Silenciosa» y considerar que, al fin y al cabo, lo que hacen Horowitz, Derby y Moffett es crear una distopia huyendo de la necesidad de plantear un futuro diferente: los autores prefieren inocular en el presente un agente de cambio y, a partir de ahí, observar cómo el mundo se desintegra, dejando al descubierto las entrañas de algunas de las disfunciones más graves de la realidad actual.
El punto de partida es poderosamente impactante: en el año 2011, empiezan a surgir alarmantes casos de recién nacidos que, pasados los meses, demuestran una impermeabilidad absoluta al lenguaje. El área del cerebro que gestiona esta habilidad humana muestra una actividad totalmente nula. A medida que estos niños crecen, la problemática se va ampliando y haciendo más y más compleja con cada nuevo twist del argumento… Y es precisamente a través de estos giros argumentales como «La Historia Silenciosa» va mostrando sus diferentes caras. Al principio de todo, cuando el único problema es comprender lo que está pasando, es el momento para que corran libres todo un conjunto de preguntas no sólo ligadas a la semántica, sino también a la propia existencia humana: ante un caso así, ¿la prioridad debería ser conseguir que los niños silenciosos aprendan a comunicarse utilizando el lenguaje de los hablantes? ¿O, por el contrario, la prioridad debería ser más bien comprender a los «diferentes» en sus propios términos y complejidades y no intervenirles para que acaben siendo como los «normales»?
«La Historia Silenciosa» se estructura en base a sucesivos episodios testimoniales que dejan al descubierto un oxímoron realmente delicioso: ¿cómo explicar la historia de unas personas incapaces de comunicarse para explicar su propia visión de las cosas? Horowitz, Derby y Moffett recurren al testimonio de terceras personas: son los hablantes los que explican la historia de los silenciosos, dejando claro desde el principio que, en esta batalla, los que escriben la historia y, por tanto, los vencedores, son los que saben qué es escribir, qué es la historia, qué es la comunicación. Pero, ¿qué significa triunfar en un terreno en el que tú mismo has puesto unas reglas a las que el contrario no puede ni acceder?
Las voces en el primer tramo del libro son caóticas y múltiples, ofreciendo un panorama anárquico que emula de forma magistral el pánico que procede a toda pandemia. Hay voces fascinadas con la pureza de los silenciosos: «Las palabras son meros conductos. Tuvimos que inventarlas porque necesitábamos algo que enganchara la verdad…, pero las palabras se han convertido en un obstáculo, una cortina de humo. Lo que estoy diciendo ahora mismo, por ejemplo, ni de lejos se acerca a lo que quiero decir. Hubo un tiempo, no hace tanto como ustedes creen, en que carecíamos de palabras. Éramos pura intención y propósito y espíritu y sentimiento. Hogueras al aire libre«. Pero también hay quien no ve más allá su propia ceguera: «El instinto del lenguaje es tan fundamental para la concepción de nuestro propio ser que nos resulta casi imposible imaginar la vida sin él. Podemos cerrar los ojos o taparnos los oídos, tratando de adivinar la ceguera o la sordera, pero no podemos ni empezar a imaginarnos sin palabras. No estoy seguro de que ello sea posible y, sin embargo, esa es la realidad cotidiana de los niños silenciosos: niños que, sea cual sea su incapacidad, en algún nivel tienen que estar ansiosos de comunicación y compañía, como lo estamos los demás«.
Poco a poco, las voces de «La Historia Silenciosa» se van ordenando y, de hecho, de la anterior autarquía surge un nuevo orden en el que se acaban identificando algunas voces dominantes, algunos personajes recurrentes que, más o menos, van estableciendo las pautas de una narrativa clásica: en todo su primer tramo, el libro se revela como una visión impersonal de la pandemia silenciosa, una concatenación de testimonios que no estructuran una historia lineal sino que simplemente se apilan unos sobre otros para ofrecer una visión apocalíptica de los hechos. Pero, poco a poco, el lector asiste al nacimiento de varias historias: la del científico obsesionado con una cura para los silenciosos, la de la hija silenciosa destinada a convertirse en enlace con los hablantes, la del chico obsesionado con convertirse en silencioso, la de la madre cuyo hijo silencioso le conduce a una epifanía, la de la mujer que ve en el silencio una utopía mágica…
A medida que la narratividad se impone, sin embargo, las preguntas son aniquiladas a favor de la crítica socio-política que se desprende de toda buena distopia: el descubrimiento de una «cura» para los silenciosos y la implantación de leyes para obligar a todos ellos a convertirse en «hablantes» retrata a una sociedad incapaz de asimilar las diferencias, de una sociedad demasiado acostumbrada a forzar su normalización por la vía de la ley y de la fuerza. Este nuevo giro del guión, sin embargo, añade nuevas voces al relato de «La Historia Silenciosa«: súbitamente, algunos silenciosos son capaces por fin de narrar su propia historia. Aunque la imagen que arrojen no sea precisamente complaciente: «Mi existencia era una hermosa y elemental rutina. Estaba solo en el interior de mi cabeza, y esta era un espacio sagrado que no podría ni empezar a describirles a ustedes. No hay palabras para ello porque era un espacio fuera de las palabras. Era puro color, o mil pliegues en capas, o un viento voraginoso. Antes de que Burnham me conectara el implante por primera vez, no había voces en mi cabeza, no había este coro rugiente que ahora me plaga desde el instante en que abro los ojos hasta el momento en que caigo en la cama, exhausto«.
El tramo final de «La Historia Silenciosa» juega al despiste: todas las tramas que hasta entonces han corrido paralelas por fin se solapan en una macro-trama que parece destinada a desembocar en un típico relato de Elegido destinado a cambiar el mundo. Pero, sin embargo, antes del desenlace último, antes de un twist magnánimo que no pienso revelar aquí por todo lo que tiene de chocante, profundamente bello, sorprendente y apocalíptico, todo vuelve a reordenarse para hacer resurgir las preguntas del principio: «Hace veinte años les habría dicho a ustedes que el silencio es un río con muchos brazos, cuyos canales pueden navegarse con facilidad mediante toques sin dedos. Me tenía podrida el ruido de las cosas. Hoy les diré que poseemos muchos talentos, y a menudo el único que te lleva a hacer un inventario completo es que te priven de uno de ellos«. Al final, lo que quedan son las preguntas. Es este un libro que nunca quiso ofrecer respuestas, sino que Horowitz, Derby y Moffet lo único que pretendieron siempre fue conseguir que miraras a tu entorno e incluso dentro de ti con unos ojos nuevos y vírgenes, aunque nunca inocentes. Consideren ustedes el triunvirato de distopias roto para siempre y reformado en forma de cuarteto.